29 de mayo de 2012

*// Veintiocho del diez



Las hojas de tu libro se mueven por el ligero aire que desliza el ventilador. Acomodas las hojas y casi al instante empiezan nuevamente a revolotear. Las devuelves a su lugar no sin un levísimo rubor al notar que te observo. Estoy sentado a tu lado. Aún no te conozco. En el tercer intento, el airecillo caprichoso vuelve a la carga pero mi mano reposa ahora sobre alguna página del libro. Observas el hecho. No me miras aunque te adivino una sonrisa. Aparto lentamente mi mano. Cierras el libro y las hojas se quedan quietas.


No me gustan los sábados ni domingos. Sólo quiero y espero las noches de cada uno de los días de semana.


Me siento raro al estar comprando frunas antes de entrar a clase. Ayer te escuché decir que te encantaban. Compro fresa y naranja, no estoy seguro cual te puede gustar. También tengo conmigo el cartel robado, sí, ese que te dije y que no me creías. Ya llego al salón, estoy ansioso por verte. ¿Cómo estarás hoy? ¿Qué me contarás esta vez?, quiero oír tu voz y sentir flotar ese perfume con que te desenvuelves. Entro al baño. Intento arreglar este lastimero cabello que nunca me decido cortar. Me dirijo al aula. Busco tu imagen. No estás. Y tampoco vendrás ese día.


Quédate un ratito más a mi lado en el paradero caótico e intentaré hacer, en ese murmullo de tu fastidio y desesperación cuando no puedes irte, alguna gracia para que me despidas con una sonrisa.


Riquísimo media luna. No recuerdo los segundos ¿Tu sí? O ese micropiquito superimperceptible que te di en el cuello, boca y ojo: una reunión de pequeñas victorias. Luego, luego, en la cocina, tú, apoyada en la refri fingiendo cansancio. En esa inocencia por alentarme a declararme a ti. Te quise. Cómo te quería y por qué no te dije nada. Sabía que era momento de decirte lo mucho que te adoraba. Pero otra vez mordí las palabras y tragué el cariño.

 
Siento tu ausencia y a cualquier hora me escabullo entre pensamientos preguntándome por qué te quiero. Será tal vez esa manera tan cálida y áspera con que miras o esa durísima dulzura de tu indiferencia o el armonioso conjunto de sutilezas de tu rostro, o quizá…


- Te quiero porque por ti intento ser menos imbécil e inmaduro, aunque no veo mejoras.

- Te quiero porque nunca he visto a nadie tan linda con brackets.

- Te quiero cuando dices: “¿es en serio?!” con algún movimiento indescifrable.

- Te quiero y los hipódromos ya no son tan aburridos, y creo más en los caballos.

- Te quiero because I will never learn english if I see you all over time and…
I don´t mind.

- Te quiero en tan poco tiempo y, a la misma vez, estoy dispuesto a todo en esta extraña confusión.

- Te quiero porque, sin poder evitar, te ríes de algo que digo y me doy cuenta. Y el día se reduce a ese momento pasajero, en esa imagen, que deseo enmarcar.

- Te quiero como no quiero a nadie ahora, y extraño tocar tus manos, o que juegues conmigo cuando estás un poquito borracha y te suplico que tomes agua.

- Te quiero y me odio porque no asumí que te quería ese día en la escalera, y lo único que hice fue confirmar mi grandísima idiotez.


Sí, siempre has sido tú. Y la lista del “te quiero” ha llegado al número de letras de tu nombre, como un acróstico tácito en la que me agazapo, del que no deseo salir. Y así me encuentro: en esta pelea interna por abrazarte de improviso o tragarme este cariño olvidándome de todo.

Y a veces me convierto en el típico colegial cursi que te añora e idealiza y te empieza extrañar cuando ve tus ojos zigzaguear los suyos. Te necesita acá con tu voz intranquila y tus disgustos, con tus muecas cuando te habla y tus ojos inmensos que no puede guiar.


 ¿Ya, no? Sí, eso creo, pero


Me pesa no haber demostrado nunca nada. Es por eso que escribo, para poder dibujarte entre líneas alguna última sonrisa. Dejarte un recuerdo, decirte tan solo que:


 hoy trazabas elegancia con esos tacos,
que no recuerdo el título de tu libro,
que justo desde hoy dejé de odiar los blackberries,
que olvidé aplaudir cuando aprobaste
y que es imposible estar triste si tú estás feliz.


"IM IN THE BUSINESS OF MISERY,
LETS TAKE IT FROM THE TOP.
SHES GOT A BODY LIKE AN HOURGLASS ITS TICKING LIKE A CLOCK.
ITS A MATTER OF TIME BEFORE WE ALL RUN OUT,
WHEN I THOUGHT HE WAS MINE SHE CAUGHT HIM BY THE MOUTH..."



