18 de septiembre de 2011

*// Memoria inconfesable


Año 2007. Dieciséis años, la etapa más pajera de mi vida. En la que, sencilla y sinceramente no encontré mejor refugio que el porno, al ver mi nula destreza para enamorar alguna chica en el último año de colegio; por las tardes, luego de llegar de la escuela, mi único hobby era escudriñar en internet algún video, alguna salvajada exenta de conmiseración. Films épicos que me transportaran en cuerpo y mente a la escena, y qué con suerte aquellas imágenes quedaran impregnadas en mis pajas más memorables.


Poco a poco mi cultura pornográfica – como era natural – creció. Me sumergí en el batiburrillo, no sólo de videos profesionales, sino también caseros. Eso elevo el número de pajas diarias, y sospecho, influyó a tornar en mí un comportamiento introvertido. El semen fluía de una manera corrosiva encandilado con los videos porno enmarañados en mi computador. Sentía que era el rey, y que nadie en la vida podría poseer ni mucho menos imaginar el festín solitario que me daba a diario en mi cuarto, con los audífonos puestos.


La etapa escolar transcurría con normalidad. El último año siempre es jodidísimo, da una flojera de mierda seguir asistiendo a las clases. Pero ahí me encontraba día tras día, con los zapatos sucios, el uniforme sin planchar, las tareas inconclusas y sin haber ido a misa el domingo. El domingo era sagrado, teníamos obligatoriamente que asistir a misa. Era menester luego hacer un comentario sobre la homilía del padre. Juro que el domingo también me era sagrado. Despertaba a las once y me sumergía en una maratón de videitos porno. Hacía un receso para almorzar, luego continuaba con mi extenuante trabajo. En la noche me embargaba la culpa, no había visitado a mi señor. Me encontraba con la pinga adolorida, y tan sólo quería descansar.


Así transcurrió ese año, mi año más pajero. Sin enamorada, sin amigas, no pensaba en amor ni en sexo. Pensaba en pajas. Fue en esos días que, al verme extraviado, cavile la posibilidad de ser actor, un gran actor porno. Me sumergí en esa idea, me pareció perfecta, viajar y vivir el sueño americano. Quedarme en usa, ejercitarme y ser recluido por alguna productora que viera en mí dotes excepcionales, una jovialidad incomparable y unas ganas de cachar desenfrenado, con todo el descaro del mundo. Ser el posible semental peruano, un digno discípulo del mítico Rocco Siffredi.
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Tenía un gran plan que iba acorde con mis placeres y conocimientos. No había nada más lindo en mi vida – a esa edad – que ver un buen videíto porno, claro, también estaba mi amor por lo libros, sobre todo por novelas, pero mi dicha por leer fue confinada, porque recaía una y otra vez en los placeres del onanismo. Es más, a veces sentía que era estúpido leer a sabiendas que ya tenía un futuro propuesto. A sabiendas qué en ese futuro sólo cabía la posibilidad de una persona fornida dispuesta a meterla rico, sin descanso, y lo que tenía en realidad que hacer era ejercicio físico para con ello acercarme más a ese sueño bizarro; aunque, secretamente quería fracasar.


Luego de tanto insistir con el viaje al finalizar el colegio, mis viejos accedieron. La única condición era la de asistir al británico luego del cole. Acepté, me pareció justo. Di un examen de categorización que increíblemente me condujo al Básico 7, esto lo atribuyo a mis incansables esfuerzos por descifrar las conversaciones de mis tórridos videos en inglés. No tenía la más remota idea en cómo cambiaría mi vida el ir a aprender un nuevo idioma.


Me enamoré de una chica preciosa de rizos dorados que iba a mi salón. Mis deseos más impuros fueron desapareciendo hasta ser imperceptibles, por primera vez sentía ardor, no en mi parte baja, sino un ardor en el pecho, piedrecillas en el cuello, y una sensación de frío al verla ingresar al salón. Se llamaba Cindy y tenía veinte años, su mirada extraviada y caminar pausado eran lo que más resaltaban. Al llegar a casa, luego del británico, no hacía otra cosa más que echarme en la cama a pensar en ella, a escribir poesías o a fabricar una futura conversación. Sin darme cuenta había roto mi rutina masturbatoria. Estaba enamorado, joder.


