19 de agosto de 2011

*// Aquel boliche

… me condujo al otro extremo de la barra. Ahí tenía una bandeja con aperitivos, un trago y un cenicero donde yacían dos colillas. Tenía un aspecto joven pero en sus ojos se notaban ya los signos de la adultez. Quizá era una suerte de fiestero empedernido.

-Te estaba viendo tomar solo durante un largo rato. ¿De dónde sos?
- De Perú.
- Ah bueno. Acá siempre tomo algo viendo el espectáculo ¿viste? qué te parece dentro de un rato vamos a “Azabache”. Es un boliche buenísimo.
- ¿Está lejos?
- No, no. Unos quince minutos en el taxi más o menos. Hoy abren asha. Y el ambiente es buenísimo. ¿Te gustan las uruguashas?
- Por supuesto. Cómo no me van a gustar, mi broder. Creo que hubiera sido un tonto si me iba. ¿Qué tal si vamos ahora mismo?
- Bueno, vamos entonces. ¿De qué parte de Perú sos?…


Soy malísimo para tomar. No sé ni quería saber cuál era el punto en el cual ya estaba desligado de mis facultades. Tomé un taxi con mi amigo uruguayo. A pesar de haber decidido ir estuve precavido durante buen tiempo del recorrido. Temí que sea algún pelafustán que hace amistad con algún extranjero y luego les roba. Al llegar al boliche toda desconfianza se disipo. El boliche prometía. No era tan grande pero la algarabía desborda por todo el lugar. La música ensordecedora. Las luces que pude apreciar desde afuera me hacían sospechar que sería una buenísima noche.

Entre gratis con el amigo uruguayo. El sólo resolvió en saludar afectuosamente al seguridad de la puerta y pude ingresar junto con él. Era un conocido del lugar. Una persona importante tal vez. No podía creer mi suerte. Entramos y lo que vi fue hermoso: muchísimas uruguayas
(claro, estaba en Uruguay ¿no?) desperdigadas, embravecidas, enloquecidas en cada extremo del boliche. Algunas andaban con su pareja otras en grupos otras reposando en la barra con la mirada traviesa y zigzagueante. No pude evitar salivar ante tanta carne blanquísima. Ante tanto lomo uruguayo a mi disposición. Sólo era cuestión de envalentonarme (Con la cerveza. Siempre la bendita cerveza, sino no me atrevo. Qué fiasco soy) y eventualmente ir hacia ellas.

Bebí una cerveza más con el uruguayo antes de buscar alguna eventual chica para bailar. Jodida mi suerte con el uruguayo. En todo momento me conducía entre la multitud. Se conocía todo el lugar el muy cabronazo.
Me preguntaba dónde me hospedaba, hasta cuando me quedaba, si tenía enamorada en Perú. Las uruguayas destilaban furor y belleza y yo contestándole preguntas al gordito. En algún momento me separé del amigo uruguayo harto de que me llevara de aquí para asha. Divague por el boliche con un vaso de cerveza en mano que no me acordaba en qué momento lo había agarrado. Ya para entonces andaba ebrio. Borrachísimo. Y no lo sabía.

Al llegar a uno de los extremos del boliche me encontré con tres pequeñas uruguayas, casi niñas, que me hablaron no sé cómo, ni por qué. Les dije que era peruano. Y ahí se armó el furor.
Les ganamos, les ganamos, me decía una de ellas. Las otras dos me comezaron a atropellar con preguntas sobre machupicchu, caminos del inca, y otros temas de los cuales me olvide ya. Bailamos. Tuve suerte de bailar con ellas. Hubo una cuarta chica más apartada, también amiga de las tres. Era la más linda entre todas. No se acercaba. No la culpé por nada. No soy agraciado. Mi mayor logro es ser un intento de persona simpática.