Eres más linda de lo que crees.
Te extraño siempre.


4 de marzo de 2012

*// Crónica de una paja anunciada

En una travesía solitaria, después de dejar el bar, entre a “Help”; luego de cavilaciones tomándome unas cervecitas llegué a la conclusión de que con una extranjera siempre fui feliz. Me pasó en Uruguay, Argentina y ahora último en Brasil. Ahora entro, me ponen un collar de colores, adormecen mi conciencia con más cerveza, y ya estoy en la pista de baile. Mi detector de cabezas rubias se activa. Ya lo tengo decidido: agotaré todo mi repertorio en quedarme esa noche con alguna forastera. Yo sé que hay y yo sé que puedo.


No recuerdo su nombre porque naturalmente no se lo pregunté. Sé, eso sí, que era estadounidense, me lo dijo. Una rubicunda americana, con un vestido salpimentado de frases enredadas, bailaba ensimismada ante la miradilla de una urbe de chuchanboys, que la admiraban expectantes, quizá acumulando valor para caerle. Cuando la vi, me encontraba – como mínimo- con dos litros de valor, reflejados en mi risueña cara y mis ganas insaciables de bailar. Y sin darme cuenta ya me estaba acercando y casi posando mi cabeza en la suya, la tomé de las manos.


Me saludo con una sonrisa lindísima, de una niña a quien nunca le faltó nada. Me dejé llevar por su alegría y sentí que la noche se pintaba de colores. Le di una vuelta para luego tomarla de la cintura y moverla de lado a lado. Dos pasos de baile: ese era mi prodigioso repertorio. Sin embargo, esa noche aprendería uno nuevo y lapidario. Sus cabellos arremolinados
jugueteaban con el airecillo lívido. Se movía conmigo, al compás de mis forcejeos de brazos, y mis ataques de risa. Ella se contagiaba y nos sumergíamos luego, en un abrazo en el que pude sentir la calidez y fragilidad de su cuerpo. Estábamos borrachos.


Así transcurrió el tiempo, aferrado al cariño pasajero que esa chiquita me brindaba. Era demasiada suerte para un borracho mal vestido como yo: había osado entrar con un short de rugby, unas zapatillas para correr y un polo que no se alejaba para nada de una indumentaria de trabajo. No es por jactarme pero, a pesar de ello, debí contar con algo más allá de mi apariencia para que se enterneciera tanto conmigo. Ella hablaba español y yo, inglés básico nueve del británico – el inglés que te da poder- . Era una situación simpática porque cuando nos deteníamos a conversar no pocos minutos, la americana bonita se despachaba con un muy buen castellano, al que yo replicaba con un very bad english. Ella reía y me tocaba las mejillas sudorosas.


Las demás personas, esa horda negruzca, resultan ajenas cuando estás ante la dueña de tus sonrisas. Mi cariñosa bad girl, se acostumbró a mis manías imperiales al bailar. Y fue aquí que mi nuevo paso vio la luz. La sujeté de la cintura, ella estiró sus brazos que aterrizaron en mi cuello. Nos mirámos zigzagueando levemente nuestros cuerpos. Mi corazón corrió y sin dar detalles poseyó la poca lucidez que me quedaba. Abracé a la pequeña despeinada e insólitamente ella decidió besarme. Desarmado, cerré los ojos y ya no sentí música, bulla ni voces a mí alrededor. Sólo sentí vida, y que la quería disfrutar con ella.

La canción que regía el curso de nuestros pasos llegó a su fin. Nos separamos por un momento y una levísima zozobra se apoderó del rostro de mi linda pareja. Recuerdo su desencajada carita. Sus ojos temerosos parecían no querer seguir mirándome. Se acercó muy rápido a mí y soltando un “gracias” se fue sorteando algunos cuerpos. No supe que sucedió hasta que un dolorcito en mi parte baja me alerto. Mi pequeño amigo ingobernable se había inquietado y estaba firme y durísimo. Y al estar en short su presencia era más notoria. No dude en acomodarlo desviándolo para arriba y ajustándome más el short, para luego buscar a mi gringa asustadiza.


No la encontré. Si quizá ella me volvió a ver, seguro, se corrió de mí. Vociferando tal vez algo que no se alejaba tanto de la verdad: que, borrachísimo y extático, quería ser feliz esa noche con ella. Pero sin saber que en realidad la quise durante esos parajes cortos de nuestro baile y enredos corporales. Me fui tambaleando, cargando una pena conmovedora y
llorando encaletado en el taxi. El taxidriver musitó un “tranquilo muchacho” cuando le pagué los veinte solcitos que de suerte me quedaban.


