9 de octubre de 2011

*// La tocadita

Un llamado entre sollozos interrumpió unos pasos que martillaban con dulzura. Un alumno se acercaba a la supervisora que se había detenido al escucharlo.

— ¿Qué ha pasado, niño? — preguntó.

— Supervisora, me han robado mi celular — dijo Martín evitando deshacerse en lágrimas.

— Tranquilo, tranquilo. A ver… explícame. Cómo te robaron — dijo Lucía, la supervisora, dulcificando las palabras.

— A sido Pajares señorita. Le presté un ratito mi celular, y cuando se lo pedí, me dijo que ya me lo había devuelto. Yo sé que él lo tiene. Ayúdeme. No quiero que se lo quede.

— ¿Pajares, no? — Lucía empezó a secar, con sus dedos, las lágrimas del niño — otra vez ese muchachito, ¿Segundo “C”, no es así? Ok, vamos, acompáñame.

— No, no. Si lo llama va a saber que yo lo he acusado — prorrumpió Martín.

— No te preocupes, yo sé cómo manejar este problema — le guiñó el ojo.

Benito Pajares era un ladronzuelo encaletado entre una carita angelical y unos huevos de toro. Se dice que las niñas conocieron lo bueno de la vida al verlo en calzoncillo, durante las clases de natación. No era para menos, Pajares se manejaba un arma colosal, desafiante, avasalladora.

— Mocoso, ¿Por qué sale usted así del aula? — preguntó el viejísimo profesor Bustinza, al ver en la puerta a Lucía acompañada del desertor de la clase.

Los alumnos posaron las miradas en la bella supervisora perfilada fuera del salón. Y un murmullo se desató como moscas en un basurero; Bustinza se acercó.

— Profesor, ha ocurrido un problemita. Al alumno se le ha extraviado su celular. Le ruego unos segundos de su tiempo.

— Y por qué no me avisas a mi primero, mocoso del cuerno — embistió Bustinza clavando la mirada en el menudo cuerpecito de Martín.

— Profesor, solucionemos esto rápido, por favor — suavizó Lucía

Aquellas palabras calmaron a la bestia embravecida que era el pedagogo. La supervisora ingresó, bienvenida por un ligero rumor de suspiros. Los tacos y la faldita desprovista de inocencia despertaban sensaciones confinadas.

— Chicos, a su compañerito se le ha extraviado su celular. Por favor, les rogaría que cada uno revise su mochila, tal vez alguien lo ha guardado de casualidad — dijo al pararse al frente.

Fue así como todos empezaron a escarbar entre sus cosas. Claro, todo era simple pantalla, la supervisora tenía los ojos fijos en Pajares, tratando de captar movimientos sospechosos, alguna mirada furtiva. Algo.

Benito, despreocupado, escudriñaba entre sus cosas. Y se preguntaba por qué la supervisora, con esa carita de anfitriona debutante, lo miraba tanto.

— ¿Ya chicos? Acá en el salón no se puede perder nada.

— Señorita, nadie va entregar nada de esa manera — dijo Bustinza con su voz pastosa - Tú, niño, revisa a cada uno de tus compañeros.

Acatando la orden, Martín sorteo carpetas, revisando entre todas las mochilas de sus compañeros. Al detenerse en la de Pajares se tomo un poquito más de tiempo. << Enano acuzeta >> pensó Benito, mirándolo de soslayo, sin saber que la supervisora lo advertía.

— ¿Ya, alumno? No me haga perder el tiempo — bramó el profesor.

— No está — dijo Martín.

— Espera, díctame tu número — intervino Lucía


El niño le dio el número advirtiéndole que tenía el celular en vibrador. Ahora ven, le dijo. Martín pasó al frente, la supervisora le dio el celular para luego acercarse a Pajares; los tacos, las piernas largas y desnudas lo ponían cañón a Benito, y no pudo evitar que su arma colosal tomara posición de ataque. Lucía percibió un movimiento en su parte baja. << Esto no puede ser normal en un chico tan pequeño >> pensó.

— ¿Qué tienes ahí? — preguntó.

— Nada — repuso orgulloso, Pajares.

— Llama, llama, llama Martín — alzó la voz Lucía.

— ¡Estoy llamando! — gritó el niño

La parte baja de Benito empezó a zigzaguear ante la quirúrgica mirada de la supervisora que parecía segura de lo que veía.

— Jovencito, saque ahora mismo lo que tiene escondido ahí.

— No tengo nada — insistió Benito excitadísimo.

— ¡Apúrese! — gritó Lucía intentando robustecer la voz — ¡Sáquelo!

— ¿Y por qué no me la saca usted mejor? — guapeó Pajares.

La delicada mano de Lucía arremetió con fuerza por sobre el pantalón de colegio. Un mutismo invadió el salón. Los chicos se tomaban sus guirnaldas fantaseando con la escena. Las chicas horrorizadas aunque, muy dentro, envidiando a la supervisora.

Lucía, presa del impulso, jala que jala por sobre el pantalón. <<chiquillo insolente>> repetía ensimismada, colérica, pensando tener el celular en manos. Pajares se desvivió durante esos cortos segundos.

<< Por la conchasumare, qué rico >> pensaba Benito, hasta que su cuerpo se relajo y un último estertor daba paso a una copiosa mancha en el pantalón.

El arma del afortunado alumno pasaba a modo de defensa. Y el frenesí de la supervisora se diluía, cuando ya no pudo sostener el supuesto celular.

— Señorita, ¿Qué está haciendo? — dijo Bustinza limpiándose el sudor con un pañuelo.

Lucía quedó paralizada durante eternos segundos. Pajares con la boca seca mirandola con cariño. La supervisora se irguió con la cabeza gacha, y sin mirar a nadie camino hacia Martín. Tu celular no lo tiene Benito Pajares, le dijo, para después salir con la mirada extraviada, acariciándose el cabello.

Bustinza, aun atónito, mandó a su lugar a Martín, y pidió tomar asiento a todos. Sólo Benito quedó de pie con la victoria dibujada en el rostro; remojó la lengua y luego, con sumo cuidado se sentó. Al hacerlo sintió una efímera vibración dentro de sus posaderas. << Tengo que devolver las llamadas perdidas >> pensó, y rió para sí.

18 de septiembre de 2011

*// Memoria inconfesable


Año 2007. Dieciséis años, la etapa más pajera de mi vida. En la que, sencilla y sinceramente no encontré mejor refugio que el porno, al ver mi nula destreza para enamorar alguna chica en el último año de colegio; por las tardes, luego de llegar de la escuela, mi único hobby era escudriñar en internet algún video, alguna salvajada exenta de conmiseración. Films épicos que me transportaran en cuerpo y mente a la escena, y qué con suerte aquellas imágenes quedaran impregnadas en mis pajas más memorables.


Poco a poco mi cultura pornográfica – como era natural – creció. Me sumergí en el batiburrillo, no sólo de videos profesionales, sino también caseros. Eso elevo el número de pajas diarias, y sospecho, influyó a tornar en mí un comportamiento introvertido. El semen fluía de una manera corrosiva encandilado con los videos porno enmarañados en mi computador. Sentía que era el rey, y que nadie en la vida podría poseer ni mucho menos imaginar el festín solitario que me daba a diario en mi cuarto, con los audífonos puestos.


La etapa escolar transcurría con normalidad. El último año siempre es jodidísimo, da una flojera de mierda seguir asistiendo a las clases. Pero ahí me encontraba día tras día, con los zapatos sucios, el uniforme sin planchar, las tareas inconclusas y sin haber ido a misa el domingo. El domingo era sagrado, teníamos obligatoriamente que asistir a misa. Era menester luego hacer un comentario sobre la homilía del padre. Juro que el domingo también me era sagrado. Despertaba a las once y me sumergía en una maratón de videitos porno. Hacía un receso para almorzar, luego continuaba con mi extenuante trabajo. En la noche me embargaba la culpa, no había visitado a mi señor. Me encontraba con la pinga adolorida, y tan sólo quería descansar.


Así transcurrió ese año, mi año más pajero. Sin enamorada, sin amigas, no pensaba en amor ni en sexo. Pensaba en pajas. Fue en esos días que, al verme extraviado, cavile la posibilidad de ser actor, un gran actor porno. Me sumergí en esa idea, me pareció perfecta, viajar y vivir el sueño americano. Quedarme en usa, ejercitarme y ser recluido por alguna productora que viera en mí dotes excepcionales, una jovialidad incomparable y unas ganas de cachar desenfrenado, con todo el descaro del mundo. Ser el posible semental peruano, un digno discípulo del mítico Rocco Siffredi.
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Tenía un gran plan que iba acorde con mis placeres y conocimientos. No había nada más lindo en mi vida – a esa edad – que ver un buen videíto porno, claro, también estaba mi amor por lo libros, sobre todo por novelas, pero mi dicha por leer fue confinada, porque recaía una y otra vez en los placeres del onanismo. Es más, a veces sentía que era estúpido leer a sabiendas que ya tenía un futuro propuesto. A sabiendas qué en ese futuro sólo cabía la posibilidad de una persona fornida dispuesta a meterla rico, sin descanso, y lo que tenía en realidad que hacer era ejercicio físico para con ello acercarme más a ese sueño bizarro; aunque, secretamente quería fracasar.


Luego de tanto insistir con el viaje al finalizar el colegio, mis viejos accedieron. La única condición era la de asistir al británico luego del cole. Acepté, me pareció justo. Di un examen de categorización que increíblemente me condujo al Básico 7, esto lo atribuyo a mis incansables esfuerzos por descifrar las conversaciones de mis tórridos videos en inglés. No tenía la más remota idea en cómo cambiaría mi vida el ir a aprender un nuevo idioma.


Me enamoré de una chica preciosa de rizos dorados que iba a mi salón. Mis deseos más impuros fueron desapareciendo hasta ser imperceptibles, por primera vez sentía ardor, no en mi parte baja, sino un ardor en el pecho, piedrecillas en el cuello, y una sensación de frío al verla ingresar al salón. Se llamaba Cindy y tenía veinte años, su mirada extraviada y caminar pausado eran lo que más resaltaban. Al llegar a casa, luego del británico, no hacía otra cosa más que echarme en la cama a pensar en ella, a escribir poesías o a fabricar una futura conversación. Sin darme cuenta había roto mi rutina masturbatoria. Estaba enamorado, joder.


