25 de junio de 2011

*// Y un día se fue


“La despedí porque le había dado el número de la casa al vigilante de la escuela de ballet de Valeria, que se ha creído, coquetasa, sinvergüenza. Que se valla con todos sus cachivaches, no la quiero acá. Ya conseguiremos otra chica. Así que cada uno limpie su cuarto, laven sus calzoncillos y medias. Ya están bien grandecitos.Sobre todo tú, ya estas viejonazo.”

Fui a su cuarto en el primer piso. ¡Era verdad! Ya no estaba. Sólo quedaba la cama con figuritas adheridas al respaldar, la radio que le presté, la cómoda que se deshacía horrible y la mesa para planchar. Mi mamá la había despedido. Judy ya no estaba en la casa para atenderme.


Ha pasado una semana y mi casa se va a la mierda empezando por mi cuarto, específicamente por mi baño. Todo es un caos, un caos silencioso, discreto del que ninguna persona se ha enterado. Donde eventualmente solo se oyen los alaridos del perro rascando la puerta porque tiene hambre. Susurros de los hámster al momento de follar, qué manera de cachar la de esos pendejos. Ya no se oyen los huaynos chillones de Judy, música con la cual, me guste o no, mi casa tenía color y vida.

Judy llego a mi casa hace seis meses procedente de Huancayo. Era de las características buscadas por mi mamá lo que la llevo a contratarla. Joven, servicial, respetuosa y con muchas ganas de trabajar. Aunque creo que decir muchas ganas, solamente ganas, sería desmerecer su terca manera de limpiar, servir, refregar trastos, baldear el patio, etcétera, etcétera, etc. Judy era incansable.

El modesto trabajo de empleada del hogar es casi siempre poco remunerado, mal pagado, pésimamente estimado. A ella le importaba un carajo. Hacía todo en la casa con alegría y con una sonrisa de esas que siempre te regalan los niños de la sierra, una mirada exenta de remordimiento. Siempre con sus cachetes chaposos, su ropita sencilla y sus menjunjes para la belleza en la cara que la mantenían sin granitos.

Despertaba a las cinco y media. Se lavaba la cara, se peinaba, se ponía su lacito en el cabello y empezaba el día preparando el desayuno. Hacía maravillas a veces con lo poco que había en la refri. Aquellas veces de escasez de víveres preparaba quaker, hacía tortillas de huevitos que alcanzaba para todos. O a veces apuradísima ella, salía a comprar pan, jamonada y alguna fruta con la que preparaba algún jugo para no dejarme salir con el estómago vacío. Siempre me decía. “Joven, quizá no almuerces porque te quedas estudiando por eso tomate tu buen desayuno”. Linda ella.

Cuando llegaba a casa sus primeras palabras eran “¿Le sirvo su comida joven?”. Luego con suma destreza comenzaba a escarbar el arroz, sazonar el pollo, los coloca en un plato y lo metía al microondas a calentar. Colocaba el individual, los cubiertos, la jarra exclusivamente para mí (con jugo o una riquísima chicha, jamás la basura de Zuko) y todo quedaba listo para engullírmelo.

Luego de la comida. Me dirigía a mi cuarto a descansar no pocos minutos y de paso a darme placeres individuales con mi laptop actuando como cómplice y único espectador acreditado e infaltable. Creo que ella sospechaba lo que hacía en mi cuarto. Y lo confirmaba cuando lavaba mis calzoncillos con manchas sospechosas, pero nunca me dijo nada, nunca me dio una mirada reprobatoria ni se ponía a indagar nada que yo sepa. Era perfecta.

Siempre quise una persona así que me atendiera. Y la tenía hasta hace poco. De pequeño un amigo de la cuadra me contó con los ojos lujuriosos y tocándose sus pequeñas guirnaldas que se masturbaba viendo a su empleada cambiarse cuando ella eventualmente salía a una fiesta los sábados. Se me paro no más de escucharlo y tuve un deseo constante desde ese día. Coincidiendo con ello mi madre había contratado a una chica que llegaría la semana siguiente.

Me aturdió mirar a la chica la semana posterior, no era chica, era una vieja, huraña, quizá menopaúsica que vivía amargada y jodía de todo. Que ponte los zapatos que recién he baldeado, que no veas mucha televisión, que no salgas a la calle. Vieja rechucha. Qué bueno que sólo estuviste poquísimo tiempo. Contigo no me hacía la paja nicagando. A partir de ahí la imagen de una empleada del hogar sexy se difumino. Hasta que llego Judy que no era precisamente sexy sino linda y tierna. Y torno mi vida más fácil y placentera.


Ahora sin ella mi casa es un barco a la deriva, desaparecido, casi fantasmal, llena de polvo y objetos que no están en su lugar. Los animales lloran porque nadie les da su comida a la hora respectiva. Mi estómago aclama su comida tan rica. Mis viejos llegan en la noche cansadísimos. Y yo tengo que atenderlos, es un acto noble pero ya quede sin fuerzas, no aguanto atender a nadie porque soy un egoísta y no puedo evitar serlo. Mi mamá prometió traer a alguien más pero nadie será como Judy de eso estoy seguro. Las palabras no me salen, las lágrimas me son indiferentes. Mis necesidades básicas no son cubiertas sin ti Judy.