Estoy en mi cama. Las lágrimas se han esparcido y parece que todo fuera un capricho. Picado me pongo sensible y recuerdo mis desvanes amorosos, y – glup glup – caen las jodidas gotitas de los ojos. Aún siento el olor de mi gringuita ausente que me dejó su perfume en todo el cuerpo. Ya no estoy triste pero sí caliente. Trago saliva y ya me estoy agitando, echado, sin cubrirme con las frazadas. Acabo con una sensación distinta, sintiendo que cada día estoy más cerca de ser feliz con una extranjera. Por mientras, el semen se desliza entre mis dedos como las lágrimas de un pene enamorado.

9 de octubre de 2011

*// La tocadita

Un llamado entre sollozos interrumpió unos pasos que martillaban con dulzura. Un alumno se acercaba a la supervisora que se había detenido al escucharlo.

— ¿Qué ha pasado, niño? — preguntó.

— Supervisora, me han robado mi celular — dijo Martín evitando deshacerse en lágrimas.

— Tranquilo, tranquilo. A ver… explícame. Cómo te robaron — dijo Lucía, la supervisora, dulcificando las palabras.

— A sido Pajares señorita. Le presté un ratito mi celular, y cuando se lo pedí, me dijo que ya me lo había devuelto. Yo sé que él lo tiene. Ayúdeme. No quiero que se lo quede.

— ¿Pajares, no? — Lucía empezó a secar, con sus dedos, las lágrimas del niño — otra vez ese muchachito, ¿Segundo “C”, no es así? Ok, vamos, acompáñame.

— No, no. Si lo llama va a saber que yo lo he acusado — prorrumpió Martín.

— No te preocupes, yo sé cómo manejar este problema — le guiñó el ojo.

Benito Pajares era un ladronzuelo encaletado entre una carita angelical y unos huevos de toro. Se dice que las niñas conocieron lo bueno de la vida al verlo en calzoncillo, durante las clases de natación. No era para menos, Pajares se manejaba un arma colosal, desafiante, avasalladora.

— Mocoso, ¿Por qué sale usted así del aula? — preguntó el viejísimo profesor Bustinza, al ver en la puerta a Lucía acompañada del desertor de la clase.

Los alumnos posaron las miradas en la bella supervisora perfilada fuera del salón. Y un murmullo se desató como moscas en un basurero; Bustinza se acercó.

— Profesor, ha ocurrido un problemita. Al alumno se le ha extraviado su celular. Le ruego unos segundos de su tiempo.

— Y por qué no me avisas a mi primero, mocoso del cuerno — embistió Bustinza clavando la mirada en el menudo cuerpecito de Martín.

— Profesor, solucionemos esto rápido, por favor — suavizó Lucía

Aquellas palabras calmaron a la bestia embravecida que era el pedagogo. La supervisora ingresó, bienvenida por un ligero rumor de suspiros. Los tacos y la faldita desprovista de inocencia despertaban sensaciones confinadas.

— Chicos, a su compañerito se le ha extraviado su celular. Por favor, les rogaría que cada uno revise su mochila, tal vez alguien lo ha guardado de casualidad — dijo al pararse al frente.

Fue así como todos empezaron a escarbar entre sus cosas. Claro, todo era simple pantalla, la supervisora tenía los ojos fijos en Pajares, tratando de captar movimientos sospechosos, alguna mirada furtiva. Algo.

Benito, despreocupado, escudriñaba entre sus cosas. Y se preguntaba por qué la supervisora, con esa carita de anfitriona debutante, lo miraba tanto.

— ¿Ya chicos? Acá en el salón no se puede perder nada.

— Señorita, nadie va entregar nada de esa manera — dijo Bustinza con su voz pastosa - Tú, niño, revisa a cada uno de tus compañeros.

Acatando la orden, Martín sorteo carpetas, revisando entre todas las mochilas de sus compañeros. Al detenerse en la de Pajares se tomo un poquito más de tiempo. << Enano acuzeta >> pensó Benito, mirándolo de soslayo, sin saber que la supervisora lo advertía.

— ¿Ya, alumno? No me haga perder el tiempo — bramó el profesor.

— No está — dijo Martín.

— Espera, díctame tu número — intervino Lucía


El niño le dio el número advirtiéndole que tenía el celular en vibrador. Ahora ven, le dijo. Martín pasó al frente, la supervisora le dio el celular para luego acercarse a Pajares; los tacos, las piernas largas y desnudas lo ponían cañón a Benito, y no pudo evitar que su arma colosal tomara posición de ataque. Lucía percibió un movimiento en su parte baja. << Esto no puede ser normal en un chico tan pequeño >> pensó.

— ¿Qué tienes ahí? — preguntó.