Un día antes del examen final, cuando la miraba de reojo con una sonrisa soterrada, el profesor de inglés me pidió hacer grupo con ella. Enrojecí, y al arrastrar mi carpeta junto a la suya no tuve la valentía de mirarla a los ojos y presentarme. ¿Qué pasó? Estas rojísimo me dijo al escudriñarme con dulzura. No respondí. ¿No estarás con fiebre?, y al decirlo palpó mi frente sin dudar. No, no te preocupes, prorrumpí, soltando una risita lastimera. Ella me miró apacible, hizo un imperceptible mohín y al verme con uniforme atacó con una pregunta, ¿Ya sabes que vas a estudiar?, las manos me empezaron a sudar. Actor porno, pensé. No estoy seguro, pero he pensado en estudiar literatura, me encanta leer novelas, dije intentando sostener la mirada. ¿En serio? Bueno, no sé mucho de novelas, pero he leído Fue ayer y no me acuerdo de Jaime Bayly, y no sabes cómo me he divertido. ¿Conoces a Bayly?


- Sí, es uno de mis autores favoritos. Y también leí la novela. Tengo casi todos los libros, y originales ¡ah!
- ¡Por favor! – rió – entonces eres un loquito Bayly.
- Creo que sí, si quieres mañana te presto una novela de él- me animé a decirle
- ¿Así? Bueno, ¿Cuál me traes?
- Yo amo a mi mami.
- jajaja está bueno el título. Mañana antes del examen me lo prestas ¿sí?
- Claro que sí, y… tú ¿Estudias?
- En la universidad de Lima, psicología. Ahora estamos en prácticas. No sabes el estrés de estar en la universidad, cuando ya seas universitario vas a querer regresar al colegio, así que aprovecha tu último año, un consejito.
- No creo que extrañe el cole. Estoy contando los días para que acabe.
- Eso dices ahora…

La clase terminó, no hicimos la dinámica establecida por el profe. Nos dedicamos a conversar sumergidos en risas y ademanes. Presentí que había logrado cierta empatía, y con carita, pueril en ese entonces, me despedí con un besito de Cindy, y prometí traerle el video – perdón – la novela, a lo que ella asintió para luego alejarse, dejando que la brisa jugara con su cabello.

Al día siguiente llegué minutos antes de la clase. Cindy no llegaba aún. Luego de un rato, el profesor avisó que el examen iba a empezar. Entré en el salón y ni bien me dieron la prueba marqué las alternativas que intuía eran las correctas. Fui el primero en salir. Me senté en una banquita y con el vetusto libro de Bayly aferrado a mis brazos esperé que llegara Cindy bonita. Acabó el examen final para todos, y ella no aparecía. Mi corazoncito ávido de amor se resquebrajaba, la espere una hora más sin claudicar deseando intensamente verla. Pero nunca llegó.


Llegué tardísimo a mi casa. No di explicación a nadie. No comí. No prendí la computadora. Me encerré en mi cuarto, me tiré en la cama y solloce en silencio, conteniendo el gemido más no las lágrimas que caían por aquella chica ausente, sintiendo pena y asco de mí. Ese dolorcito llamado amor me había invadido, planeando acabar conmigo. Aquella noche el absurdo sueño de ser actor porno se disipó totalmente. No era sexo lo que necesitaba y ansiaba, era cariño, una mirada cómplice, un ¿Qué tal? o una sonrisita descomedida; eso que Cindy había compartido conmigo. Las lágrimas se agotaron y me quedé dormido con el uniforme puesto y la luz prendida.

********

- Ma
- Dime, Leo
- Voy a postular a la universidad de Lima, acabando el colegio
- Pero vas a viajar, tus tíos van a recibirte en enero. Ya lo habíamos acordado.
- No, olvida el viaje.

24 de agosto de 2011

*// La última sonrisa

UNO

…baje por la pista azarosa de Montevideo. Manejaba la bicicleta con luci en mi cabeza, pero era inevitable parar a ver el paisaje. Saqué mi cámara y tome algunas fotos del lugar. Estaba encantado con esa ciudad con gente tan radiante y a la vez tan sencilla y ligeramente orgullosa. En eso, en dirección opuesta a la mía, venía Luci. Exhausta pero sin descansar su sonrisa. “Leooo”, me gritó. Y en ese instante lo más bonito de Uruguay era una argentina; llevaba un polo amarillo, pantalón negro, zapatillas deportivas. Su cabello tenía más brío que el sol brillante. Un poco más atrás pedaleaba con las últimas fuerzas que le quedaban, Sofía, su amiga. Ambas con sus bicicletas trajinadas se pusieron frente mío. Y conversamos.


Les conté cómo me había ido en el boliche. En qué estado había llegado al hospedaje, las peripecias en las que había sucumbido pero de las que salí gracias a mi actitud imperecedera, a pesar de estar bebido. Agrandé lo que me había pasado como dando a entender el juerguero descomunal que habita en mí. Ellas tan cándidas me contaron la manera en que habían pedaleado y pedaleado un larguísimo tramo, llegando hasta lugares a los cuales les habían aconsejado no llegar. En su recorrido se encontraron con otros amigos, almorzaron juntos una comida marina de la cual les había quedado dos tapers gigantescos que no dejaban de ser ricos. La satisfacción asomaba por cada una de sus palabras. La habían pasado increíble.


Quedamos en salir en la noche con otros huéspedes, y nos despedimos. Manejé la bicicleta durante horas, Luci le había colocado un motorcito a mi bicicleta y esta no se detenía a descansar; la vista era increíble en el malecón. Algunas personas corrían, otros andaban en bicicleta. El mar estaba tranquilo y jugaba a favor de un grupito reducido de bañistas que se abrazaban a las aguas a pesar del traicionero frío vespertino. Al regresar en dirección opuesta, encaminándome al hotel, ya la tarde se había desvanecido; sin embargo la gente aún reposaba a los alrededores, tomando cerveza con gran regocijo o compartiendo el mate. Qué manera de tomar el mate, era increíble. Era como el suero para un herido. Al regresar al hospedaje sentí que era más joven.


DOS

La noche era propicia. Las miradas fulgurantes, chispeantes, pedían fiesta. Éramos cinco personas. Luci, Sofía, Bobby, el loco y yo. Fuimos en grupo a “El poni pisador”. El lugar era encantador, sin tanto alboroto. Entramos y nos acomodamos en una esquina de la barra, pedimos cerveza, las cuales eran terminadas casi en el acto, al menos en mi caso. Tomaba para la cabeza y eso era un mal presagio, lo bonito que la estábamos pasando iba a ser empañado por mi mal manejo de la bebida. Miraba de cuando en cuando a luci, conversando, riendo, mirando el panorama del boliche. Qué hermosa se veía en ese instante, la sencillez y su presencia tan marcaba eran un juego hermoso reposando apacible.


“Está canción me hace recordar a mi novio”, escuche a decir a Luci cuando le llenaba el vaso de cerveza. Y sentí como unos duendecillos apuñalaban mi corazón. Dejé la botella reposando en la barra, y toda canción de amor que siguiera se volvería una tortura. Luci estaba comprometida. Me separé de ella sin que lo notara, me repelí por unos instantes. Y enarbolado por tal hecho pedí un trago del cual no recuerdo el nombre, era amargo pero a pesar de, lo tome de dos sorbos. Luego de eso, regrese irascible al grupo y miraba como soltaban carcajadas a medida en que cada uno salpimentaba con anécdotas la noche. Luego vinieron las fotos donde intenté que mi cara, jodida como es, esbozara alguna sincera sonrisa. “Mierda”. Luci reía, yo ya no hablaba, borracho, maldecía por dentro y miraba al vacío con cierta melancolía.


Decidieron entonces ir a otra discoteca más bullanguera. El loco se quedo en el pony. Borracho como estaba también decidí ir. Bobby, Sofía, Luci y yo nos embarcamos en un taxi. A partir de acá los recuerdos me traicionan, podría decir que mi plan estando borracho era encarar a Luci el por qué no había avisado que tenía novio, en que patán me había convertido. Llegamos al boliche que eligieron. Un mar de gente. Yo era un autómata que caminaba siguiendo a los demás, los pesos uruguayos se iban pero ya no me importaba nada. Sentía como los duendecillos, instalados adentro de mi cuerpo, jugaban a romper la piñata con mi corazón. Entramos al boliche y ahí estuvimos, yo apartado mientras los demás bailaban o intentaban bailar. La carita sonriente de Luci se diluía con el paso de las canciones. “No me siento cómoda”, dijo luego de un rato. “Me voy, pero, quédense ¿sí?”. Tanta gente la ahogaba, ya no era tan divertido así.


Era mi oportunidad de encararla - ¿Encararla por qué?- . Ella se despidió y salió con una carita que no era la misma a la que yo veneraba. – Era yo, el que la ponía triste, mi mirada recelosa a cada paso que daba, no me daba cuenta que ella me advertía. Estaba borracho - . Ella salió, y la seguí. Afuera la intercepté, “Yo también me voy, me jode ver tanta gente”, dije. “bueno, vení”, me dijo sin sorpresa. Subimos a un taxi. Al llegar al hospedaje era el momento oportuno de decirle que me tenía que ir de ahí, porque la única razón por la que me quedaba era por ella, que me gustaba de una forma caprichosa. Y ahora que estaba comprometida todo era inservible. -qué pedazo de imbécil era yo-. “Luci, escucháme”, atiné a decir como argentino. Ella me ignoro y fue a recepción a pedir su llave. La espere en el pasadizo.


Cuando Luci volvió con su llave, su mirada trastocaba el suelo. Supe en ese momento que si iba a decir algo tenía que hacerlo ya. “Luci, escúchame un momento, por favor”. Ella paro y me miró con una carita desangelada. Ya no era ella, mi comportamiento la había cambiado. – “odio verte lastimada”-. “Luci… mira, yo… yo tengo que decirte algo”, dije con los ojos achinados. “sí, decime”, masculló sin sobresaltos. “mira... sólo decirte… que… mañana no te vayas sin despedirte de mí. Me revientas la puerta porque creo que dormiré demasiado, y quizá… tu no estés y no sabré donde buscarte”, me acerqué a ella. “… y perdóname ¿si?, por favor. Ya te habrás dado cuenta de lo imbécil que soy”. Ella, imperturbable, con las manos cruzadas asintió con la cabeza y sin decir más, se alejó. Sospeché en ese instante que sería la última vez que la vería, y ella no estaría sonriendo.