Un día antes del examen final, cuando la miraba de reojo con una sonrisa soterrada, el profesor de inglés me pidió hacer grupo con ella. Enrojecí, y al arrastrar mi carpeta junto a la suya no tuve la valentía de mirarla a los ojos y presentarme. ¿Qué pasó? Estas rojísimo me dijo al escudriñarme con dulzura. No respondí. ¿No estarás con fiebre?, y al decirlo palpó mi frente sin dudar. No, no te preocupes, prorrumpí, soltando una risita lastimera. Ella me miró apacible, hizo un imperceptible mohín y al verme con uniforme atacó con una pregunta, ¿Ya sabes que vas a estudiar?, las manos me empezaron a sudar. Actor porno, pensé. No estoy seguro, pero he pensado en estudiar literatura, me encanta leer novelas, dije intentando sostener la mirada. ¿En serio? Bueno, no sé mucho de novelas, pero he leído Fue ayer y no me acuerdo de Jaime Bayly, y no sabes cómo me he divertido. ¿Conoces a Bayly?


- Sí, es uno de mis autores favoritos. Y también leí la novela. Tengo casi todos los libros, y originales ¡ah!
- ¡Por favor! – rió – entonces eres un loquito Bayly.
- Creo que sí, si quieres mañana te presto una novela de él- me animé a decirle
- ¿Así? Bueno, ¿Cuál me traes?
- Yo amo a mi mami.
- jajaja está bueno el título. Mañana antes del examen me lo prestas ¿sí?
- Claro que sí, y… tú ¿Estudias?
- En la universidad de Lima, psicología. Ahora estamos en prácticas. No sabes el estrés de estar en la universidad, cuando ya seas universitario vas a querer regresar al colegio, así que aprovecha tu último año, un consejito.
- No creo que extrañe el cole. Estoy contando los días para que acabe.
- Eso dices ahora…

La clase terminó, no hicimos la dinámica establecida por el profe. Nos dedicamos a conversar sumergidos en risas y ademanes. Presentí que había logrado cierta empatía, y con carita, pueril en ese entonces, me despedí con un besito de Cindy, y prometí traerle el video – perdón – la novela, a lo que ella asintió para luego alejarse, dejando que la brisa jugara con su cabello.

Al día siguiente llegué minutos antes de la clase. Cindy no llegaba aún. Luego de un rato, el profesor avisó que el examen iba a empezar. Entré en el salón y ni bien me dieron la prueba marqué las alternativas que intuía eran las correctas. Fui el primero en salir. Me senté en una banquita y con el vetusto libro de Bayly aferrado a mis brazos esperé que llegara Cindy bonita. Acabó el examen final para todos, y ella no aparecía. Mi corazoncito ávido de amor se resquebrajaba, la espere una hora más sin claudicar deseando intensamente verla. Pero nunca llegó.


Llegué tardísimo a mi casa. No di explicación a nadie. No comí. No prendí la computadora. Me encerré en mi cuarto, me tiré en la cama y solloce en silencio, conteniendo el gemido más no las lágrimas que caían por aquella chica ausente, sintiendo pena y asco de mí. Ese dolorcito llamado amor me había invadido, planeando acabar conmigo. Aquella noche el absurdo sueño de ser actor porno se disipó totalmente. No era sexo lo que necesitaba y ansiaba, era cariño, una mirada cómplice, un ¿Qué tal? o una sonrisita descomedida; eso que Cindy había compartido conmigo. Las lágrimas se agotaron y me quedé dormido con el uniforme puesto y la luz prendida.

********

- Ma
- Dime, Leo
- Voy a postular a la universidad de Lima, acabando el colegio
- Pero vas a viajar, tus tíos van a recibirte en enero. Ya lo habíamos acordado.
- No, olvida el viaje.

1 comentario:

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