— Nada — repuso orgulloso, Pajares.

— Llama, llama, llama Martín — alzó la voz Lucía.

— ¡Estoy llamando! — gritó el niño

La parte baja de Benito empezó a zigzaguear ante la quirúrgica mirada de la supervisora que parecía segura de lo que veía.

— Jovencito, saque ahora mismo lo que tiene escondido ahí.

— No tengo nada — insistió Benito excitadísimo.

— ¡Apúrese! — gritó Lucía intentando robustecer la voz — ¡Sáquelo!

— ¿Y por qué no me la saca usted mejor? — guapeó Pajares.

La delicada mano de Lucía arremetió con fuerza por sobre el pantalón de colegio. Un mutismo invadió el salón. Los chicos se tomaban sus guirnaldas fantaseando con la escena. Las chicas horrorizadas aunque, muy dentro, envidiando a la supervisora.

Lucía, presa del impulso, jala que jala por sobre el pantalón. <<chiquillo insolente>> repetía ensimismada, colérica, pensando tener el celular en manos. Pajares se desvivió durante esos cortos segundos.

<< Por la conchasumare, qué rico >> pensaba Benito, hasta que su cuerpo se relajo y un último estertor daba paso a una copiosa mancha en el pantalón.

El arma del afortunado alumno pasaba a modo de defensa. Y el frenesí de la supervisora se diluía, cuando ya no pudo sostener el supuesto celular.

— Señorita, ¿Qué está haciendo? — dijo Bustinza limpiándose el sudor con un pañuelo.

Lucía quedó paralizada durante eternos segundos. Pajares con la boca seca mirandola con cariño. La supervisora se irguió con la cabeza gacha, y sin mirar a nadie camino hacia Martín. Tu celular no lo tiene Benito Pajares, le dijo, para después salir con la mirada extraviada, acariciándose el cabello.

Bustinza, aun atónito, mandó a su lugar a Martín, y pidió tomar asiento a todos. Sólo Benito quedó de pie con la victoria dibujada en el rostro; remojó la lengua y luego, con sumo cuidado se sentó. Al hacerlo sintió una efímera vibración dentro de sus posaderas. << Tengo que devolver las llamadas perdidas >> pensó, y rió para sí.

18 de septiembre de 2011

*// Memoria inconfesable


Año 2007. Dieciséis años, la etapa más pajera de mi vida. En la que, sencilla y sinceramente no encontré mejor refugio que el porno, al ver mi nula destreza para enamorar alguna chica en el último año de colegio; por las tardes, luego de llegar de la escuela, mi único hobby era escudriñar en internet algún video, alguna salvajada exenta de conmiseración. Films épicos que me transportaran en cuerpo y mente a la escena, y qué con suerte aquellas imágenes quedaran impregnadas en mis pajas más memorables.


Poco a poco mi cultura pornográfica – como era natural – creció. Me sumergí en el batiburrillo, no sólo de videos profesionales, sino también caseros. Eso elevo el número de pajas diarias, y sospecho, influyó a tornar en mí un comportamiento introvertido. El semen fluía de una manera corrosiva encandilado con los videos porno enmarañados en mi computador. Sentía que era el rey, y que nadie en la vida podría poseer ni mucho menos imaginar el festín solitario que me daba a diario en mi cuarto, con los audífonos puestos.


La etapa escolar transcurría con normalidad. El último año siempre es jodidísimo, da una flojera de mierda seguir asistiendo a las clases. Pero ahí me encontraba día tras día, con los zapatos sucios, el uniforme sin planchar, las tareas inconclusas y sin haber ido a misa el domingo. El domingo era sagrado, teníamos obligatoriamente que asistir a misa. Era menester luego hacer un comentario sobre la homilía del padre. Juro que el domingo también me era sagrado. Despertaba a las once y me sumergía en una maratón de videitos porno. Hacía un receso para almorzar, luego continuaba con mi extenuante trabajo. En la noche me embargaba la culpa, no había visitado a mi señor. Me encontraba con la pinga adolorida, y tan sólo quería descansar.


