9 de octubre de 2011

*// La tocadita

Un llamado entre sollozos interrumpió unos pasos que martillaban con dulzura. Un alumno se acercaba a la supervisora que se había detenido al escucharlo.

— ¿Qué ha pasado, niño? — preguntó.

— Supervisora, me han robado mi celular — dijo Martín evitando deshacerse en lágrimas.

— Tranquilo, tranquilo. A ver… explícame. Cómo te robaron — dijo Lucía, la supervisora, dulcificando las palabras.

— A sido Pajares señorita. Le presté un ratito mi celular, y cuando se lo pedí, me dijo que ya me lo había devuelto. Yo sé que él lo tiene. Ayúdeme. No quiero que se lo quede.

— ¿Pajares, no? — Lucía empezó a secar, con sus dedos, las lágrimas del niño — otra vez ese muchachito, ¿Segundo “C”, no es así? Ok, vamos, acompáñame.

— No, no. Si lo llama va a saber que yo lo he acusado — prorrumpió Martín.

— No te preocupes, yo sé cómo manejar este problema — le guiñó el ojo.

Benito Pajares era un ladronzuelo encaletado entre una carita angelical y unos huevos de toro. Se dice que las niñas conocieron lo bueno de la vida al verlo en calzoncillo, durante las clases de natación. No era para menos, Pajares se manejaba un arma colosal, desafiante, avasalladora.

— Mocoso, ¿Por qué sale usted así del aula? — preguntó el viejísimo profesor Bustinza, al ver en la puerta a Lucía acompañada del desertor de la clase.

Los alumnos posaron las miradas en la bella supervisora perfilada fuera del salón. Y un murmullo se desató como moscas en un basurero; Bustinza se acercó.

— Profesor, ha ocurrido un problemita. Al alumno se le ha extraviado su celular. Le ruego unos segundos de su tiempo.

— Y por qué no me avisas a mi primero, mocoso del cuerno — embistió Bustinza clavando la mirada en el menudo cuerpecito de Martín.

— Profesor, solucionemos esto rápido, por favor — suavizó Lucía

Aquellas palabras calmaron a la bestia embravecida que era el pedagogo. La supervisora ingresó, bienvenida por un ligero rumor de suspiros. Los tacos y la faldita desprovista de inocencia despertaban sensaciones confinadas.

— Chicos, a su compañerito se le ha extraviado su celular. Por favor, les rogaría que cada uno revise su mochila, tal vez alguien lo ha guardado de casualidad — dijo al pararse al frente.

Fue así como todos empezaron a escarbar entre sus cosas. Claro, todo era simple pantalla, la supervisora tenía los ojos fijos en Pajares, tratando de captar movimientos sospechosos, alguna mirada furtiva. Algo.

Benito, despreocupado, escudriñaba entre sus cosas. Y se preguntaba por qué la supervisora, con esa carita de anfitriona debutante, lo miraba tanto.

— ¿Ya chicos? Acá en el salón no se puede perder nada.

— Señorita, nadie va entregar nada de esa manera — dijo Bustinza con su voz pastosa - Tú, niño, revisa a cada uno de tus compañeros.

Acatando la orden, Martín sorteo carpetas, revisando entre todas las mochilas de sus compañeros. Al detenerse en la de Pajares se tomo un poquito más de tiempo. << Enano acuzeta >> pensó Benito, mirándolo de soslayo, sin saber que la supervisora lo advertía.

— ¿Ya, alumno? No me haga perder el tiempo — bramó el profesor.

— No está — dijo Martín.

— Espera, díctame tu número — intervino Lucía


El niño le dio el número advirtiéndole que tenía el celular en vibrador. Ahora ven, le dijo. Martín pasó al frente, la supervisora le dio el celular para luego acercarse a Pajares; los tacos, las piernas largas y desnudas lo ponían cañón a Benito, y no pudo evitar que su arma colosal tomara posición de ataque. Lucía percibió un movimiento en su parte baja. << Esto no puede ser normal en un chico tan pequeño >> pensó.

— ¿Qué tienes ahí? — preguntó.

— Nada — repuso orgulloso, Pajares.

— Llama, llama, llama Martín — alzó la voz Lucía.

— ¡Estoy llamando! — gritó el niño

La parte baja de Benito empezó a zigzaguear ante la quirúrgica mirada de la supervisora que parecía segura de lo que veía.

— Jovencito, saque ahora mismo lo que tiene escondido ahí.

— No tengo nada — insistió Benito excitadísimo.

— ¡Apúrese! — gritó Lucía intentando robustecer la voz — ¡Sáquelo!

— ¿Y por qué no me la saca usted mejor? — guapeó Pajares.

La delicada mano de Lucía arremetió con fuerza por sobre el pantalón de colegio. Un mutismo invadió el salón. Los chicos se tomaban sus guirnaldas fantaseando con la escena. Las chicas horrorizadas aunque, muy dentro, envidiando a la supervisora.

Lucía, presa del impulso, jala que jala por sobre el pantalón. <<chiquillo insolente>> repetía ensimismada, colérica, pensando tener el celular en manos. Pajares se desvivió durante esos cortos segundos.

<< Por la conchasumare, qué rico >> pensaba Benito, hasta que su cuerpo se relajo y un último estertor daba paso a una copiosa mancha en el pantalón.

El arma del afortunado alumno pasaba a modo de defensa. Y el frenesí de la supervisora se diluía, cuando ya no pudo sostener el supuesto celular.

— Señorita, ¿Qué está haciendo? — dijo Bustinza limpiándose el sudor con un pañuelo.

Lucía quedó paralizada durante eternos segundos. Pajares con la boca seca mirandola con cariño. La supervisora se irguió con la cabeza gacha, y sin mirar a nadie camino hacia Martín. Tu celular no lo tiene Benito Pajares, le dijo, para después salir con la mirada extraviada, acariciándose el cabello.

Bustinza, aun atónito, mandó a su lugar a Martín, y pidió tomar asiento a todos. Sólo Benito quedó de pie con la victoria dibujada en el rostro; remojó la lengua y luego, con sumo cuidado se sentó. Al hacerlo sintió una efímera vibración dentro de sus posaderas. << Tengo que devolver las llamadas perdidas >> pensó, y rió para sí.

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