TRES


“Leoooo”. Apreté con fuerza la frazada y cambie de posición, dando la espalda a la voz que me llamaba detrás de la puerta. La puerta de mi habitación era tocada comedidamente. “Leooo despertáte, vení”. “Luci”, pensé, y toda presencia de sueño se desvaneció, o tal vez era que tan solo escuchar la melodía de su voz me convertía cual serpiente encantada. “Ya voooy”, dije. Me cambié de polo al instante, saque el desodorante y me lo rocié por todo el cuerpo sin importar ahogarme por la fragancia. Di un par de zancadas para abrir la puerta. Y ahí estaba ella. Inmaculada. Esa sonrisa que estaba a punto de despedirse de mí. “Estaba esperándote. Ya son las once”, me decía. Estaba lista para salir, bellísima. “Por favor, que tortura tan dulce tenerla al frente”. “Ahora tengo que salir pero no me voy sin despedirme de vos”, atinó a decir.


La abracé. Un cuerpo delicado abrazado. “¿Sabes una cosa?”, le dije al soltarla y mirarla a los ojos. - ¿Qué? “te prometo que el día de tu boda…”, corté en ese instante. “¿El día de mi boda qué?, decime, Leo”, me preguntó y sus ojitos se abrían, expectantes, y su forma de ser me maravillaba en esos últimos segundos. “Te prometo que el día de tu boda… yo seré tu marido”. Ella rió. La vi reír frente de mí. En ese momento la abracé y supe que aquella argentina ingobernable era única, que la extrañaría muchísimo. La abracé con más fuerza sabiendo que quizá había ganado su amistad. “Te voy a extrañar mucho. Lástima no poder quedarme más tiempo, pero pásalo bonito ¿sí?”. Me dio un beso en la frente antes de separarnos. “Alistáte que se te hace tardísimo”, dijo acariciando mi mejilla. Luego se fue regalándome la última de las sonrisas.


**************


Las calles de Montevideo se alejan. Ahora estoy en el bus de regreso a Buenos Aires. Veo las fotografías de mi cámara y ella no está, no la tengo atrapada entre mis fotos. El viaje es largo y todo el trayecto se intercala entre dormir o estar recreando a Luci, linda argentina cuyo rasgo más conspicuo es el de colorearte el corazón con pinceladas de risas y alegría; me alejo sospechando que ya no la volveré a ver, pero sé que cada ínfimo momento estará grabado, qué los momentos inolvidables se inmortalizan y recordar el viaje, a pesar de todo, libera un suspiro y quizá enmarca una eterna sonrisa.


“El valor de las cosas no está en el tiempo que ellas duran sino en la intensidad con que acontecen. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables“

19 de agosto de 2011

*// Aquel boliche

… me condujo al otro extremo de la barra. Ahí tenía una bandeja con aperitivos, un trago y un cenicero donde yacían dos colillas. Tenía un aspecto joven pero en sus ojos se notaban ya los signos de la adultez. Quizá era una suerte de fiestero empedernido.

-Te estaba viendo tomar solo durante un largo rato. ¿De dónde sos?
- De Perú.
- Ah bueno. Acá siempre tomo algo viendo el espectáculo ¿viste? qué te parece dentro de un rato vamos a “Azabache”. Es un boliche buenísimo.
- ¿Está lejos?
- No, no. Unos quince minutos en el taxi más o menos. Hoy abren asha. Y el ambiente es buenísimo. ¿Te gustan las uruguashas?
- Por supuesto. Cómo no me van a gustar, mi broder. Creo que hubiera sido un tonto si me iba. ¿Qué tal si vamos ahora mismo?
- Bueno, vamos entonces. ¿De qué parte de Perú sos?…


Soy malísimo para tomar. No sé ni quería saber cuál era el punto en el cual ya estaba desligado de mis facultades. Tomé un taxi con mi amigo uruguayo. A pesar de haber decidido ir estuve precavido durante buen tiempo del recorrido. Temí que sea algún pelafustán que hace amistad con algún extranjero y luego les roba. Al llegar al boliche toda desconfianza se disipo. El boliche prometía. No era tan grande pero la algarabía desborda por todo el lugar. La música ensordecedora. Las luces que pude apreciar desde afuera me hacían sospechar que sería una buenísima noche.

Entre gratis con el amigo uruguayo. El sólo resolvió en saludar afectuosamente al seguridad de la puerta y pude ingresar junto con él. Era un conocido del lugar. Una persona importante tal vez. No podía creer mi suerte. Entramos y lo que vi fue hermoso: muchísimas uruguayas
(claro, estaba en Uruguay ¿no?) desperdigadas, embravecidas, enloquecidas en cada extremo del boliche. Algunas andaban con su pareja otras en grupos otras reposando en la barra con la mirada traviesa y zigzagueante. No pude evitar salivar ante tanta carne blanquísima. Ante tanto lomo uruguayo a mi disposición. Sólo era cuestión de envalentonarme (Con la cerveza. Siempre la bendita cerveza, sino no me atrevo. Qué fiasco soy) y eventualmente ir hacia ellas.

Bebí una cerveza más con el uruguayo antes de buscar alguna eventual chica para bailar. Jodida mi suerte con el uruguayo. En todo momento me conducía entre la multitud. Se conocía todo el lugar el muy cabronazo.
Me preguntaba dónde me hospedaba, hasta cuando me quedaba, si tenía enamorada en Perú. Las uruguayas destilaban furor y belleza y yo contestándole preguntas al gordito. En algún momento me separé del amigo uruguayo harto de que me llevara de aquí para asha. Divague por el boliche con un vaso de cerveza en mano que no me acordaba en qué momento lo había agarrado. Ya para entonces andaba ebrio. Borrachísimo. Y no lo sabía.

Al llegar a uno de los extremos del boliche me encontré con tres pequeñas uruguayas, casi niñas, que me hablaron no sé cómo, ni por qué. Les dije que era peruano. Y ahí se armó el furor.
Les ganamos, les ganamos, me decía una de ellas. Las otras dos me comezaron a atropellar con preguntas sobre machupicchu, caminos del inca, y otros temas de los cuales me olvide ya. Bailamos. Tuve suerte de bailar con ellas. Hubo una cuarta chica más apartada, también amiga de las tres. Era la más linda entre todas. No se acercaba. No la culpé por nada. No soy agraciado. Mi mayor logro es ser un intento de persona simpática.

Luego de un rato se acercó. Le pregunté si quería ver un billete peruano. Ella asintió. Le mostré uno de veinte, le dije que equivalía a unos ciento veinte pesos uruguayos. Percibí un brillo en sus ojos. Me preguntó si se lo podía quedar. Asentí con la cabeza. Y así fue como me quede con las cuatro chicas, todas casi niñas o era lo que me parecía. Todas hablando con ese acento que me vuelve loco. Me quede con ellas un larguísimo tiempo. Y a medida que ellas me pedían que les invitara un trago, se me hacía más difícil quedarme. La plata se me iba.

Fue en eso que el amigo uruguayo volvió a interceptarme. Estaba algo ofuscado. Me preguntaba por qué me había ido. Le dije que fui a buscar lugares vírgenes. Ya es tarde vamos, dijo sin admitirme alguna queja. Me despedí de mis eventuales amigas y me fui con él. Salimos de la discoteca. Lo esperaban dos amigos más. Sobrios. Estaban conversando con tres uruguayas borrachísimas; me acerque con gallardía hacia ellos.
Hola, uruguashos ¿Quién quiere irse conmigo a Machu picchu?, atiné a decir. Cause risa entre las chicas. Una de ellas se me acerco y me aparto de entre los demás.

Los dos borrachísimos.
Apunta mi número, me dijo. No tengo donde apuntar, pero te puedo dejar un recuerdo. Y la besé en los labios con lascividad, como cuando saboreas un asado estupendo y cada uno de tus sentidos se concentra en esa carne grandísima. La solté unos segundos después. Lo siento me voy hoy y tenía que besar a una uruguaya. Ella río. Entonces bésame bien, boludo. Y con su permiso me enrosque en su abdomen. El beso que se descarrilaba de los labios al cuello, del cuello a las orejas, fue glorioso. A pesar de que fue efímero, aún tengo el sabor de sus labios. Llegó un momento en que nos separamos y miramos a los ojos. Dos perfectos desconocidos. Sos divino, ahora tengo que irme ¿sí? Me espera mi novio, cuídate peruano. Se fue cómo llego. Como una brisa calurosa.


El amigo uruguayo se acercó a mí junto con sus otros dos amigos. Me dijo que teníamos que ir urgentemente a comprar más cerveza para invitar a las chicas. Naturalmente accedí con regocijo.
“Sí webonazos”. Me condujeron por un lugar descampado, mi sentido arácnido pudo detectar que algo no andaba bien. A pesar de la embriaguez me sentía incómodo caminando por un lugar tan desolado. En un espasmo de lucidez les dije que me había olvidado mi polera. Proferí insultos a medida que mi cara se tornaba de preocupación. Ahora vuelvo, espérenme un ratito. Corrí en dirección al boliche, debió ser una corrida realmente patética aunque no la recuerdo. Una persona borrachísima siempre corre como un loquito sin dirección.


No fui al boliche. Corrí desviándome del camino a propósito. Decidí caminar mirando de cuando en cuando atrás.
Ningún uruguayo pendejo me va a hacer la cagada, pensaba incesantemente. Y eso me daba fuerzas en seguir y seguir, sin saber a dónde. Caminé sin rumbo alrededor de dos horas. Tuve suerte. A medida que avanzaba vi gente saliendo a trabajar, esperando tranquilos en el paradero. En un acto de valentía, a sabiendas de mi estado lamentable de borracho desfalleciente, les pregunté en qué dirección se encontraba la plaza independencia. Me señalaban con un dedo la dirección. Y caminé en ese rumbo. Y así llegué a mi hospedaje.


Llegué al hospedaje con las piernas a punto de desmayar. El recepcionista asombrado me dijo efusivamente “¿A esta hora llegás?. Son las ocho y media”. Parecía algo preocupado. Yo cabeza cabizbaja me dirigí a mi cuarto y caí echo mierda en la cama. No soñé nada. Era un remedo de persona borrachísima, feliz y con muy pocos pesos uruguayos en el bolsillo. Antes de dormir pensé en Luci. Decidí precipitadamente dormir sólo un ratito para luego eventualmente buscarla para salir por montevideo. Cuando desperté ya era la una de la tarde. Luci no estaba. Había salido a montar bicicleta con una amiga. Me odie por eso. Me duché. Me cambie rápidamente. Alquilé una bicicleta y la fui a buscar…

18 de agosto de 2011

*// luci, Lucía

Compré un pasaje a Montevideo. Al día siguiente me aleje de buenos aires. La travesía por mar y tierra duro unas tres horas. Me hospedé en el "che lagarto". Cerca de la plaza independencia, donde reposa artigas. Lugar predilecto por turistas de paso efímero. No conocía a nadie, pero tenía pensado hacerlo. Era la primera vez que viajaba solo. Era la primera vez que me sentía tan solo. Pero en mi cabeza resonaba incesantemente la idea de conocer alguna chica.