Judy te extraño. Algún día te buscaré y te contrataré nuevamente. O mejor aún, te traería a vivir conmigo, siempre y cuando cumplas la función que hacías en mi casa. A pesar de todo fuiste la mejor en lo que hacías. Donde quiera que estés ahora, suerte. Recuerda que no fuiste despedida por la familia sino por mi vieja. Que la cago totalmente.

“Señora le di el número de la casa a Waly porque mi celular se perdió, ¿disculpe ya?. Y no me grite. Si quiere me voy no tengo ningún problema. Aparte sus hijos ensucian mucho. Yo también me canso seño. No sé qué decirles a veces. Su hijo el mayor es un asqueroso, revise sus calzoncillos. Es jodido lavar esa porquería blanca pegada. Si me quiere despedir, bien pues. El waly me dijo que su jefa tiene un trabajo para mi mucho más fácil, donde limpiaría la casa y cuidaría al perro. Así que me voy entonces señora. Gracias. Y que su hijo madure y deje de hacer las cochinadas que hace en su cuarto, dígale así seño. Gracias más bien a usted. Ahorita alisto mis cosas. Trabajo no me va a faltar caray.”

19 de junio de 2011

*// Crónicas de un pajero



UNO

Mi descarga cien, al fin. No puedo ocultar esta alegría que me embarga. Tengo cien videos porno de la mejor calidad. Todos en HD. Por estos videos desfilan actrices de buena reputación con un distinguido público. Me considero uno de los muchos que disfruta con cada acrobacia de estas lascivas señoritas. Lo considero un arte. Un arte con olor a masturbatorio.

DOS

A veces recuerdo como empezó todo. Desperté a la una de la madrugada. Tenía nueve años y la mente sumamente inocente, mi imaginación era muy chata acerca del sexo. Pensaba en ese entonces que los bebes salían como una caquita por el trasero. Cuando la mamá ya no te podía aguantar dentro, te tenía que cagar. Ese era mi idea vaga, la cual me daba igual ahondar. Mi día era jugar y comer muchísimo.
Entonces desperté y me dirigí al baño. Me hacía la pichi. No podía mojar otra vez la cama ni esconder otro calzoncillo meado porque ahí si me fregaba. Así que caballero desperté y con el temple de un hidalgo me dirigí al baño de mi cuarto. Prendí la luz, saque al nómade, lo desarrugue y me dejé ir. Fue delicioso mear en la madrugada, pretendí ser un borracho de esos que una vez vi ensimismados haciendo la pichita en la calle. Luego me fui a la cama. Pero no conciliaba el sueño. Pensé en contar ovejas como solían aconsejarme los dibujitos. Nada. Entonces hice lo que hasta ahora me queda marcado. Prendí la tele como para pasar unos minutos y luego caer rendido a dormir. Hice zapping. Nada interesante. Mis canales favoritos proyectaban episodios repetidísimos. Me adentre en otros canales hasta que llegué al canal que se volvería mi canal favorito en las noches frías cuando la compañía es innecesaria en los placeres de un niñito. Era el canal quince. Daba cueros. Una mujer enseñaba el alma danzando sujeta a un tubo. Los senos perfectos, la florcita recortada, las piernas, esas piernas, era una ninfa hermosa y rubia y desnuda solamente para mí.Debo confesar que esa noche estaba aterradoramente excitado. Comencé a salivar y algo dentro de mi buzo empezó a reptar. No supe el por qué puesto que ya había orinado toditito. Era otra cosa que invocaba a la pichina, no lo supe hasta los trece. Ese día solo vi como ahí abajo se paró de manera involuntaria, la vi inquebrantable y dispuesta a algo. En ese entonces no supe a qué.

TRES

A los trece. En primero de secundaria. Nos dieron una encuesta que naturalmente respondí con rapidez. Sólo hubo una pregunta que no logré entender y que no me dejaba acabar. Decía: ¿Te masturbas?. Me resolví en preguntarle el significado de esa palabra a la miss. Al preguntar todo el salón volteo hacia mí como si acabara de decir algo muy heroico. La miss, mi miss a la que siempre quise. Y a la que algún día quise ver desnuda me dijo: si no sabes que significa lo puedes dejar así como está, no te preocupes. Me quedé con la duda.