Así transcurrió ese año, mi año más pajero. Sin enamorada, sin amigas, no pensaba en amor ni en sexo. Pensaba en pajas. Fue en esos días que, al verme extraviado, cavile la posibilidad de ser actor, un gran actor porno. Me sumergí en esa idea, me pareció perfecta, viajar y vivir el sueño americano. Quedarme en usa, ejercitarme y ser recluido por alguna productora que viera en mí dotes excepcionales, una jovialidad incomparable y unas ganas de cachar desenfrenado, con todo el descaro del mundo. Ser el posible semental peruano, un digno discípulo del mítico Rocco Siffredi.
<!--[if !supportLineBreakNewLine]-->
<!--[endif]-->


Tenía un gran plan que iba acorde con mis placeres y conocimientos. No había nada más lindo en mi vida – a esa edad – que ver un buen videíto porno, claro, también estaba mi amor por lo libros, sobre todo por novelas, pero mi dicha por leer fue confinada, porque recaía una y otra vez en los placeres del onanismo. Es más, a veces sentía que era estúpido leer a sabiendas que ya tenía un futuro propuesto. A sabiendas qué en ese futuro sólo cabía la posibilidad de una persona fornida dispuesta a meterla rico, sin descanso, y lo que tenía en realidad que hacer era ejercicio físico para con ello acercarme más a ese sueño bizarro; aunque, secretamente quería fracasar.


Luego de tanto insistir con el viaje al finalizar el colegio, mis viejos accedieron. La única condición era la de asistir al británico luego del cole. Acepté, me pareció justo. Di un examen de categorización que increíblemente me condujo al Básico 7, esto lo atribuyo a mis incansables esfuerzos por descifrar las conversaciones de mis tórridos videos en inglés. No tenía la más remota idea en cómo cambiaría mi vida el ir a aprender un nuevo idioma.


Me enamoré de una chica preciosa de rizos dorados que iba a mi salón. Mis deseos más impuros fueron desapareciendo hasta ser imperceptibles, por primera vez sentía ardor, no en mi parte baja, sino un ardor en el pecho, piedrecillas en el cuello, y una sensación de frío al verla ingresar al salón. Se llamaba Cindy y tenía veinte años, su mirada extraviada y caminar pausado eran lo que más resaltaban. Al llegar a casa, luego del británico, no hacía otra cosa más que echarme en la cama a pensar en ella, a escribir poesías o a fabricar una futura conversación. Sin darme cuenta había roto mi rutina masturbatoria. Estaba enamorado, joder.


Un día antes del examen final, cuando la miraba de reojo con una sonrisa soterrada, el profesor de inglés me pidió hacer grupo con ella. Enrojecí, y al arrastrar mi carpeta junto a la suya no tuve la valentía de mirarla a los ojos y presentarme. ¿Qué pasó? Estas rojísimo me dijo al escudriñarme con dulzura. No respondí. ¿No estarás con fiebre?, y al decirlo palpó mi frente sin dudar. No, no te preocupes, prorrumpí, soltando una risita lastimera. Ella me miró apacible, hizo un imperceptible mohín y al verme con uniforme atacó con una pregunta, ¿Ya sabes que vas a estudiar?, las manos me empezaron a sudar. Actor porno, pensé. No estoy seguro, pero he pensado en estudiar literatura, me encanta leer novelas, dije intentando sostener la mirada. ¿En serio? Bueno, no sé mucho de novelas, pero he leído Fue ayer y no me acuerdo de Jaime Bayly, y no sabes cómo me he divertido. ¿Conoces a Bayly?


- Sí, es uno de mis autores favoritos. Y también leí la novela. Tengo casi todos los libros, y originales ¡ah!
- ¡Por favor! – rió – entonces eres un loquito Bayly.
- Creo que sí, si quieres mañana te presto una novela de él- me animé a decirle
- ¿Así? Bueno, ¿Cuál me traes?
- Yo amo a mi mami.
- jajaja está bueno el título. Mañana antes del examen me lo prestas ¿sí?
- Claro que sí, y… tú ¿Estudias?
- En la universidad de Lima, psicología. Ahora estamos en prácticas. No sabes el estrés de estar en la universidad, cuando ya seas universitario vas a querer regresar al colegio, así que aprovecha tu último año, un consejito.
- No creo que extrañe el cole. Estoy contando los días para que acabe.
- Eso dices ahora…

La clase terminó, no hicimos la dinámica establecida por el profe. Nos dedicamos a conversar sumergidos en risas y ademanes. Presentí que había logrado cierta empatía, y con carita, pueril en ese entonces, me despedí con un besito de Cindy, y prometí traerle el video – perdón – la novela, a lo que ella asintió para luego alejarse, dejando que la brisa jugara con su cabello.

Al día siguiente llegué minutos antes de la clase. Cindy no llegaba aún. Luego de un rato, el profesor avisó que el examen iba a empezar. Entré en el salón y ni bien me dieron la prueba marqué las alternativas que intuía eran las correctas. Fui el primero en salir. Me senté en una banquita y con el vetusto libro de Bayly aferrado a mis brazos esperé que llegara Cindy bonita. Acabó el examen final para todos, y ella no aparecía. Mi corazoncito ávido de amor se resquebrajaba, la espere una hora más sin claudicar deseando intensamente verla. Pero nunca llegó.