El recepcionista me mostro un mapa de Uruguay y en él, un lugar a donde podía salir esa fría noche. Veía con nostalgia el mapa, pensando en realidad en lo solo que me podía sentir al no poder compartir una salida con alguien. Pero no importaba, son las trabas a la que se enfrenta un viajero solitario, sentir en algún momento que no se puede compartir nada con nadie. “tranquilo, ya conocerás a alguien”, me decía.

Apoyado en la barra mientras veía el mapa fui testigo de una mirada fulgurante que con palabras que rasgaban el gélido aire uruguayo se dirigió a mí. Una chica que de pronto apareció a mi lado e intentaba atrapar mis ojos. Intenté evitarla instintivamente por un momento pero no pude. Su sonrisa asomaba inocente y con movimientos comedidos se acercó un poco más a mí intentando a su vez aproximarse al mapa. Era bellísima y su fragancia suplió el frío que sentía.

Me preguntó que veía, qué hacía, a donde iba. Era un huésped como yo. Una ocasional huésped que me había advertido solo y contrariado mirando el mapa.
No supe que responder porque tampoco sabía que era lo que pretendía en realidad; sin embargo le dije que quería conocer un “boliche”. Y que no sabía el lugar a donde tenía que dirigirme a pesar del mapa. Ella miró el mapa durante algunos segundos y asintió con la cabeza. “bueno, no tengo nada que hacer. ¿Vamos?”. “Sí, sí. Vamos”. Y a partir de ahí el viaje se tornó hermoso.


“Era argentina. Pequeña y delgada. Su cabello una suerte de frescura infinita. Llevaba consigo un invisible marco angelical a donde iba. Nunca pude adivinar lo que pensaba. Me bastaba con verla realizar o hablar algo que yo no preveía. Destilaba tranquilidad a cada paso. Sumamente cortés y delicada, y sobre todo llena de vida. Qué manera de encender la luz de la alegría por donde se desplazara. Destilaba tranquilidad a cada paso. Se llamaba Lucía. Luci.”


Cruzamos la plaza independencia que estaba al frente del hospedaje. “mira ahí está el arco que se ve en el mapa ¿viste?”, dijo. Cruzamos ese arco. Yo simplemente iba al compás de sus movimientos intentando decirle cosas interesantes sobre mí y preguntándole otras sobre ella. La calle estaba tranquila. Ella caminaba cabeza cabizbaja, mirando casi en todo momento el mapa. Yo miraba sus cabellos. Apreciaba su manera de caminar tan apacible y dulce.

Doblamos una esquina, la última de todas. Y llegamos al boliche. Se llamaba “El poni pisador”. Era temprano. Como las nueve de la noche. Allá todo empieza alrededor de la una. “Bueno, acá es. Aparte de esta hay otras por asha ¿Venimos más tarde entonces?”, me preguntó. “Claro”, dije y oculté mi alegría al escucharla. "Cómo voy a decirte que no a ti, linda, sería el más pelotudo de Argentina o el más webón de Perú si te dijera que no", pensé. Volvimos al hospedaje.

El día había renunciado hace horas. La noche descansaba en la ventana. Le agradecí a Luci y ella fue a su cuarto. Yo al mío. Pasaron un par de horas y mientras leía, oí su voz afuera. Salte de la cama y con el letargo de la música de su voz me aproximé. Estaba con dos chicas más. Luci estaba preciosa, abrigada y preciosa. Me presentó a sus dos compañeras. Eran peruanas. Iban a cenar. Resolví en ir a comer con ellas a pesar de no tener hambre. Quería estar cerca de Luci eso era todo. Esas enajenadas ganas de estar junto a una persona y que todo se reduzca a ello. Estar cerca. Simplemente estar cerca.

Luego de debatir lo que comeríamos mientras caminábamos por la vereda, apostamos por una pizza. Entramos a una pizzería cercana al hospedaje. Pedimos una pizza increíblemente grande sólo superada por el extraordinario sabor de la misma. Tanto las peruanas como luci podían hilar una conversación mientras comían - Suerte de mujeres poder conversar con tanta frescura mientras comen - Yo atento a la televisión como único escape de evitar conversar. Fingía ver la tele, pero en realidad oía la conversación. Y de rato en rato miraba la comisura del pecho de Luci que estaba sentada frente a mí. Luci llevaba una blusa turquesa que me regalaba una vista bellísima. Ella quizá se dio cuenta de aquello y sólo atinaba a taparse de rato en rato. Toda una dama Luci. Era un ángel comiendo apacible. No quería despertar, no cabía duda que estar frente a ella era un sueño. Acabamos de comer y ella pidió un helado. Lo dejó casi tal cual. Fui yo el que se lo acabó a pedido de ella. Luci.

Volvimos al hospedaje. Las chicas se dirigieron a recepción y esperaban a que les dieran la llave de su cuarto. Yo con muchísimas ganas de salir, inclinado a la posibilidad de que el día que acababa podía ser más increíble aún de lo que ya era luego de haber conocido a Luci y encontrarme cautivado por ella. Ahora era turno de bailar y demostrar con mis pasos torpes que podía ser un buen amigo.

Corto fue mi entusiasmo cuando ella dijo que prefería descansar luego de tan majestuosa cena, había comido muchísimo y sólo deseaba descansar. Se fue con sus dos amigas peruanas a su cuarto. Me despedí de las tres. Personas geniales, dignas chicas de sonrisa contagiosa. Alegría en cada esquina de sus rostros. Luci me dijo que el siguiente día si saldría de todas maneras. Y yo deseando que ya, pero ya fuera el siguiente día.

De todas maneras salí esa noche. Fui al “El poni pisador”. Las personas que se encontraban adentro disfrutaban y bebían enardecidos de felicidad. “La gente siempre está feliz en montevideo, puta mare”. Me acomodé en la barra y pedí una Pilsen, cerveza uruguaya. Ese día estuvieron cantantes en vivo. Todas canciones romántiquísimas que lindaban con la cursilería. Lamente que Luci no hubiera venido, ya desde ese momento la extrañaba. A medida que se acababa mi cerveza, pedía otra y otra más. Era el único que tomaba solo, pero no me importaba. La estaba pasando bien recordando el día tan lindo, recordando los ojitos, la barbilla finísima, los hombros ligeramente caídos. Recordando a la argentina linda de mirada indescifrable.

“La adoro - ¿cómo la vas a adorar si la acabas de conocer? – sí, la acabo de conocer pero es como sí la conociera de toda la vida. Su risa, sus gestos, sus modales tan agudos. Todo, ella lo es todo”

Me voy, ya fue suficiente. Mañana me levanto temprano y le diré que quiero conocer todo Uruguay con ella. Fue suficiente cerveza por hoy. Estuvo buenísima. Nos vemos mañana poni pisador.

Cuando bajaba de la silla un gordito orondo se me acercó. Toda la gente ensimismada repetía letras de las canciones romanticonas. ¿Qué tal?, ¿viniste solo?. Sí, bueno pero ya me voy. No, no. Vení. Vení. Y lo seguí. Aun no entiendo por qué lo hice. Sentí un levísimo frío al seguirlo…

28 de julio de 2011

*// El temor del joven


UNO

El joven llega temprano a la universidad, con la cara acicateada y el cabello aún mojado. Sube al cuarto piso del pabellón V. Busca el salón donde recibirá su prueba. Lo encuentra. El profesor no llega ni llegará dentro de los treinta minutos siguientes. El joven no sabe por qué ha venido, no tiene nada que reclamar, ha desaprobado de forma calamitosa, ha visto su nota en el aula virtual; pero él está ahí. El joven decide sentarse en el cuarto escalón que va hacia el quinto piso. Espera ahí sentado, leyendo un periódico, escuchando música y muriendo de frío. De rato en rato levanta la mirada esperando ver al profesor llegar con los finales corregidos o quizá a algún conocido o tal vez porque está aburrido de esperar.


DOS


De pronto a pesar de la música en sus oídos, escucha a alguien pronunciar su nombre. Levanta la mirada y sus ojos se clavan como dardos en los de ella. El joven queda reducido, mancillado, desarmado ante tal simple hecho. Ella lo saluda con mesura y se acerca. Ella estudió con él todo el ciclo pero nunca se habían hablado, al menos ella no; él le hablaba entre sueños. El joven amaba verla en el salón, a veces ella dormía durante clases y a él le parecía adorable; ella se sienta al extremo del mismo escalón. El joven nunca la hubiera imaginado tan cerca y tan sola. Ella le cuenta que le falta un miserable punto para aprobar el curso y sentirse tranquila, su nota en internet, en el aula virtual, ha sido contundente: un cero siete. El joven trata de levantarle el ánimo, la alienta, le hace algunas bromas; intenta ayudarla con el posible reclamo de la chica, le da unos consejos o tips con los cuales ella pueda reclamar. Pero luego al mirarla cree no haberla ayudado. La ve más insegura que antes. La conversación luego toma otro rumbo. Hablan de ellos. Ella le sonríe y le habla con suma confianza; los ojos chinitos y bonitos; la carita celestial.


TRES

El joven tiene el corazón en la garganta y siente miedo en ese instante, sabe que significa eso. Relucen los síntomas que casi había olvidado, evoca unos dolorosos recuerdos: el ardor y los incesantes embates del corazón. El joven extraña a la chica que aún no se ha ido, que sigue ahí sentada conversándole; sus ojos chinitos y bonitos, las risas que espontáneamente tiene, todo es tan perfecto; quédate ahí bonita, quédate ahí sentada, que el tiempo no avance más, piensa.


CUATRO

Entran al salón a revisar las pruebas. Ella siempre tan linda y comedida, espera el llamado del profesor. No se apresura ni se alarma, solo espera a un lado, junto a una amiga suya. El joven también espera, no su prueba, sino verla feliz. Deseando que le suban el punto que ella necesita. El profesor avisa que hubo una falla al corregir en la fila b; ella es fila b. Aprobar para ella se vuelve ahora sí algo tangible. Ahora ella va con el profesor y entre los dos revisan su examen. El profesor le indica que ella no desaprobó; su verdadera nota era once y no siete como inicialmente le puso.