Al terminar todos la encuesta y con ello la clase dos amigos se me acercaron. Eran de los más pendejos y de los que quería hacerme bien patas algún día. Uno de ellos me dijo: Webón nunca te la has corrido no seas pendejo, es fácil. Mira, te coges la pinga cuando está parada y la frotas con la mano, de arriba hacia abajo. Mira, así pones tu mano. Me enseñó su mano. Era en forma de puño pero con un considerable espacio en medio.
Llegué a mi casa dispuesto a hacerlo. Para ese entonces ya tenía algunas fotos, revistas o periódicos donde aparecían flacas preciosas, riquísimas. Con bastante carne y un trasero que idolatraba. Me excite rápido. Cerré mi cuarto con llave e hice lo que me dijeron. Me recosté en la cama y mirando a una vedette me la comencé a correr, fue algo nuevo y maravilloso, fantaseé sólo en mi cuarto. Mi barbilla levantada ligeramente y mi boca entreabierta. Luego de unos segundos dejé el retazo de periódico y me dediqué a mí. A mí y a mi wasita. La acaricié con esmero. Aceleraba y bajaba la velocidad mientras en mí despertaba la lujuria, el deseo carnal que había permanecido en algún recóndito lugar de mí ser. Luego me la vi. Estaba tiesa y venosa (no tanto como ahora). Le di con más fuerza y poder al frote hasta que sucumbí. Y vi como las manchas de mi victoria relucían y me salpicaban toda la mano.

CUATRO

Creo que soy un adicto. Un adicto mal. No puedo vivir un día sin ver aunque sea un minuto de un buen video porno. La quiero, la deseo, la necesito para comenzar contento y botar el líquido pecaminoso con el que amanezco. Porno, porno, porno. Quiero porno.

Siento que un día se me caerán los webos del sobre uso que le doy. Es que no es lo mismo jalársela la wasa con la mano que introducirlo en una acogedora florcita. No es lo mismo. Lo segundo es más, es más rico, natural y es un placer compartido. Por el contrario yo práctico el egoísta, me agito de manera prolongado (he mejorado respecto al tiempo), imaginando, divagando con flacas de la universidad o con alguna flaca de alguna discoteca con la que nunca pasa nada o con los videos que tengo, que la verdad merecen un aplauso pues me han salvado el bolsillo varias veces cuando caliente y furioso estaba listo de ir a la acogedora Cucardas.

CINCO

Sueño algún día acabar mi carrera. Me gusta dónde estudio y lo que estudio. Sueño algún día aprender inglés. Sueño algún día que te la corras viendo los videos porno que crearé. En los que participaré. No te arrepentirás al verme. Me veras follando con gran destreza, haciendo movimientos difíciles, haciéndolo con gringas voluptuosas, hermosas. Del mejor semillero.

Me imagino desde ahora la trama. Yo apacible en la biblioteca de mi universidad. En un cubículo. Estudiando. La biblioteca repleta de estudiantes preocupados por un parcial que se dará en breve. En eso una bella colegiala irrumpe en el lugar como fuera de contexto, despreocupada en contraste con el ambiente. Camina, pasa entre los estudiantes cabizbajos inmiscuidos en sus temas, sentados en las carpetas individuales. La colegiala me mira a través de los cristales y entra embravecida al cubículo de lunas transparentes. Grita “Cachame, lléname de semen conchatumare”. Yo no podría decir que no. Al carajo, que me la chupe el parcial. Y tenemos sexo delante de todos los estudiantes que se percatan de lo que acontece. Es tan desaforado el cache prolongado que tenemos en el cubículo, que los demás también dejan de estudiar y se contagian del ardor, del deseo sexual. Unos también follan a la par conmigo otros se la corren mirándonos. Todo es hermoso, bello, exquisito. Sería la orgía más intelectual que hubiera existido . Un oscar en los premios porno. Derramaría lagrimas con el pene erecto cuando vea mi película elegida ganadora.

Por el momento de actor porno sólo tengo la mente retorcida, imaginativa y liberal. Los webos no lo sé, no me los mido pero creo que dejaría insatisfecha a muchas actrices sino a todas.


SEIS

Se considera que la masturbación no es mala. Qué es muy buena. Evita el cáncer y otros males que nos aquejarán ya de viejos. Entonces, si es buena me encuentro doblemente feliz. Por mi descarga cien y porque así pajero como soy, hago algo bueno por mi vida.

17 de junio de 2011

*// Los color caca

Marita lava ropa todos los días. Tiene las manos cuajadas, agrietadas de tanto refregar trastos. No se hace problemas ya está acostumbrada. El empeño que le pone es tasado en doce soles. Siempre recibe la plata y se persigna con ella. Se gana muy bien ese dinero y con todo derecho llega su casa cansadísima a dormir. Cuando ella llega su hija es quien la recibe con un abrazo. Es su adoración. Marita también adora a sus otros dos hijos que aún llegan más tarde del trabajo. Uno labura en limpieza pública, el otro es un temerario cobrador de combi.