Llegué tardísimo a mi casa. No di explicación a nadie. No comí. No prendí la computadora. Me encerré en mi cuarto, me tiré en la cama y solloce en silencio, conteniendo el gemido más no las lágrimas que caían por aquella chica ausente, sintiendo pena y asco de mí. Ese dolorcito llamado amor me había invadido, planeando acabar conmigo. Aquella noche el absurdo sueño de ser actor porno se disipó totalmente. No era sexo lo que necesitaba y ansiaba, era cariño, una mirada cómplice, un ¿Qué tal? o una sonrisita descomedida; eso que Cindy había compartido conmigo. Las lágrimas se agotaron y me quedé dormido con el uniforme puesto y la luz prendida.

********

- Ma
- Dime, Leo
- Voy a postular a la universidad de Lima, acabando el colegio
- Pero vas a viajar, tus tíos van a recibirte en enero. Ya lo habíamos acordado.
- No, olvida el viaje.

24 de agosto de 2011

*// La última sonrisa

UNO

…baje por la pista azarosa de Montevideo. Manejaba la bicicleta con luci en mi cabeza, pero era inevitable parar a ver el paisaje. Saqué mi cámara y tome algunas fotos del lugar. Estaba encantado con esa ciudad con gente tan radiante y a la vez tan sencilla y ligeramente orgullosa. En eso, en dirección opuesta a la mía, venía Luci. Exhausta pero sin descansar su sonrisa. “Leooo”, me gritó. Y en ese instante lo más bonito de Uruguay era una argentina; llevaba un polo amarillo, pantalón negro, zapatillas deportivas. Su cabello tenía más brío que el sol brillante. Un poco más atrás pedaleaba con las últimas fuerzas que le quedaban, Sofía, su amiga. Ambas con sus bicicletas trajinadas se pusieron frente mío. Y conversamos.


Les conté cómo me había ido en el boliche. En qué estado había llegado al hospedaje, las peripecias en las que había sucumbido pero de las que salí gracias a mi actitud imperecedera, a pesar de estar bebido. Agrandé lo que me había pasado como dando a entender el juerguero descomunal que habita en mí. Ellas tan cándidas me contaron la manera en que habían pedaleado y pedaleado un larguísimo tramo, llegando hasta lugares a los cuales les habían aconsejado no llegar. En su recorrido se encontraron con otros amigos, almorzaron juntos una comida marina de la cual les había quedado dos tapers gigantescos que no dejaban de ser ricos. La satisfacción asomaba por cada una de sus palabras. La habían pasado increíble.


Quedamos en salir en la noche con otros huéspedes, y nos despedimos. Manejé la bicicleta durante horas, Luci le había colocado un motorcito a mi bicicleta y esta no se detenía a descansar; la vista era increíble en el malecón. Algunas personas corrían, otros andaban en bicicleta. El mar estaba tranquilo y jugaba a favor de un grupito reducido de bañistas que se abrazaban a las aguas a pesar del traicionero frío vespertino. Al regresar en dirección opuesta, encaminándome al hotel, ya la tarde se había desvanecido; sin embargo la gente aún reposaba a los alrededores, tomando cerveza con gran regocijo o compartiendo el mate. Qué manera de tomar el mate, era increíble. Era como el suero para un herido. Al regresar al hospedaje sentí que era más joven.


DOS

La noche era propicia. Las miradas fulgurantes, chispeantes, pedían fiesta. Éramos cinco personas. Luci, Sofía, Bobby, el loco y yo. Fuimos en grupo a “El poni pisador”. El lugar era encantador, sin tanto alboroto. Entramos y nos acomodamos en una esquina de la barra, pedimos cerveza, las cuales eran terminadas casi en el acto, al menos en mi caso. Tomaba para la cabeza y eso era un mal presagio, lo bonito que la estábamos pasando iba a ser empañado por mi mal manejo de la bebida. Miraba de cuando en cuando a luci, conversando, riendo, mirando el panorama del boliche. Qué hermosa se veía en ese instante, la sencillez y su presencia tan marcaba eran un juego hermoso reposando apacible.


“Está canción me hace recordar a mi novio”, escuche a decir a Luci cuando le llenaba el vaso de cerveza. Y sentí como unos duendecillos apuñalaban mi corazón. Dejé la botella reposando en la barra, y toda canción de amor que siguiera se volvería una tortura. Luci estaba comprometida. Me separé de ella sin que lo notara, me repelí por unos instantes. Y enarbolado por tal hecho pedí un trago del cual no recuerdo el nombre, era amargo pero a pesar de, lo tome de dos sorbos. Luego de eso, regrese irascible al grupo y miraba como soltaban carcajadas a medida en que cada uno salpimentaba con anécdotas la noche. Luego vinieron las fotos donde intenté que mi cara, jodida como es, esbozara alguna sincera sonrisa. “Mierda”. Luci reía, yo ya no hablaba, borracho, maldecía por dentro y miraba al vacío con cierta melancolía.