CINCO

Ella se llena de luz y sus movimientos se tornan alegres. Aprieta los puños a medida que su boquita se ensancha de felicidad y a el joven ya no le importa haber desaprobado el curso, tan solo verla sonreír a rabiar es suficiente , hasta le parece mucho premio. Ella lo mira, quizá recuerda que hablo con él. De repente (aunque de eso no estoy seguro) atribuye haber aprobado a el joven, que el joven fue un buen presagio, casi un amuleto de buena suerte al haber cambiado el destino de ese curso tan enrebosado; no se sabe. Pero ella resuelve en abrazarlo tímida pero cariñosamente. El joven siente que acaba de morir y que su muerte ha sido sublime. Ella luego de regalarle las sonrisas más bonitas va donde su amiga. El joven a duras penas está de pie. Fue algo hermoso lo que acababa de pasar. Un abrazo, su sonrisa, que ella esté feliz y radiante; ahora el joven se dirige donde el profesor para revisar su prueba. El también era fila b. Ella lo mira expectante, tal vez esperando que también el apruebe. Pero el joven no corre la misma suerte, a duras penas recibe un punto a favor. A el no le importa, pero a ella si parece importarle y se siente mal por eso, o acaso es lo que el joven piensa o percibe.


SEIS

El joven sale del salón sin despedirse de ella, la vio de espaldas y le dio pereza y temor pasarle la voz y hacerle adiós. Sale del aula y sabe que la va a extrañar y no la va a ver más durante un largo tiempo. Sale acompañado de dos amigos, se dirigen a la biblioteca, el tiene pensado sacar un libro de Borges que lo acompañe durante unos días. Sabe que no terminará de leer el libro, pero de todas maneras lo va a sacar. En todo el trayecto no puede hablar con sus dos amigos porque piensa en ella, la flaquita linda que pone los ojos chinitos y bonitos cuando ríe. Ni bien saca el libro se despide de sus amigos, los deja. Siente un hincón en el corazón. El joven quiere verla de nuevo y va en su búsqueda, quizá aún se encuentre en el salón. Tal vez pueda conversarle otra vez, quizás le haga reír, de repente reciba otro abrazo. Quién sabe.


SIETE

Luego de haberla buscado por unos minutos y sintiendo la derrota de no encontrarla recayendo sobre él, la ve. Estaba con una amiga. Está de espaldas. El siente escalofríos al estar cerca a ella, siente escozor, es algo estúpido pero cierto. El joven teme ser el completo idiota que siempre reluce cuando se siente atraído por una mujer. Entiende en ese momento que es mejor no acercarse, no sabría qué hacer y se va.


OCHO


El joven recuerda que su habilidad para enamorar mujeres es nula, y esa nulidad ha sido comprobada a lo largo de su vida: ni una enamorada. Claro que ha estado con mujeres, las ha llegado a besar y eventualmente enredarse en el lindel amatorio, pero no las amaba. Nunca se le escarapelaba la piel al estar junto a ellas y sospecha que a ellas tampoco, sólo era el ardor y las cervezas encima. El joven siempre ha tenido que estar borracho para poder robar un eventual beso a alguna chica que le ha gustado en algún lugar, nunca lo hacía sobrio. Él era cobarde, un patético cobarde.


NUEVE

El joven se llegó a enamorar un par de veces de forma verdadera. Enloqueció por amor. Aquellas veces el amor le fue esquivo, aquellas veces intento enamorar de una manera absurda, tonta. Cree ahora que aquellas dos lindas mujeres a las que llegó a querer muchísimo le tienen miedo y cierta pena. Él ahora lo comprende, lo asimila y no las culpa, les pediría perdón y les desearía lo mejor si en algún momento las ve y si es que acaso su cobardía no aflorara.


DIEZ

Es de noche, el joven está cansado. El dolor de estar enamorado está ahí, no logra dejar de pensar en la chica de los ojos chinitos y bonitos; su risa ahora resuena mientras todo es silencio. La recuerda reír, abrazarlo. El joven se ha enterado que ella tiene enamorado. Se amilana. Se siente desdichado, piensa que todo será así siempre: alguien más gozando del amor de una chica lindísima a la que él quiere. Trata de dormir pero no lo logra. Y además no puede calmar el agobio que le produce a él el de estar enamorado.


ONCE

El joven intenta repeler el sentimiento de sentirse enamorado; se baja el buzo ahí echado. Se tocaba abajo y siente su pene caliente y creciendo paulatinamente. Se zarandea la pinga con rabia, sabe que es la única manera de calmar su dolor. Piensa en la chica de los ojos chinitos y bonitos. Se la corre de una manera dolorosa, siempre se hace la paja de una manera distinta cuando se está enamorado. Al terminar se siente culpable como cuando pequeño comenzó con ese solitario placer. A pesar de habérsela corrido brutalmente y dejarse la pinga maltrecha sigue con ese dolorsillo jodido de querer, y no poder, estar junto a esa persona. El joven cree que está realmente cagado y que se ha enamorado de mala manera por una maldita tercera vez.


DOCE

El joven piensa que tal vez el viaje a Argentina le haga ver nuevas mujeres y de repente la olvide, que de repente todo haya sido un capricho. Pero ahora él no puede evitar llorar al saber qué si en realidad está enamorado, si en verdad no logrará olvidarse de ella y la siguiera queriendo de una forma extraña y jodidamente hermosa, no la lograría llegar a enamorar porque está condenado a nunca estar con las chicas a quien en alguna oportunidad ha querido.


24 de julio de 2011

*// Carolina


Se llama Carolina pero al preguntarle su nombre ella responde Jana (hanna), siendo este su primer nombre por el cual nunca la llamamos.


Se despierta sola a las ocho. De vez en cuando se despierta conmigo a su costado a las siete. Evidentemente prefiere despertar sola, he visto las caras que pone en ambas ocasiones. Y despertando sola, la veo infinitamente más alegre.


Mi hermanita sabe cuándo mi mamá necesita un beso y un abrazo, sabe si está triste o pensativa.


A menudo se recuesta en el sillón de la sala, llama de una manera muy graciosa al perro para que se eche junto a ella. El perro rara vez le hace caso. Ella piensa, creo que piensa: que existe una rencilla con el animal, que aún no ha solucionado.


Ahora que no tiene niñera la cuido en las tardes, luego del nido. Al llegar se toma toda la leche del biberón que le preparo. Luego duerme. Muchas veces he olvidado hacerle botar el chanchito. Aquellas veces: se despierta, tose incesantemente antes de vomitar todo y ponerse a llorar.


Los únicos que la hacen reír son: mi papá, mi mamá y la impresora. Siendo esta última la que le roba más risas. Ella ríe mucho cuando escucha a la impresora imprimir. Aun no entiendo cuál es el chiste.


Ahora escribo en la computadora, ella me mira ensimismado, con la mirada fija en lo que hago, seguidamente se va a su cuarto. Vuelve y me enseña un garabato en una hoja. Le digo que está lindo. Ella me lo avienta, el garabato cae al piso. Me da a entender que me lo regala y luego se va.


Me gusta su nombre, al llamarla a veces caigo en un letargo y me acuerdo de otra persona.


Sé que es linda, y será preciosa. A mis viejos le salen mejor las hijas que los hijos. Por lo pronto ella sigue tan linda como siempre, nunca ha tenido un golpe considerable porque la cuidamos y queremos muchísimo.

Dejo siempre que haga lo que le da la gana, de esa manera la veo feliz. Últimamente quiere cocinar como lo hacía antes la niñera. Entonces cuando quiere cocinar yo le doy los ingredientes que suelen ser mayonesa, mostaza y galletas soda. Ella imagina que está haciendo algo buenísimo. Cuando termina me pide un plato y me sirve lo que preparó y luego se va a ver televisión. Enseguida tiro lo que me sirvió y pasó a ver la tele junto a ella.


Ella sabe insultar, logra hacer algún daño cuando golpea, escupe pero nunca le llega a dar a nadie. Saca la lengua cuando está enojadísima.


No come mucho, deja casi toda la comida que le sirven. Pero al darle una mandarina la devora. Ama las mandarinas. Tiene siempre su canastita llena de mandarinitas y no permite que nadie agarre una siquiera.


Sabe hacer su caquita. Suele ponerse colorada cuando tiene ganas de hacer el dos. Se mete al baño sin decir nada a nadie. Se siente en su bacinica y puja, oigo sus lastimeras pujadas. Al terminar ella sola coge su pocillo, arroja su caquita al wáter, lo hace pasar, se limpia y sigue con sus labores.


Se cambia de polo por lo menos cuatro veces al día, siempre anda disconforme con la ropa que lleva puesta. Desbarata sus cajones probándose polo tras polo. Siento pena por mis padres cuando ella llegue al lindel de la pubertad. Pobre bolsillo.


No da un abrazo por dar, no regala cariño ni te sonríe si no le viene en gana. Al menos a mí no me profesa amor de manera espontánea, quizá sea yo quien no inspire amor. Las veces que me ha abrazado o me dado un beso han sido cuando mi mamá se lo ha pedido o he accedido a regalarle algo mío.


Su quehacer favorito es renegar y decir que todo es suyo. En algún momento llegó a decir que el carro era suyo y no permitía a nadie subir. Mi papá ante esta situación intentó hacer un trato con ella. Consiguió que ella le cambiara el carro por un celular antiguo que funciona pero nadie usaba. Y desde ese día se convirtió en la primera niña en tener un celular de verdad antes que ningún otro niño en su nido.


Cada vez es más difícil engañarla. Cuando se siente timada se repele y arruga la entre ceja, intenta mostrar su enojo y desconfianza en su máxima expresión. No recae en llorar. Se queda así, irascible, inquebrantable, apoyada en la pared defendiendo su posición haciendo gruñidos.


Carolina tiene casi tres años, camina por el pasadizo, la veo contenta, independiente y tan suelta. Caigo en la cuenta que la quiero. Siento un alivio al saber que no sabe la desgracia de persona que soy . Vuelvo a mirarla, se da cuenta que la miro y arruga la entre ceja como un adulto desconfiado pero sé que la inocencia prevalece aún en ella. Ya cuando sea grande le he prometido no estar cerca, irme lejos. Tal vez sólo queden cosas que le escribo. Quizá me extrañe al igual que yo, sé que así todo estará bien.

20 de julio de 2011

*// Conversación en el cubículo


¿En verdad estas estudiando? – dijo de una manera precipitada Fito al entrar al cubículo y ver a Gabo sentado con los audífonos puestos y surcando sus cabellos con sus dedos, como si así intentara asimilar las palabras que leía.

Te estoy hablando webonazo – le dió un ligero golpe en la nuca, Gabo se incorporo de repente.

Si webón, que pasa – atinó a decir de la manera más cándida, soltando una pequeña risa, que se prolongo por el eco del cubículo.