Luego de un rato se acercó. Le pregunté si quería ver un billete peruano. Ella asintió. Le mostré uno de veinte, le dije que equivalía a unos ciento veinte pesos uruguayos. Percibí un brillo en sus ojos. Me preguntó si se lo podía quedar. Asentí con la cabeza. Y así fue como me quede con las cuatro chicas, todas casi niñas o era lo que me parecía. Todas hablando con ese acento que me vuelve loco. Me quede con ellas un larguísimo tiempo. Y a medida que ellas me pedían que les invitara un trago, se me hacía más difícil quedarme. La plata se me iba.

Fue en eso que el amigo uruguayo volvió a interceptarme. Estaba algo ofuscado. Me preguntaba por qué me había ido. Le dije que fui a buscar lugares vírgenes. Ya es tarde vamos, dijo sin admitirme alguna queja. Me despedí de mis eventuales amigas y me fui con él. Salimos de la discoteca. Lo esperaban dos amigos más. Sobrios. Estaban conversando con tres uruguayas borrachísimas; me acerque con gallardía hacia ellos.
Hola, uruguashos ¿Quién quiere irse conmigo a Machu picchu?, atiné a decir. Cause risa entre las chicas. Una de ellas se me acerco y me aparto de entre los demás.

Los dos borrachísimos.
Apunta mi número, me dijo. No tengo donde apuntar, pero te puedo dejar un recuerdo. Y la besé en los labios con lascividad, como cuando saboreas un asado estupendo y cada uno de tus sentidos se concentra en esa carne grandísima. La solté unos segundos después. Lo siento me voy hoy y tenía que besar a una uruguaya. Ella río. Entonces bésame bien, boludo. Y con su permiso me enrosque en su abdomen. El beso que se descarrilaba de los labios al cuello, del cuello a las orejas, fue glorioso. A pesar de que fue efímero, aún tengo el sabor de sus labios. Llegó un momento en que nos separamos y miramos a los ojos. Dos perfectos desconocidos. Sos divino, ahora tengo que irme ¿sí? Me espera mi novio, cuídate peruano. Se fue cómo llego. Como una brisa calurosa.


El amigo uruguayo se acercó a mí junto con sus otros dos amigos. Me dijo que teníamos que ir urgentemente a comprar más cerveza para invitar a las chicas. Naturalmente accedí con regocijo.
“Sí webonazos”. Me condujeron por un lugar descampado, mi sentido arácnido pudo detectar que algo no andaba bien. A pesar de la embriaguez me sentía incómodo caminando por un lugar tan desolado. En un espasmo de lucidez les dije que me había olvidado mi polera. Proferí insultos a medida que mi cara se tornaba de preocupación. Ahora vuelvo, espérenme un ratito. Corrí en dirección al boliche, debió ser una corrida realmente patética aunque no la recuerdo. Una persona borrachísima siempre corre como un loquito sin dirección.


No fui al boliche. Corrí desviándome del camino a propósito. Decidí caminar mirando de cuando en cuando atrás.
Ningún uruguayo pendejo me va a hacer la cagada, pensaba incesantemente. Y eso me daba fuerzas en seguir y seguir, sin saber a dónde. Caminé sin rumbo alrededor de dos horas. Tuve suerte. A medida que avanzaba vi gente saliendo a trabajar, esperando tranquilos en el paradero. En un acto de valentía, a sabiendas de mi estado lamentable de borracho desfalleciente, les pregunté en qué dirección se encontraba la plaza independencia. Me señalaban con un dedo la dirección. Y caminé en ese rumbo. Y así llegué a mi hospedaje.


Llegué al hospedaje con las piernas a punto de desmayar. El recepcionista asombrado me dijo efusivamente “¿A esta hora llegás?. Son las ocho y media”. Parecía algo preocupado. Yo cabeza cabizbaja me dirigí a mi cuarto y caí echo mierda en la cama. No soñé nada. Era un remedo de persona borrachísima, feliz y con muy pocos pesos uruguayos en el bolsillo. Antes de dormir pensé en Luci. Decidí precipitadamente dormir sólo un ratito para luego eventualmente buscarla para salir por montevideo. Cuando desperté ya era la una de la tarde. Luci no estaba. Había salido a montar bicicleta con una amiga. Me odie por eso. Me duché. Me cambie rápidamente. Alquilé una bicicleta y la fui a buscar…

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