18 de agosto de 2011

*// luci, Lucía

Compré un pasaje a Montevideo. Al día siguiente me aleje de buenos aires. La travesía por mar y tierra duro unas tres horas. Me hospedé en el "che lagarto". Cerca de la plaza independencia, donde reposa artigas. Lugar predilecto por turistas de paso efímero. No conocía a nadie, pero tenía pensado hacerlo. Era la primera vez que viajaba solo. Era la primera vez que me sentía tan solo. Pero en mi cabeza resonaba incesantemente la idea de conocer alguna chica.

El recepcionista me mostro un mapa de Uruguay y en él, un lugar a donde podía salir esa fría noche. Veía con nostalgia el mapa, pensando en realidad en lo solo que me podía sentir al no poder compartir una salida con alguien. Pero no importaba, son las trabas a la que se enfrenta un viajero solitario, sentir en algún momento que no se puede compartir nada con nadie. “tranquilo, ya conocerás a alguien”, me decía.

Apoyado en la barra mientras veía el mapa fui testigo de una mirada fulgurante que con palabras que rasgaban el gélido aire uruguayo se dirigió a mí. Una chica que de pronto apareció a mi lado e intentaba atrapar mis ojos. Intenté evitarla instintivamente por un momento pero no pude. Su sonrisa asomaba inocente y con movimientos comedidos se acercó un poco más a mí intentando a su vez aproximarse al mapa. Era bellísima y su fragancia suplió el frío que sentía.

Me preguntó que veía, qué hacía, a donde iba. Era un huésped como yo. Una ocasional huésped que me había advertido solo y contrariado mirando el mapa.
No supe que responder porque tampoco sabía que era lo que pretendía en realidad; sin embargo le dije que quería conocer un “boliche”. Y que no sabía el lugar a donde tenía que dirigirme a pesar del mapa. Ella miró el mapa durante algunos segundos y asintió con la cabeza. “bueno, no tengo nada que hacer. ¿Vamos?”. “Sí, sí. Vamos”. Y a partir de ahí el viaje se tornó hermoso.


“Era argentina. Pequeña y delgada. Su cabello una suerte de frescura infinita. Llevaba consigo un invisible marco angelical a donde iba. Nunca pude adivinar lo que pensaba. Me bastaba con verla realizar o hablar algo que yo no preveía. Destilaba tranquilidad a cada paso. Sumamente cortés y delicada, y sobre todo llena de vida. Qué manera de encender la luz de la alegría por donde se desplazara. Destilaba tranquilidad a cada paso. Se llamaba Lucía. Luci.”


Cruzamos la plaza independencia que estaba al frente del hospedaje. “mira ahí está el arco que se ve en el mapa ¿viste?”, dijo. Cruzamos ese arco. Yo simplemente iba al compás de sus movimientos intentando decirle cosas interesantes sobre mí y preguntándole otras sobre ella. La calle estaba tranquila. Ella caminaba cabeza cabizbaja, mirando casi en todo momento el mapa. Yo miraba sus cabellos. Apreciaba su manera de caminar tan apacible y dulce.

Doblamos una esquina, la última de todas. Y llegamos al boliche. Se llamaba “El poni pisador”. Era temprano. Como las nueve de la noche. Allá todo empieza alrededor de la una. “Bueno, acá es. Aparte de esta hay otras por asha ¿Venimos más tarde entonces?”, me preguntó. “Claro”, dije y oculté mi alegría al escucharla. "Cómo voy a decirte que no a ti, linda, sería el más pelotudo de Argentina o el más webón de Perú si te dijera que no", pensé. Volvimos al hospedaje.