Oe pinillo ¿En verdad está estudiando este pajero? - se dirigió a Pinillo que se encontraba en verdad repasando sus apuntes como había quedado con Gabo al entrar.

No sé, así parece – soltó una risita breve y volvió a lo que hacía.

Fito se sentó con ese aire de aprendiz de pendenciero y su particular arrugadita de entre ceja. Había llegado al cubículo del tercer piso del pabellón D. Donde a veces se juntaban los amigos que se conocieron un ciclo anterior, en el de cachimbos. En el cubículo se encontraban pinillo y Gabo sentados intentando de manera responsable estudiar aunque el frío y un partido que se avizoraba en unas horas no jugaran a manera de estímulo.

A ver, pásame un toque tu juguete – Fito señaló los audífonos de Gabo. Él se lo prestó, y sintió las orejas calientitas al quitárselos.

Puta, a ver vamos a ver que tienes. Ojalá tengas salsita para meterle su motivada –Fito hacía ademanes con los dedos mientras pronunciaba esas palabritas tan peculiares que le causaban risa a Gabo.

Checa. Hay buenas canciones, pero de salsa un par no más – Luego de decir esto Gabo volvió a su hoja de ejercicios de economía.

No jodas pe weon , te falta ah! – Fito arrugo aún más la entreceja, se puso los audífonos y se desconecto de la realidad. Bajo la cabeza y se dedico a cambiar las canciones del pequeño reproductor musical blanco.

Pinillo yacía con las manos en la cabeza intentando comprender las hojas puestas en la mesa. Estudiaba economía, un curso que aquejaba a la mayoría que se especializaba en letras y ni él ni Gabo eran la excepción.

Oe pinillo vamos a ver el partido de Perú más tarde en el Jockey. Habla. Allá se va a llenar y puta, alucina gritar un gol con toda la gente, webón – Gabo trato de ejercer la motivación.

No, ni cagando weon, me voy a mi jato. Aparte no me gusta el fútbol – una mueca de fastidio asomó por la cara de Pinillo, se notaba que no entendía un carajo de su hojita. Y que el dialogo de Gabo lo crispaba a sobremanera.

No jodas webón. Qué hablas. Cómo no te va gustar el futbol, es como si no te gustaran las mujeres. Serías medio falladito si no te gusta el futbol – Gabo parecía realmente sorprendido.

Nunca me ha gustado, no le veo la gracia. En un toque me voy también, voy a mi casa a jatear y luego continuo estudiando. No da ganas de estudiar nada con este frío – al decir esto juntó las manos y dio un soplido en el orificio que formó en la intersección de sus dedos.

Oe no jodas, no te gusta el fútbol – le tiró una mirada hiriente mientras pinillo apartaba la vista y se concentraba en su separata que se encontraba en la misma hoja durante un largo rato.

Fito movía la cabeza al compás de la música que escuchaba, Pinillo y Gabo podían escuchar la canción, el volumen estaba en su pico más alto. Y Fito parecía una loca a rabiar con la canción que escuchaba. Tarareaba y movía las manos como practicando una coreografía.

Puta no jodas pues , así no puedo estudiar – Pinillo se levanto visiblemente fastidiado - Ya me jalo, me cago de sueño.

Ay! Así no puedo estudiar – intentó burlarse Fito cuando se quitó los audífonos y vio a Pinillo alistando sus cosas para irse – Oe cabro, siéntate.

No weon, no me concentro acá – pinillo se paró, abrió la puerta del cubículo e hizo un adiós con la mano con su forma característica de despedirse. Como si se tratara de una concursante de belleza. A veces se ponía más bandida y regalaba besito o decía alguna cabrería antes de alejarse. Aquella vez sólo soltó un chau y se despidió con una meneadita de su pequeña mano.

Oe, ya apaga esa webada, vamos a estudiar .Mañana tengo dos finales – se apresuró en decir Gabo.

Jaja oe Gabo ayer. La que me dijiste, el video de Carmela bing. Puta, pero ta’ gorda la weona. Qué rica estaba antes, ahora esta echa una cerda.

Un brillo apareció en los ojos de Gabo, su tema favorito era tocado y el siempre opinaba cuando alguien se refería a alguna actriz porno que él conocía a cabalidad.

Puta si, pero de todas formas es un amor, la veo así gordita e igual no puedo dejar de quererla. A ella le he dedicado una de las mejores pajas de mi vida – confesó mientras dirigía la mirada al techo y pareciera que recordara alguna paja embravecida.

Oe sí. Puta. Oe, la flaquita Gabriela webón. La vez pasada la etiquetaron en una foto en la playita. Webón, qué rica. De la universidad, creo que la mejor ah! – dijo Fito relamiéndose los labios y achinando los ojos.

Nada webón, he visto mejores. Tengo mi ranking y ella no figura te voy diciendo .

Anda webón ya sé que hay mejores, pero te digo de las que son posibles pues. Uno también sabe sus limitaciones.

Webón, no te estanques en una flaca – Gabo intentaba molestarlo.

Anda webón! Tú no le hablas a ninguna germa y me vas a venir con webadas. A las justas le hablas a ese grupito de germitas del lonsa. Y me vienes con webadas – Fito arrugó más la entreceja a medida que sus palabras se hacían más asperas.

¿Qué grupito webón?

Ese pues, la Cintia, la lupe. Y te apuesto que en tus viaje a Iquitos, Ica, no la hiciste con ninguna gringa. Has ido a cargarle las maletas nomas webón.

Jajaja nada webón, que sabes conchatuvida.

¿La hiciste con alguien? Habla pe maricon.

Si weon, pero soy un caballero y no hablo sobre esas cosas.

jajaja no te creo ni mierda.

Si la hice webón.

Ya , puta puede ser ¿ya? porque a las gringas les gusta así webones como tú, huacos, cosas medias raras. Oriundos del Perú profundo. Sí, puede ser. Pero la webada es con una flaca de acá. De la universidad. Una gringa peruana. Una flaquita de la oligarquía limeña. Puta ahí si mis respetos

Gabo no pudo evitar reír al escuchar esas frases. Nunca pensó que Fito hablaría de esa manera. Pero eso no era todo lo que iba a decir.

Nunca la has hecho con una flaca con estirpe, con una señorita oligarca. Con una de la República Aristócrata. Tienes que ser como Leguía pe’ webón. Se folló una feudal y como si las webas se metió en el circulito ficho de Lima en aquel lejano siglo XX. Y la pasó de putamare – dijo ya algo serio Fito.

Puta que risa conchatuvida. Tú ¿hablando así?, me rayas – Gabo no pudo evitar reír durante un rato mientras veía por la ventana en ese preciso instante a una rubia debilidad entrar en la biblioteca.

Puta, oe webón escucha ¿Te acuerdas de Jimena? La del siglo pasado pe. La de cachimbos. Webón, a esa weona se lo hago toditito conchasumare. Así quiero una germita, pituquita al mango. Puta abajo rosadiiiito lo debe tener. Se la chupo todito – decía Fito mientras hacía unos gestos morbosos que invocaban a la risa.

Puta si webón. Esa weona, fichita, mis respetos. Yo también le tengo unas ganas conchasumare. Ya me hice unas cuantas pajas en memoria suya – Gabo no se quería quedar atrás y confesaba esas banalidades que sólo se habla entre varones.

jajaja hablas webadas Gabo. Oe, te cuento una webada, pero pa ti nomas ah! – fito volvió a tener el semblante serio de antes. Era increíble como de la risa podía transformar su rostro a uno más sombrío y de cuidado. Lanzó una mirada inquisidora, como si se dispusiera a proponer algún trato turbio.

La weona de Lucía, puta, me contó pes. Que tenía un enamorado así arrebatadaso. Un fumonaso de mierda. Que la acosaba. Ella estuvo con el ¿ya? Pero puta era pendejo pe, porque el weon era un loco.

Tú ¿Cómo sabes eso?

Es que yo era su confidente en el lonsa pes. Y ya ¿Me vas a escuchar o no?. Mira, la webada fue que un día en Gótica la weona se emborracho mal con el webón. Y en medio de su borrachera tomó fuerzas y terminó con él. Taba tan borracha la webona que sus amigos tuvieron que llevarla a su casa. El webón tenía unos veintiseis años me dijo. Era un pastrulaso.

jajaja a la que pendejo , interesante webón – al escuchar esto se dibujo una sonrisa maliciosa en su rostro.

Pero chitón nomas, ya pes y por eso también le tiene terror al loquito. No valla ser que pase la misma webada. Oe, ese no es el cabro de Giacomo. Puta de lejos puedo detectar su cara de cabro.
Oe llámalo, dile que venga, vamos a joderlo un rato. Yo me aguanto un toque acá sentado para que no me vea.

A través de los cristales del cubículo, abajo, se podía ver a un joven bajo, con casaca negra y caminar pausado dirigiéndose a devolver un libro a la biblioteca.

Puta si es ese webón! Hay que joderlo. Ah verdad! Me debe un libro ese marica.

Gabo se acerco a la ventana y previniendo que nadie más lo escuchara lo llamó.

Oe, Giacomo! – le gritó.

Giacomo levanto la mirada, al ver a Gabo esbozó esa sonrisa afeminada que emanaba con tanta facilidad. Y fijo sus ojos en los suyos...

Oe ¿y mi libro? – Atinó a decir Gabo.

Oye ¿Por qué has cerrado tu feisbuk? Te iba a mandar un mensaje por eso – Giacomo hablaba suave. Tenía a manera de maldición una vocecita delgadita, como de mujer. Que delataba de alguna manera su inclinación afectiva.

Me llegó al pincho esa webada. Mi libro ¿lo tienes? – dijo Gabo tratando de aparentar seriedad.

No, lo he dejado en mi casa.

Ya fue. Oe sube un toque tenemos que hablar.

A Giacomo se le crisparon los cabellos. Y un brillo peculiar se podía observar en su rostro, su sonrisa se ensancho y parecía dispuesto a obedecer.

Hablar de qué – una risita ahogada brotó mientras preguntaba.

Sube nomas mariconazo, te voy a dar vuelta. Me lo vas a agradecer – Fito irrumpió abruptamente cuando parecía que Giacomo estaba dispuesto a subir por las escaleras. Como una colegiala llamada por su novio.

No, me tengo que ir. Chau –dijo secamente al ver a Fito asomado por la ventana. Ellos se tenía un recelo bárbaro. Se miraban, se hablaban pero no se pasaban.

Fito lo maldijó mientras Giacomo se alejaba sin voltear a mirarlo nuevamente.

Puta ese cabro a ti nomas te hace caso ¿no? – dijo Fito palmoteando el hombro de Gabo.