Decidieron entonces ir a otra discoteca más bullanguera. El loco se quedo en el pony. Borracho como estaba también decidí ir. Bobby, Sofía, Luci y yo nos embarcamos en un taxi. A partir de acá los recuerdos me traicionan, podría decir que mi plan estando borracho era encarar a Luci el por qué no había avisado que tenía novio, en que patán me había convertido. Llegamos al boliche que eligieron. Un mar de gente. Yo era un autómata que caminaba siguiendo a los demás, los pesos uruguayos se iban pero ya no me importaba nada. Sentía como los duendecillos, instalados adentro de mi cuerpo, jugaban a romper la piñata con mi corazón. Entramos al boliche y ahí estuvimos, yo apartado mientras los demás bailaban o intentaban bailar. La carita sonriente de Luci se diluía con el paso de las canciones. “No me siento cómoda”, dijo luego de un rato. “Me voy, pero, quédense ¿sí?”. Tanta gente la ahogaba, ya no era tan divertido así.


Era mi oportunidad de encararla - ¿Encararla por qué?- . Ella se despidió y salió con una carita que no era la misma a la que yo veneraba. – Era yo, el que la ponía triste, mi mirada recelosa a cada paso que daba, no me daba cuenta que ella me advertía. Estaba borracho - . Ella salió, y la seguí. Afuera la intercepté, “Yo también me voy, me jode ver tanta gente”, dije. “bueno, vení”, me dijo sin sorpresa. Subimos a un taxi. Al llegar al hospedaje era el momento oportuno de decirle que me tenía que ir de ahí, porque la única razón por la que me quedaba era por ella, que me gustaba de una forma caprichosa. Y ahora que estaba comprometida todo era inservible. -qué pedazo de imbécil era yo-. “Luci, escucháme”, atiné a decir como argentino. Ella me ignoro y fue a recepción a pedir su llave. La espere en el pasadizo.


Cuando Luci volvió con su llave, su mirada trastocaba el suelo. Supe en ese momento que si iba a decir algo tenía que hacerlo ya. “Luci, escúchame un momento, por favor”. Ella paro y me miró con una carita desangelada. Ya no era ella, mi comportamiento la había cambiado. – “odio verte lastimada”-. “Luci… mira, yo… yo tengo que decirte algo”, dije con los ojos achinados. “sí, decime”, masculló sin sobresaltos. “mira... sólo decirte… que… mañana no te vayas sin despedirte de mí. Me revientas la puerta porque creo que dormiré demasiado, y quizá… tu no estés y no sabré donde buscarte”, me acerqué a ella. “… y perdóname ¿si?, por favor. Ya te habrás dado cuenta de lo imbécil que soy”. Ella, imperturbable, con las manos cruzadas asintió con la cabeza y sin decir más, se alejó. Sospeché en ese instante que sería la última vez que la vería, y ella no estaría sonriendo.


TRES


“Leoooo”. Apreté con fuerza la frazada y cambie de posición, dando la espalda a la voz que me llamaba detrás de la puerta. La puerta de mi habitación era tocada comedidamente. “Leooo despertáte, vení”. “Luci”, pensé, y toda presencia de sueño se desvaneció, o tal vez era que tan solo escuchar la melodía de su voz me convertía cual serpiente encantada. “Ya voooy”, dije. Me cambié de polo al instante, saque el desodorante y me lo rocié por todo el cuerpo sin importar ahogarme por la fragancia. Di un par de zancadas para abrir la puerta. Y ahí estaba ella. Inmaculada. Esa sonrisa que estaba a punto de despedirse de mí. “Estaba esperándote. Ya son las once”, me decía. Estaba lista para salir, bellísima. “Por favor, que tortura tan dulce tenerla al frente”. “Ahora tengo que salir pero no me voy sin despedirme de vos”, atinó a decir.


La abracé. Un cuerpo delicado abrazado. “¿Sabes una cosa?”, le dije al soltarla y mirarla a los ojos. - ¿Qué? “te prometo que el día de tu boda…”, corté en ese instante. “¿El día de mi boda qué?, decime, Leo”, me preguntó y sus ojitos se abrían, expectantes, y su forma de ser me maravillaba en esos últimos segundos. “Te prometo que el día de tu boda… yo seré tu marido”. Ella rió. La vi reír frente de mí. En ese momento la abracé y supe que aquella argentina ingobernable era única, que la extrañaría muchísimo. La abracé con más fuerza sabiendo que quizá había ganado su amistad. “Te voy a extrañar mucho. Lástima no poder quedarme más tiempo, pero pásalo bonito ¿sí?”. Me dio un beso en la frente antes de separarnos. “Alistáte que se te hace tardísimo”, dijo acariciando mi mejilla. Luego se fue regalándome la última de las sonrisas.