Sebastián posee y se enorgullece de unas zapatillas blancas, ama verlas, las guarda en su caja, las lava con suma delicadeza, y al llegar a su casa muy cansado de haber laburado abre la caja y las contempla. Admira la marca de sus zapatillas, “Tigre”. Adora mirarlas y sacarle algún rastro de pelusa o limpiarle cualquier mancha de suciedad o simplemente las limpia porque son su tesoro. Con ellas juega pelota los sábados o sale a alguna reunión con su familia o amigos. Una reunión se entiende salir a la bodega por las noches a comprar una gaseosa y un par de galletas, es un lujo del que no se priva. Posee también dos polos totalmente nuevos que su madre le trajo un día de sorpresa, aún en bolsa y con ese olor tan rico. Tienen el logo “Castrol” y los usará al comenzar las clases el lunes. No puede esperar un día más para estrenarlas, muere de ganas de sentir esa frescura que solo te da una prenda nueva. Es paciente y no las abre.

Lucho es un tipo muy sucio, le encanta dormir como llega, no se lava con el agua que está en la tina que su madre junta con tanto ahínco, desprecia el agua, no por malo ni para ahorrar ese preciado recurso sino por cochino y haragán, pero como cualquier hombre a la hora de ver a la chica de sus sueños, a la razón de su sonrisas cuando está distraído en el trabajo, barriendo por los meaderos. Se toma la delicadeza de bañarse y exprimir el limón en sus axilas para evitar cualquier mal rato con su olor.

Micaela duerme con Sebastián en la misma cama desde hace un año. Antes dormía con Lucho pero su olor era insoportable. Le pide a diosito que su Papá regrese, porque lo extraña, le han dicho que diosito siempre escucha, no quiere la muñeca linda que vio en la tienda de Doña Ceci, ha cambiado ese deseo por el que su padre regrese.


Papá anda perdido. No puede volver a casa. Extraña un montón a sus tres hijos. Llora por las noches. Quiere suicidarse. Sería algo breve, un dolor profundo pero único, unas lágrimas caprichosas correrían por su ojos pero es cobarde o a veces se aferra a la ligera y fugaz esperanza de salir algún día y poder abrazar a la hijita de sus amores, jugarse un partido con sus hijos y besar a su esposa. Se aferra a ello. Guarda el abrazo, las piernas y el beso. Los guarda para cuando salga. De repente en doce años. Quién sabe. La cárcel es dura. Los años no pasan tan rápido y él está enfermo.

12 de junio de 2011

*// Adios Cusco, Te odio 2


…//

- Ah! Tú eres… ¿Contigo baile ayer no? ¿qué tal?– Leo intentó ocultar la alegría que le embargo por unos segundos. Quería mostrarse serio.

- Claro!, y bueno te debo una disculpa, tuve que irme con mi novio y unos amigos, cuando quise invitarte a sentarte con nosotros ya no estabas. ¿Adónde te fuiste flaco?

- No, no te preocupes. Está todo bien así. Ya me tenía que ir, así que todo bien.

- Ta bueno, mira. Estoy sentada ahí con toda mi delegación loco. Vení con nosotros - señaló una mesa detrás de los cristales, algo más discreta detrás de una mampara, y que él no había vislumbrado al llegar, en la mesa habían varias personas concentradas en algo en particular- Vení a sentarte con nosotros flaco, estamos jugando un juego rebarbaro, el de una torre que se tiene que desarmar sin que se venga abajo. Y yo que soy más nerviosa a la quinta se me cae.

- Ja, no quiero incomodar, estoy bien Pame. – dijo secamente evitando mostrar aún su fastidio.

- Andá! No te hagás de rogar - Y lo abrazó suavemente, por detrás de la silla, palmoteo tiernamente su pecho. Leo sintió su respiración y el hipnotizante perfume que emanaba Pamela - Ven con nosotros flaco bello – le dijo antes de soltarlo.

La televisión se encontraba de mero adorno porque nadie le prestaba atención, el mesero aún no volvía con el pedido, el cuadro frente a él perdía de repente todo rasgo interesante. Y Leo quería más a esa argentina de la narizita roja con aire tan despreocupado. Pero aún andaba fastidiado de que tuviera enamorado y no se lo hubiera dicho antes. El odiaba eso. Hacía de cuenta que siempre querían joderlo, molestarlo.

Entumeció el rostro y sin ningún ápice de alegría le dijo.

- No quiero ir contigo, respeta a tu enamorado, anda con él. Y deja de abrazarme que recién te conozco– dirigió su mirada al cuadro nuevamente, esperando que se alejara de él.

- Sos todo un puritano loco. Sé que a vos te gusta que te abrase. Te voy a estar esperando.

Lo abrazó nuevamente, esta vez con más fuerza y lo besó en la mejilla.- Vienes – dijo y se alejó tan fresca, con ese aire de despreocupación.

El mesero llegó con el pedido. La taza de café y el mixto caliente. La espera y la inesperada llegada de Pamela le habían hecho olvidar por completo el hambre atroz con el que llego.