Si webón, ya sé. Estoy convencido que quiere algo conmigo.

Rieron, se empujaron y se fueron a sentar ahora si a estudiar.

13 de julio de 2011

*// La chica más feliz del mundo


Era la primera vez. La miraba y ella le sonría, pero él percibía su miedo. Era su primera vez.

No dudo en abrazarla cuando el temor se acentuó en su rostro. Le dijo que ya no harían nada para hacerla sentir mejor, mentía. Sólo había silencio y un abrazo que acallaba el temor y que ardía mientras estrujaba con más fuerza. El cuarto era pequeño. Las mariposas de su estómago revoloteaban y no podía esperar a sacarle la ropa. Era tan tierna, estaban solos y él quería hacerle el amor esa misma tarde. En la quietud de esa tarde.

Se sentaron en la cama. Ella temblaba por el frío y por espasmos de terror. Sería su primera vez si se lo permitía, si en verdad daba rienda suelta al persistente deseo que había confinado, si en realidad todas sus fantasías mal llamadas insanas se cumplían en ese mismo cuartucho grotesco.

Sentados los dos, las miradas reflejadas, todo resulto ser tan sencillo, como cuando la enamoro sin flores. Mi dedo índice empezó a decorar tus mejillas. Te veía inmersa en mi mundo y sospecho que cualquier sonido no hubiera afectado a lo hipnotizado que te tenía con mi discreta caricia. Mis dedos yacían calientes predispuestos a tocarte pero sólo el índice fue el elegido para recorrer la hermosa simetría de tu rostro. Cerraste los ojos. Te vi tan desarmada ante mí y supe que nunca te haría daño y que daría lo que fuera por verte siempre así. Cerraste lo ojos y confiaste en mis movimientos. Presentías lo que tenía pensado hacer ahí sentados, sin más espectador que tu mismo Dios.

Sentado, te acaricie. Mi palma tocó la suave textura de tu rostro, me acerqué cual traicionero animal y logre darte el beso que me prometiste antes de entrar al cuarto. Te dejaste llevar con los ojos cerrados e imaginabas que el mundo eran sólo cuatro paredes, una cama ajena y un beduino amándote, y a punto de despojarte. Ya eras mía en ese entonces y tú lo sabías. Eras tan pequeña, tan indefensa. Te recosté. La cama crujió de repente y te vi camuflar una sonrisa con tus manos. Me encanto. Me diste el coraje de avanzar. Me dispuse a sacarte la polera, me ayudaste mientras nuestros brazos rozaban y el corazón crepitaba, hasta podía escucharlo. El frío ya había desaparecido y tu mirada se había reubicado en la mía. Era mi turno. Sólo tenía un polo. Me lo saque de la única manera en que sé sacármelo, rápido, salvaje, sin elegancia. Y tú te apresuraste en quitarte tu pequeño polo. Vi la comisura de tus labios mordidos por esos perfectos dientes. Te vi el sostén azul con decoraciones a su alrededor, pero hermoso era lo que ello acogía y me esperaba.

Ahora éramos cuerpo a cuerpo y lentamente el calor nos pertenecía, mientras algo dentro de mí no podía aguantar más a estar contigo, a alojarse dentro de ti. Tú lo notaste y fuiste comprensiva. Tocaste justo ahí, en el exacto lugar para arreciar y acallar al mismo tiempo y del mismo modo. Fuiste testigo del breve gemido que dejé volar. Desabrochaste mi jean y ayudaste a que caiga arrugado al suelo. Tu mirada dirigida a mi parte baja contemplaba esa rigidez tan cruel. Era una mirada bondadosa y sin perder ese aire inocente me viste con tus ojos almendrados, y sentí que ya éramos cómplices.

Te acaricié los cabellos con una mano mientras la otra emancipada resbalo a tu cadera dispuesta a moldear tu abdomen. Arriba tu pelo nos jugaba una mala pasada y nos entorpecía y reímos de lo absurdo y trascendental de todo esto. Descuidando mis desplazamientos quirúrgicos llegué a tocarte en ese preciso instante ahí abajo, donde procurabas que no llegara porque temías despertar. Pero no hiciste nada cuando lo hice, querías que siguiera y seguí. Te toque con más fuerza. Gemidos, gemidos, aún oigo tus gemidos, que no daría por escucharlos otra vez. Tus codos apoyados en la cama soportaron la arremetida de mi flácido cuerpo. Tus gimoteos me descontrolaron. Y embravecido de amor desabroche el pequeño botón de esa prenda rasgada, la cual bajaste sin titubear.

Todo ya era más rápido, nos encontrábamos con el aliento flamígero y no queríamos parar. Aligere mis pasos. Te besé desaforadamente, y el ir y venir de nuestros labios eran música entre tanto silencio. Sentía tu ardor. De repente todo perdía importancia. El correr de la vida, de nuestras vidas anodinas. Todo se concentraba en ese preciso instante. Empecé a bajarte el calzón lentamente y mi sexo firme apoyado en tus muslos se disponía ingresar a la más sublime de las entradas.

Un ruido apartado y ajeno a nosotros. El portón abrirse y luego cerrarse nos hizo despertar de nuestro letargo. Esa es la parte más dolorosa, la que me duele evocar y me duele que recuerdes. Estábamos en el cuarto de servicios. La parte trasera de la casa que lindaba con el estacionamiento del carro. Oímos voces de jóvenes bullangueros. Nuestro mundo de amor y nuestros cuerpos desnudos ahora nos avergonzaban terriblemente. Volviste en ti, te vestiste rápido y con miedo, avergonzada, odiándome por haberte llevado hasta ese extremo. Rápidamente yo también me vestí mientras maldecía y sudaba de manera copiosa.

Las voces se hacían más fuertes y era cuestión de segundos que pasarán por el cuarto de servicio y se dirigieran a la sala de tu casa. Teníamos la cara de culpables. Éramos unos mocosos jugando a tener sexo como grandes. Alguien grito tu nombre, era tu hermano y había llegado con sus amigos a la casa. Traían cervezas y las caras extasiadas. Tenías miedo de contestar, conocías a tu hermano. Yo tiritaba de miedo y me arrepentía de haber hecho todo eso, me arrepentía más por no haber logrado hacerte el amor lo antes posible. Sólo una puerta raída me separaba del energúmeno de tu hermano. Reproduje en mi cabeza las preguntas que me haría si me encontraba contigo. Te llamó una y otra vez. No podíamos salir, no debíamos. Nos verían. Grito una vez más y presentí que vendría pronto. Trate de mirarte y entregarte mi confianza. Fue peor. Nos miramos y no logramos ayudarnos. Arrugamos la cara con temor.

La puerta sonó, la chapa giro. Y el grito de tu hermano iba y venía por el eco que producía el cuartucho. Al fin le respondiste. Tu hermano te pidió abrir la puerta. Raudamente me escabullí debajo de la cama. Abriste la puerta, el entró y te pregunto qué hacías ahí dentro. Su voz denotaba fastidio. Tenías la cara rojiza, el pudor asomaba por cada facción de tu cara y cada atibo de expresión parecía recrudecer en un sollozo. Tu hermano nunca era de las personas comprensivas. Abajo tuyo. Yo empezaba a lamentar haberte llevado a saciar mis bajos instintos. Tu hermano te saco del cuarto y no pregunto más. Tú ya llorabas sin que te pudiera consolar. Temí que dijeras algo. Y ya estaba dispuesto a correr si algo surgía. Cerró la puerta antes de salir. Y me quedé debajo de la cama ideando la manera de salir y pedirte perdón.

Pasaron horas. Escuchaba risas, lisuras, cosas moverse. Lo que más recuerdo en esas horas fue el olor del polvo, las pelusas que se me pegaban en los labios y el frío piso. Me aterraba la idea de salir y que tu hermano por casualidad entrara de nuevo al cuarto de servicio. Maldije mi calentura que me llevó a intentar hacerte el amor en este indigno cuarto de servicio. Todo fue culpa mía. Llego la noche, había dormido durante un par de horas. Supuse que eran las diez u once de la noche, la bulla había disminuido y parecía haber menos gente. Eventualmente alguien soltaba una risa y escuchaba gente caminar por el patio. Luego de unos minutos oí el portón elevarse, las puertas del carro abrirse y cerrarse casi de inmediato, el carro prendido y luego el portón cerrándose, fue el sonido que tanto anhelaba.

Dejé pasar unos minutos, salí de debajo de la cama, me dolía el pómulo derecho y sentía el cuerpo heladísimo. Abrí la puerta con cuidado, quise llamarte te lo juro pero descarte esa idea al instante sabiendo que no me harías caso. Camine por el patio, abrí la puerta principal, al traspasarla la cerré con cuidado y corrí como un reo que se escapa como última oportunidad de conocer la libertad. Al llegar a mi casa no tuve el coraje de tocar, mi mamá estaría preocupada y molesta al verme llegar a tan altas horas. Me senté en el piso apoyado en la puerta, abrasé mis rodillas y empecé a llorar. Lloré y pensé en ti. Mi sollozo era silencioso y las lágrimas caían sin un orden establecido. Te había hecho la chica más infeliz de todas y no me lo perdonaba.

10 de julio de 2011

*// El manual del buen hipócrita (escrito por uno no tan bueno)




- Siembra cizaña de la manera más sutil, en lo posible intenta decir que te lo dijo otra persona.


- Dile a todos lo mal que te cae esa persona y lo mucho que te fastidia su existencia. Pero cuando estés cerca salúdala, sonríele. Eventualmente inicia y termina una conversación con ella. Llámala cuando la necesites o cuando la circunstancias sean ineludibles.


- Salúdalo en su cumpleaños, envíale un mensaje discreto y directo exento de promesas de verse pero que denote que sientes cierto aprecio, aunque te importe una mierda.


- Vocifera palabras ácidas, sulfúricas e hirientes contra un compañero delante de todos. Luego discúlpate y dile que lo aprecias y que todo era broma.


- Evita la mirada de esa persona odiosa. Si ya es inevitable y se han visto, levanta la mano y salúdalo haciendole chau. Siempre sonríele y trata de mostrar los dientes. Pero evita parar a conversar, sabemos que sería una mala idea.



- Gasta lo mínimo cuando estés junto a la persona que “amas”, guarda siempre dinero. Di que desearías sacarla a algún lugar más decente, miéntele bonito. Posteriormente dile que la amas y que darías todo por ella. Funciona.