El día había renunciado hace horas. La noche descansaba en la ventana. Le agradecí a Luci y ella fue a su cuarto. Yo al mío. Pasaron un par de horas y mientras leía, oí su voz afuera. Salte de la cama y con el letargo de la música de su voz me aproximé. Estaba con dos chicas más. Luci estaba preciosa, abrigada y preciosa. Me presentó a sus dos compañeras. Eran peruanas. Iban a cenar. Resolví en ir a comer con ellas a pesar de no tener hambre. Quería estar cerca de Luci eso era todo. Esas enajenadas ganas de estar junto a una persona y que todo se reduzca a ello. Estar cerca. Simplemente estar cerca.

Luego de debatir lo que comeríamos mientras caminábamos por la vereda, apostamos por una pizza. Entramos a una pizzería cercana al hospedaje. Pedimos una pizza increíblemente grande sólo superada por el extraordinario sabor de la misma. Tanto las peruanas como luci podían hilar una conversación mientras comían - Suerte de mujeres poder conversar con tanta frescura mientras comen - Yo atento a la televisión como único escape de evitar conversar. Fingía ver la tele, pero en realidad oía la conversación. Y de rato en rato miraba la comisura del pecho de Luci que estaba sentada frente a mí. Luci llevaba una blusa turquesa que me regalaba una vista bellísima. Ella quizá se dio cuenta de aquello y sólo atinaba a taparse de rato en rato. Toda una dama Luci. Era un ángel comiendo apacible. No quería despertar, no cabía duda que estar frente a ella era un sueño. Acabamos de comer y ella pidió un helado. Lo dejó casi tal cual. Fui yo el que se lo acabó a pedido de ella. Luci.

Volvimos al hospedaje. Las chicas se dirigieron a recepción y esperaban a que les dieran la llave de su cuarto. Yo con muchísimas ganas de salir, inclinado a la posibilidad de que el día que acababa podía ser más increíble aún de lo que ya era luego de haber conocido a Luci y encontrarme cautivado por ella. Ahora era turno de bailar y demostrar con mis pasos torpes que podía ser un buen amigo.

Corto fue mi entusiasmo cuando ella dijo que prefería descansar luego de tan majestuosa cena, había comido muchísimo y sólo deseaba descansar. Se fue con sus dos amigas peruanas a su cuarto. Me despedí de las tres. Personas geniales, dignas chicas de sonrisa contagiosa. Alegría en cada esquina de sus rostros. Luci me dijo que el siguiente día si saldría de todas maneras. Y yo deseando que ya, pero ya fuera el siguiente día.

De todas maneras salí esa noche. Fui al “El poni pisador”. Las personas que se encontraban adentro disfrutaban y bebían enardecidos de felicidad. “La gente siempre está feliz en montevideo, puta mare”. Me acomodé en la barra y pedí una Pilsen, cerveza uruguaya. Ese día estuvieron cantantes en vivo. Todas canciones romántiquísimas que lindaban con la cursilería. Lamente que Luci no hubiera venido, ya desde ese momento la extrañaba. A medida que se acababa mi cerveza, pedía otra y otra más. Era el único que tomaba solo, pero no me importaba. La estaba pasando bien recordando el día tan lindo, recordando los ojitos, la barbilla finísima, los hombros ligeramente caídos. Recordando a la argentina linda de mirada indescifrable.

“La adoro - ¿cómo la vas a adorar si la acabas de conocer? – sí, la acabo de conocer pero es como sí la conociera de toda la vida. Su risa, sus gestos, sus modales tan agudos. Todo, ella lo es todo”

Me voy, ya fue suficiente. Mañana me levanto temprano y le diré que quiero conocer todo Uruguay con ella. Fue suficiente cerveza por hoy. Estuvo buenísima. Nos vemos mañana poni pisador.

Cuando bajaba de la silla un gordito orondo se me acercó. Toda la gente ensimismada repetía letras de las canciones romanticonas. ¿Qué tal?, ¿viniste solo?. Sí, bueno pero ya me voy. No, no. Vení. Vení. Y lo seguí. Aun no entiendo por qué lo hice. Sentí un levísimo frío al seguirlo…

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