“Pamela !Regresa y abrázame, invítame a comer a tu mesa para rechazarte con más indiferencia!”. Comenzó a comer el mixto, el café estaba muy caliente, que irritante tener siempre que esperar que el café se enfríe. Hacía un esfuerzo inútil al soplarlo porque no se enfriaría un carajo.
Lo peor de estar ahí sentado cenando era que de seguro ella lo estaría mirando desde su mesa presenciando lo patético que se veía ahí soplando el café y comiendo ese miserable mixto. La tenía en la cabeza. Alguna vez escucho decir a alguien que con un simple abrazo, un beso o una sonrisa una mujer podría desarmar a un hombre por más frío que este sea. Así se encontraba en ese mismo instante, desarmado, hecho mierda, con ella dando vueltas en su cabeza. El pan en sus manos le resultaba extraño, el cuadro ya se tornaba insoportable y horrorozo. “Pamela, narizita roja ven de nuevo”. Tomo un sorbo de café y no pudo evitar devolverlo, aún quemaba. Al dejar la taza la cucharita cayó al suelo. Se inclinó desde su sitio a recogerla. Al restaurarse aprovecho el momento de girar la cabeza para intentar verla aunque sea por un segundo. La miró.
Intentaba hablarle a su novio, mientras este acomodaba el jenga y le prestaba más atenció a sus otros amigos. Ella le contaba algo haciendo exagerados ademanes. Así era ella. Todo era más lleno de vida, todo era superlativo, a veces se reía inmiscuida en sus propios movimientos y gestos, pero parecía que nadie le hacía caso. “Sarta de idiotas” .Hasta que en eso, en un descuido Pamela miró a través de la mampara y logró ver a Leo con una ligera sonrisa, casi hipnotizado.

Putamare, ya me vio – Leo volteó y comenzó a acariciarse la nuca, y jalarse un poco los cabellos.

Apresuró la comida, se metió a la boca el mixto que quedaba. “Me voy”. Dio unos cuantos soplidos más al café antes de atreverse a tomarlo así tal cual esté para irse. “Demonios, aún quema como mierda”.


Vení un rato porfavor – escucho decir luego de que le tocaran el hombro.

Vió a Pamela dirigirse hacia los baños con ese caminar zigzagueante y coqueto.

Leo dudo un instante, vio a través de la mampara al novio hablar por celular, tomó valor y se encaminó al baño. Ni bien la viera le iba a decir que deje de abrazarlo o tocarlo. Se comportaba como una señorita de la nobleza.

Al doblar la esquina que daba al baño encontró a Pamela apoyada contra la puerta del baño de mujeres. Lo esperaba con una sonrisa, y unas ganas de jugar.

¿Qué cosa quieres ah? – le espetó

Ella seguía recostada en la puerta con aquella sonrisa inquebrantable.

Deja de joderme ¿quieres? Quiero cenar tranquilo, ya estaba por irme y bueno… Fue bonito verte, eres muy linda, que la sigas pasando bien con tu novio y tus amigos – dijo con el fastidio que asomaba por su rostro y que no pudo evitar.

Ella puso los dedos dentro de sus bolsillos laterales y avanzo lentamente hacia él. Leo se deshacía de amor y sus latidos se apresuraban tanto que lo dejaban paralizado. Cuando Pamela estuvo a medio metro de él, saco la mano derecho y comenzó a acariciarle la mejilla. Leo la agarro a los segundos y se la bajo delicadamente sin dejar de mirarla a los ojos, dándole la peor mirada de ira.

¡Déjame carajo! ¿Qué crees que haces ah? – dijo con una voz quebrada como si lo dijera sin querer, como último recurso para no aparentar debilidad. – Adios.

Pamela raudamente lo agarro de la mano cuando él ya se disponía a irse, se pegó a él, lo abrazo, respiro sobre su pecho unos segundos - ¿Por qué sos tan tarado pibe? – le dijo – Leo solo se dejaba abrazar, quería corresponderla pero su orgullo se lo impedía.

El pasadizo del baño estaba ocupado por ellos dos, nadie acudió al baño durante esos escasoz minutos, nadie se acercó, ellos callaban en un abrazo, sólo el ruido del televisor actuaba evitando el silencio absoluto. Se oía el caño de algún baño gotear como marcando el tiempo.

¿Ya déjame sí? – Leo toco sus hombros suavemente

Boludo! No ves que quiero estar ahora con vos, que lo único bonito que he tenido en este viaje de mierda ha sido contigo, bailando tan lindo tu conmigo. ¿Sabés? mi novio es un tarado. Parezco su mascota. Siempre ha sido así– Pamela apretó aún más los brazos, rasguño ligeramente la polera de Leo y lo miro con esa mirada, esa mirada de niña que tiene en sus manos el juguete que siempre añoro y que se lo quieren quitar de repente.

Me voy, suéltame – dijo casi susurrando.


Pamela dejo de abrazarlo y se abalanzo a su rostro. Se enfrascó en su cuello y lo besó con ternura, pausada. Como si esperara el final de algo, como si todo se derrumbara a su alrededor y solo esperara la inevitable muerte. Fue un beso prolongado que él correspondió, donde los labios y la lengua jugaban a tocarse con más amor.

Se soltaron.
Se miraron.
Se quisieron.