- Siempre dile que la extrañas, que la quieres ver. Pero no muevas un dedo para verla. Da muchísima flojera buscar a alguien, más aún cuando no tiene algo que te interese. Decir que lo extrañas actúa casi casi como una visita y una manera de recordarle que en alguna oportunidad te gustaría verla y que ese día está cerca, y que si se cruzan en algún lugar no la ignoraras.


- Mientras le haces el amor dile que la amas aunque no te satisfaga o no acceda a tus burdas peticiones carnales. Siempre profésale cariño en la cama. Luego ya puedes ir con una prostituta a que te haga lo que ella no logro hacer contigo. Págale bien para que la carencia de placer sea rellenada completa y exitosamente.


- Di que te sientes contento de que haya aprobado y tu no. No lo maldigas aunque sea lo único que sinceramente quieras hacer. Siempre di: Bien webón, Bien flaca te lo merecías. La procesión se lleva por dentro. Algún mal les pasará luego y no podrás ocultar una sonrisa de satisfacción.


- Di que eres hincha de un equipo, que amas a ese equipo a muerte. Peléate en lo posible con algún imbécil que rivalice, te dará el tinte de fanático. Pero sólo anda al estadio cuando tu equipo juegue alguna final o con un equipo importante, ahí siempre va gente, te sentirás un verdadero hincha a estadio lleno.


- Anda a funerales aunque el fenecido fuera una persona insignificante en tu vida. No llores, ni intentes llorar, sería patético. Sólo entrelaza los dedos, cabeza cabizbaja y espera a que termine la absurda ceremonia.


- Comenta que te parece interesante y que te da gusto lo que otros escriben cuando en realidad no los hayas leído y te chupe un huevo leerlos.


- Hazte la paja pensando en esa persona, luego niega que te guste.


- Mirar sus fotos ensimismado en tu cuarto está bien. Embriágate con su retrato y los recuerdos que emanan de él. Pero al verla en persona muéstrate indiferente, da a entender que ignoras su existencia.


- Apabulla a la persona que quiere hacer algo distinto, aunque en el fondo envidies su coraje. No le des aliento, dile que es un idiota y recuérdaselo, con eso tal vez logres apaciguarle y consigas hacerte sentir menos perdedor y cobarde.


- Esquiva miradas siempre que puedas. Y si te ve alguna escoria y te pasa la voz di que no lo viste y pregúntale cómo le va.



- Anda a Misa. Órale a Dios. Pídele por la gente que más necesita. Luego puedes ir tranquilo a ver televisión a tu casa o enclaustrarte en tu cuarto. Acuérdate que ya oraste y rezaste por esa gente que día a día vive un calvario. Sientete bien. Ya cumpliste hermano. Dios se encargará.


- Comenta que tienes perros, que son bonitos, di sus nombres y los años que tienen. Pero no los alimentes tú, no les brindes amor ni los saques a pasear. Deja esa molestosa labor a la empleada de la casa.


- Despídete siempre con cariño, dile que se cuide y que la pase bien. Luego masculla barbaridades y maldícelo. Es muy dulce y reconfortante hacerlo.


- Deséale suerte en su nueva relación cuando en realidad te genere celos y odies que esté con una chica tan linda. Y pienses por qué tu no y el sí.


- Di que odias a los homosexuales o que te da igual. Pégala de persona divertida y loca, has chistes de maricas, molesta a otras personas de cabro, pero que no se enteren que alguna vez hiciste el amor con un hombre, que te la llego a chupar, que no lo eludiste y que acariciabas su cabeza mientras te hacía ese favor.


- Di que eres virgen y que no lo has hecho aún, niega que hayas comprado condones alguna vez. Te dará un aire más tierno. Trata en lo posible de demostrar que el sexo te es esquivo, que solo te la corres día y noche.Y Trata de salir con amigos a un prostíbulo y estos no te contradigan lo antes mencionado.


- Intenta no mirar a los ojos. Tus ojos pueden delatar la pérfida persona que eres. Los ojos proyectan tu miedo, tu mentira, tu odio. Mira al costado cuando converses con alguien que te parezca antipático.


- Escribe relatos anodinos, los cuales te hagan ver como una basura, un lacayo que no merece ningún tipo de amistad ni cariño, un enfermo que linda con lo depravado. Pero al momento de hablar genera ternura, di que todo es ficción, que eres tranquilo y estable, y nada de esas cosas deambulan por tu cabeza.


- Finalmente. Dime que has leído todo y te ha gustado.

25 de junio de 2011

*// Y un día se fue


“La despedí porque le había dado el número de la casa al vigilante de la escuela de ballet de Valeria, que se ha creído, coquetasa, sinvergüenza. Que se valla con todos sus cachivaches, no la quiero acá. Ya conseguiremos otra chica. Así que cada uno limpie su cuarto, laven sus calzoncillos y medias. Ya están bien grandecitos.Sobre todo tú, ya estas viejonazo.”

Fui a su cuarto en el primer piso. ¡Era verdad! Ya no estaba. Sólo quedaba la cama con figuritas adheridas al respaldar, la radio que le presté, la cómoda que se deshacía horrible y la mesa para planchar. Mi mamá la había despedido. Judy ya no estaba en la casa para atenderme.


Ha pasado una semana y mi casa se va a la mierda empezando por mi cuarto, específicamente por mi baño. Todo es un caos, un caos silencioso, discreto del que ninguna persona se ha enterado. Donde eventualmente solo se oyen los alaridos del perro rascando la puerta porque tiene hambre. Susurros de los hámster al momento de follar, qué manera de cachar la de esos pendejos. Ya no se oyen los huaynos chillones de Judy, música con la cual, me guste o no, mi casa tenía color y vida.

Judy llego a mi casa hace seis meses procedente de Huancayo. Era de las características buscadas por mi mamá lo que la llevo a contratarla. Joven, servicial, respetuosa y con muchas ganas de trabajar. Aunque creo que decir muchas ganas, solamente ganas, sería desmerecer su terca manera de limpiar, servir, refregar trastos, baldear el patio, etcétera, etcétera, etc. Judy era incansable.

El modesto trabajo de empleada del hogar es casi siempre poco remunerado, mal pagado, pésimamente estimado. A ella le importaba un carajo. Hacía todo en la casa con alegría y con una sonrisa de esas que siempre te regalan los niños de la sierra, una mirada exenta de remordimiento. Siempre con sus cachetes chaposos, su ropita sencilla y sus menjunjes para la belleza en la cara que la mantenían sin granitos.

Despertaba a las cinco y media. Se lavaba la cara, se peinaba, se ponía su lacito en el cabello y empezaba el día preparando el desayuno. Hacía maravillas a veces con lo poco que había en la refri. Aquellas veces de escasez de víveres preparaba quaker, hacía tortillas de huevitos que alcanzaba para todos. O a veces apuradísima ella, salía a comprar pan, jamonada y alguna fruta con la que preparaba algún jugo para no dejarme salir con el estómago vacío. Siempre me decía. “Joven, quizá no almuerces porque te quedas estudiando por eso tomate tu buen desayuno”. Linda ella.

Cuando llegaba a casa sus primeras palabras eran “¿Le sirvo su comida joven?”. Luego con suma destreza comenzaba a escarbar el arroz, sazonar el pollo, los coloca en un plato y lo metía al microondas a calentar. Colocaba el individual, los cubiertos, la jarra exclusivamente para mí (con jugo o una riquísima chicha, jamás la basura de Zuko) y todo quedaba listo para engullírmelo.

Luego de la comida. Me dirigía a mi cuarto a descansar no pocos minutos y de paso a darme placeres individuales con mi laptop actuando como cómplice y único espectador acreditado e infaltable. Creo que ella sospechaba lo que hacía en mi cuarto. Y lo confirmaba cuando lavaba mis calzoncillos con manchas sospechosas, pero nunca me dijo nada, nunca me dio una mirada reprobatoria ni se ponía a indagar nada que yo sepa. Era perfecta.

Siempre quise una persona así que me atendiera. Y la tenía hasta hace poco. De pequeño un amigo de la cuadra me contó con los ojos lujuriosos y tocándose sus pequeñas guirnaldas que se masturbaba viendo a su empleada cambiarse cuando ella eventualmente salía a una fiesta los sábados. Se me paro no más de escucharlo y tuve un deseo constante desde ese día. Coincidiendo con ello mi madre había contratado a una chica que llegaría la semana siguiente.

Me aturdió mirar a la chica la semana posterior, no era chica, era una vieja, huraña, quizá menopaúsica que vivía amargada y jodía de todo. Que ponte los zapatos que recién he baldeado, que no veas mucha televisión, que no salgas a la calle. Vieja rechucha. Qué bueno que sólo estuviste poquísimo tiempo. Contigo no me hacía la paja nicagando. A partir de ahí la imagen de una empleada del hogar sexy se difumino. Hasta que llego Judy que no era precisamente sexy sino linda y tierna. Y torno mi vida más fácil y placentera.


Ahora sin ella mi casa es un barco a la deriva, desaparecido, casi fantasmal, llena de polvo y objetos que no están en su lugar. Los animales lloran porque nadie les da su comida a la hora respectiva. Mi estómago aclama su comida tan rica. Mis viejos llegan en la noche cansadísimos. Y yo tengo que atenderlos, es un acto noble pero ya quede sin fuerzas, no aguanto atender a nadie porque soy un egoísta y no puedo evitar serlo. Mi mamá prometió traer a alguien más pero nadie será como Judy de eso estoy seguro. Las palabras no me salen, las lágrimas me son indiferentes. Mis necesidades básicas no son cubiertas sin ti Judy.

Judy te extraño. Algún día te buscaré y te contrataré nuevamente. O mejor aún, te traería a vivir conmigo, siempre y cuando cumplas la función que hacías en mi casa. A pesar de todo fuiste la mejor en lo que hacías. Donde quiera que estés ahora, suerte. Recuerda que no fuiste despedida por la familia sino por mi vieja. Que la cago totalmente.

“Señora le di el número de la casa a Waly porque mi celular se perdió, ¿disculpe ya?. Y no me grite. Si quiere me voy no tengo ningún problema. Aparte sus hijos ensucian mucho. Yo también me canso seño. No sé qué decirles a veces. Su hijo el mayor es un asqueroso, revise sus calzoncillos. Es jodido lavar esa porquería blanca pegada. Si me quiere despedir, bien pues. El waly me dijo que su jefa tiene un trabajo para mi mucho más fácil, donde limpiaría la casa y cuidaría al perro. Así que me voy entonces señora. Gracias. Y que su hijo madure y deje de hacer las cochinadas que hace en su cuarto, dígale así seño. Gracias más bien a usted. Ahorita alisto mis cosas. Trabajo no me va a faltar caray.”