Ella se recostó sobre él. Él la atrapo, la cargo y la beso. Camino hacia el baño con ella en brazos. Abrió la puerta evitando interrumpir el beso enardecido que se daba con Pamela.
Entro y cerró rápidamente la puerta con seguro. La bajo al suelo. Cada uno sabía su papel. Comenzaron a desnudarse sin desconectarse el uno al otro. Los cuerpos iban apareciendo mientras el suelo se llenaba de prendas innecesarias. Se besaron otra vez. Ahora él era quien explayaba mayor efusividad. Hicieron el amor allí parados con la mirada perdida. Se dieron caricias espontáneas mientras ahogaban los gritos. Las caricias eran torpes, confusas, pero sinceras y calurosas. El placer solo relucía en la mirada de cada uno. Y no se atrevían a cortar aquel momento con ninguna frase. Solo contorneaban sus cuerpos, sincronizaban sus movimientos. Los jadeos fueron inevitables hasta que un grito breve y seco acabo por abrazarlos.

Se vistieron rápidamente, ahora ensimismados. Él aún jadeaba, ella reía e intentaba interceptar su mirada. Salieron del baño, nadie los había visto. Había parecido una eternidad.

-Estar dentro de ti, la manera en que me miras, todo a sido perfecto - dijo él con la mirada de un perrito que encontró a su dueña.

Calláte flaco - Lo besó apresurada, con ira - ¿Ahora me voy me entendes? Pero mañana estaré aquí a las siete de la mañana con todas mis cosas, me voy con vos. Voy a dejar a esos idiotas – le dijo como si le obsequiara el mejor de los regalos.

“Yo me voy en dos horas”. Leo acarició su pelo – Mañana nos vemos – musitó antes de besarla y dejarla ir.


Se recostó en la pared unos segundos. Cruzó las piernas. Camino en círculos mientras se arremolinaba los cabellos, comenzó a cavilar. Al salir ella ya no estaba.

El café ya estaba muy frío, “demonios”. Pago la cuenta, salió del restaurant y suspiro antes de alejarse e ir rumbo al hotel.

4 de junio de 2011

*// Adios Cusco, Te odio


“Acá si la hago, me embriago y olvido lo mierda que lo estoy pasando”

Leo se encontraba a puertas de la discoteca que le habían recomendado antes de viajar al Cuzco. Nadie fue con él al viaje. Invitó a varios amigos pero todos se rehusaron o dijeron alguna excusa creíble. Él viajo solo. El tour que pago y al que fue era carísimo. No le fue mal, conoció lugares hermosos como Pisac, Tambomachay, conventos, plazas. Pero todo era tan insustancial, tan soso porque no se tenía con quien compartir, con quien charlar. No conoció a nadie ni se divirtió un carajo en el tour. Volvería al día siguiente por la noche y quería aprovechar la última noche bebiendo algo. Emborracharse era una opción.

La discoteca se llamaba Inkateam. Leo pagó la entrada e ingreso. Subió por unas escaleras, había muchísima gente, era difícil pasar entre los cuerpos de los extranjeros y bricheros que se encontraban bailando enardecidos por la música chillona y pegajosa. Él se sentía un brichero más. Le seducía la idea de ver a alguna europea, hablar un rato, quizá bailar y luego ir a la cama y enfurecido, brindarle el mejor sexo.

Con muchas dificultades llegó a la barra. Los barman tenían un sombrero llamativo y servían las bebidas con tal experiencia que uno pensaría que habían sido amaestrados durante años para ejercer ese divertido oficio. Pidió un vaso de cerveza. El que le correspondía por cortesía. Por un largo rato con el vaso en la mano permaneció apoyado en alguna esquina mirando a la gente bailar. Buscaba envalentonarse con la bebida para tener el valor de hablar con alguna chica. Todos bailaban, los extranjeros tenían ese toque mágico que anima las fiestas, los bricheros cumplían su labor, bien bañados y perfumados complementaban el baile.

Leo no resistió ver tanta alegría, subió al segundo piso de la discoteca para observar desde arriba y perderse entre el bullicio y la gente con los cuerpos ya sudorosos. Se quedó ahí apoyado en una baranda con la cerveza en la mano. Esperando los efectos. No quería drogarse, esta vez no, sólo emborracharse. Miraba y miraba. Las europeas siempre con una sonrisa que regalar, era fácil distinguirlas o tenían el cabello rubio y la piel blanquísima o vestían de manera más llamativa o tenían esa mirada de estar en un lugar totalmente distinto.

- Flaco ¿tenés encendedor?

Sintió un palmoteo en el abdomen. Leo volteo a mirar, un sudor frío recorrió su cien hasta caer.
Una pequeña y linda chica lo había llamada.

- Si, ¿qué quieres quemar? – intentó ser gracioso

- Jaja prestáme por favor, ¿ Querés uno? – le mostro la caja de cigarrillos. Leo tomo uno. Lo prendió y luego le ayudo con el suyo.


La chica se paró a su lado y se apoyó junto a él en la baranda logrando ver los dos a la gente bailar, embravecidos, parecía haber más gente a cada instante y era mejor no estar ahí abajo porque uno podría morir ahogado en la marea humana.

El humo del cigarrillo traía gratos recuerdos, de noches inacabables, irrecordables, de borracheras confusas. El olor a cigarrillo siempre traía un grato recuerdo aunque éste de por sí sea realmente asqueroso.

- ¿Cómo te llamás? – la chica preguntó mientras botaba el humo y hacía una mueca media confusa al mirarlo.

- Leo , y ¿tú?

- Pamela. Pero decíme Pame. Solo la vieja me dice Pamela así con todas sus letras. Aj! No me la banco. Me encanta ésta disco. ¿Sabés? estaba subiendo al tercer piso y encontré una pareja en pleno follón, que estupendo loco. Me hubiera quedado pero quería verlos fumándome un cigarro y ni modo jaja.

- ¿En serio? Ahora subo entonces. Lo único sexual en mi vida son los incontables videos porno que tengo en mi laptop – Leo hacía ademanes mientras ella no podía evitar reír.

- ¿Me estas cargando? Por favor pibe. ¿Cuantos años tenés? ¿Unos Veinte? Con esa cara que te manejás cuantas minas te estarás levantando. Mirá vamos a bailar a ver si soy una de las afortunadas.

Pamela le quitó el cigarrillo, lo tiró y lo aplastó. Lo mismo hizo con el suyo. – Vení flaco – Leo se acabó de un sorbo lo que quedaba de cerveza y bajó a la pista de baile. Bajaron las escaleras ella adelante jalándole de la mano. Su mano era muy suave y fría.

Pamela se acercó a su oído – ¿Ché decíme que tal bailo? – y se comenzó a mover. Movía la cintura, se regocijaba mientras se agachaba mirándolo a los ojos.

Leo pudo percibir que su nariz se tornaba rojísima mientras más bailaba. Rió para sí.

- Oye tu nariz se ha puesto roja

- Siii, siempre se pone así – dijo sobándose la nariz tornándola más roja aún.

Pero es hermosa – Leo agregó y le apartó delicadamente la mano de la nariz y la miró con infinita dulzura.

Ella le dio un beso en la mejilla - Qué lindo sos, me muero – ahora el rojo era Leo y no sólo la nariz sino toda la cara.

- Ahora sos tú el rojo loco – Pamela río enseñando sus dientes perfectos.

El ambiente fue cubierto por un manto romántico. Empezó a sonar la canción de Nazareth. “Love hurts”. Y Leo agradeció a Escocia y a Willian Wallace que nada tenía que ver en el asunto.
Como si fuera una conspiración de la canción Pamela abrazó a Leo y empezó a zigzaguear lenta y pausadamente al ritmo de la balada. El viaje a Cusco se iba tornando hermoso. Leo apoyo su cabeza en la de ella y olió un delicioso perfume. Quería estar así toda la noche abrazado a esa argentina tan suelta y despreocupada. “Love hurts uhhhhuhh love hurts”
Quería besarla en ese preciso instante. No. Lo echaría todo a perder. Sintió que lo abrazaba más fuerte. El humo de los cigarrillos era perfecto. Olerlos en ese preciso instante ensalzaba la escena, cerró los ojos y no había nadie más en la pista solo la oscuridad, un abrazo de Pamela, el humo de los cigarrillos y Dan McCafferty de Nazareth con su voz sufrida.

Las frases de amor fueron ajenas en ese instante pero rondaban y se harían presente ante cualquier llamado, bastaba con la canción para multiplicarlas y mantenerlas ahí circulando.
“Love hurts uhhhhuhhhh love hurts uhhhuhhhh”.

Al acabar la canción se soltaron. Pamela lo miro como una niña que acaba de bajar de un juego del play land park y que ahora espera su algodón dulce. La mirada de Leo brillaba y emanaba alegría.

- Bailas increíble – dijo Leo sólo por decir algo, luego de mirarla unos segundos.

No sabés! Las baladas románticas me ponen demasiado sentimental – Pamela llevó sus dedos índices a sus ojos para limpiárselos.

“Sí, ahora vámonos de aquí que quiero irme contigo bonita a donde sea” Leo la abrazó. No pudo evitar hacerlo. Ella correspondió. – Sos muy lindo flaco, te como a besos ahora mismo.

En ese preciso instante algo funcionó mejor. El enojo por el viaje decepcionante que sentía Leo se difuminó. Cusco era la ciudad más linda del mundo y debía ser la capital de Perú de todas maneras. Amó a la argentina en ese preciso instante…

La disco enmudeció por unos instantes, y todo parecía tramado para poder escuchar un grito que quedaría grabado de la manera más brutal.


- Pamelaaaa! te hemos estado buscando. ¿ Donde andabas cariño? – Una cara de duende alto y encorvado apareció de repente. ¿Quién es este pibe?- preguntó juntando la entre ceja.

Pamela se replegó y quedo en medio de los dos hombres.

- Un amigo, Javi- Pamela atinó a decir algo avergonzada sin saber qué hacer. Como si la hubieran despertado de un sueño profundo.

Ah bueno! Me estaba cansando de buscarte ¿sabés? Vení, ya agarramos una mesa- El cara de duende le dio un beso en la frente, la agarro de la mano y la llevo casi a rastras abriéndose paso entre la multitud.

Si en ese preciso instante hubiera habido un silencio absoluto se hubiese podido escuchar el sonido de un cristal romperse de la manera más lenta. Un tintinear perturbador que solo Leo pudo escuchar y sentir.

Antes de perderse Pamela volteó y pudo ver a un Leo acongojado, con la cara desencajada. Leo la miró con el ánimo hecho mierda, no intento seguirla. Había sido el imbécil de la discoteca, el webonazo con el que se pasa el rato. Se tocó la nuca con ambas manos y se alejó. Casi salió corriendo de la discoteca. Tomó el primer taxi, dijo la dirección de su hotel, asintió cuando el taxista dijo el precio del recorrido. El trayecto del taxista fue rápido. Leo solo aguantaba el sollozo tratando de encontrarle algún sentido a las calles del Cusco. Al llegar pagó el taxi y entro raudamente al hotel. Rápidamente fue a recepción a pedir sus llaves. Subió las escaleras a toda prisa, llegó a su cuarto, cerró la puerta con una ira contenida y comenzó a alistar todo. “Todo esto es una mierda, ¿Por qué Pamela?, ¿Querías jugar conmigo? Vete a la mierda argentina, vete a la mierda”. Leo lloraba metiendo de cualquier manera todas sus cosas en sus mochilas.

- Váyanse a la mierda todos – lo dijo susurrando, casi carraspeando. Estaba histérico.

Se durmió con los ojos enjugados en lágrimas y el corazón destrozado. Con el olor a cigarro impregnado en todo su cuerpo.


Al despertarse encontró las sabanas mojadas de sudor, lágrimas, líquidos nasales y mucha saliva.
Fue al baño, se miró en el espejo. Era la viva imagen de un hombre golpeado por el dolor, su rostro denotaba tristeza. Ojos hinchados. Cabello revoloteado. Animo hecho trizas.

Estuvo en la ducha un buen rato. Pensando. “Pamela”. Comenzó a llorar de nuevo. Salió de la ducha. Se cepillo los dientes sin saber ni tener conciencia que lo hacía. Se secó, se cambio y se hechó a la cama nuevamente. Lloraba cada cierto tiempo inmiscuido en sus propios pensamientos.

“ Sos muy lindo flaco, te como ahora mismo a besos”. Golpeaba las paredes incesantemente. Así se pasó todo el día y gran parte de la tarde. Ya como a las tres de la tarde. Llamaron a su cuarto.El abrió. Era la recepcionista. Todo bien joven – preguntó algo contrariada tratando de echar un vistazo al cuarto- He escuchado muchísimos ruidos. Luego miró a Leo y no preguntó nada más.
Lo siento me siento un poco mal es todo – dijo un Leo abatido con la mirada perdida en alguna parte del cuarto. La recepcionista asintió y se fue. Leo se sentó en la cama y no pudo evitar quedarse dormido con el estribillo de Love hurts reventándole la cabeza.

Como a las siete de la noche se levantó, su vuelo saldría a las diez. Sentía hambre luego de un día tan duro. Se lavó la cara. Casi a rastras salió del cuarto. Dejó las llaves en recepción. La recepcionista no le hizo preguntas, lo miró con condescendencia. Ya en la calle tomó el primer taxi y se fue a la plaza de armas. Entró a un restaurant muy bonito con poquísimas personas. Se sentó en la mesa más apartada. Una que estaba cerca al callejón donde se encontraban baños. Una mesa que nadie escogería.

Acá está la carta joven – El camarero se aproximó con esa sonrisa innecesaria y estúpida.

Leo miraba a través de la carta. Lo hizo durante unos minutos, pensaba en otra cosa.

“Sí, ahora vámonos de aquí que quiero irme contigo bonita a donde sea”

El mesero comenzó a impacientarse. Hasta que Leo se pronunció con una voz débil.

- Un mixto y un café – dijo sin mirarlo.

Ahora mismo caballero – la sonrisa estúpida del camarero desapareció y Leo se quedó mirando el cuadro que tenía al frente. Era el de una mujer con sus hijos en algún lugar del Cusco, la mujer estaba feliz viendo a sus hijos correr. El paisaje que se proyectaba era hermoso.
"No mierda... Nada era hermoso si..."


- Ché, ¿Vos cenás sólo?

Un abrazador escalofrío recorrió por todo el cuerpo de Leo. Reconoció esa voz al
instante.



CONTINUARÁ...


Balada romántica bailada por Pamela y Leo.
Y que a su vez complementa la historia.