**************


Las calles de Montevideo se alejan. Ahora estoy en el bus de regreso a Buenos Aires. Veo las fotografías de mi cámara y ella no está, no la tengo atrapada entre mis fotos. El viaje es largo y todo el trayecto se intercala entre dormir o estar recreando a Luci, linda argentina cuyo rasgo más conspicuo es el de colorearte el corazón con pinceladas de risas y alegría; me alejo sospechando que ya no la volveré a ver, pero sé que cada ínfimo momento estará grabado, qué los momentos inolvidables se inmortalizan y recordar el viaje, a pesar de todo, libera un suspiro y quizá enmarca una eterna sonrisa.


“El valor de las cosas no está en el tiempo que ellas duran sino en la intensidad con que acontecen. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables“

19 de agosto de 2011

*// Aquel boliche

… me condujo al otro extremo de la barra. Ahí tenía una bandeja con aperitivos, un trago y un cenicero donde yacían dos colillas. Tenía un aspecto joven pero en sus ojos se notaban ya los signos de la adultez. Quizá era una suerte de fiestero empedernido.

-Te estaba viendo tomar solo durante un largo rato. ¿De dónde sos?
- De Perú.
- Ah bueno. Acá siempre tomo algo viendo el espectáculo ¿viste? qué te parece dentro de un rato vamos a “Azabache”. Es un boliche buenísimo.
- ¿Está lejos?
- No, no. Unos quince minutos en el taxi más o menos. Hoy abren asha. Y el ambiente es buenísimo. ¿Te gustan las uruguashas?
- Por supuesto. Cómo no me van a gustar, mi broder. Creo que hubiera sido un tonto si me iba. ¿Qué tal si vamos ahora mismo?
- Bueno, vamos entonces. ¿De qué parte de Perú sos?…


Soy malísimo para tomar. No sé ni quería saber cuál era el punto en el cual ya estaba desligado de mis facultades. Tomé un taxi con mi amigo uruguayo. A pesar de haber decidido ir estuve precavido durante buen tiempo del recorrido. Temí que sea algún pelafustán que hace amistad con algún extranjero y luego les roba. Al llegar al boliche toda desconfianza se disipo. El boliche prometía. No era tan grande pero la algarabía desborda por todo el lugar. La música ensordecedora. Las luces que pude apreciar desde afuera me hacían sospechar que sería una buenísima noche.

Entre gratis con el amigo uruguayo. El sólo resolvió en saludar afectuosamente al seguridad de la puerta y pude ingresar junto con él. Era un conocido del lugar. Una persona importante tal vez. No podía creer mi suerte. Entramos y lo que vi fue hermoso: muchísimas uruguayas
(claro, estaba en Uruguay ¿no?) desperdigadas, embravecidas, enloquecidas en cada extremo del boliche. Algunas andaban con su pareja otras en grupos otras reposando en la barra con la mirada traviesa y zigzagueante. No pude evitar salivar ante tanta carne blanquísima. Ante tanto lomo uruguayo a mi disposición. Sólo era cuestión de envalentonarme (Con la cerveza. Siempre la bendita cerveza, sino no me atrevo. Qué fiasco soy) y eventualmente ir hacia ellas.

Bebí una cerveza más con el uruguayo antes de buscar alguna eventual chica para bailar. Jodida mi suerte con el uruguayo. En todo momento me conducía entre la multitud. Se conocía todo el lugar el muy cabronazo.
Me preguntaba dónde me hospedaba, hasta cuando me quedaba, si tenía enamorada en Perú. Las uruguayas destilaban furor y belleza y yo contestándole preguntas al gordito. En algún momento me separé del amigo uruguayo harto de que me llevara de aquí para asha. Divague por el boliche con un vaso de cerveza en mano que no me acordaba en qué momento lo había agarrado. Ya para entonces andaba ebrio. Borrachísimo. Y no lo sabía.

Al llegar a uno de los extremos del boliche me encontré con tres pequeñas uruguayas, casi niñas, que me hablaron no sé cómo, ni por qué. Les dije que era peruano. Y ahí se armó el furor.
Les ganamos, les ganamos, me decía una de ellas. Las otras dos me comezaron a atropellar con preguntas sobre machupicchu, caminos del inca, y otros temas de los cuales me olvide ya. Bailamos. Tuve suerte de bailar con ellas. Hubo una cuarta chica más apartada, también amiga de las tres. Era la más linda entre todas. No se acercaba. No la culpé por nada. No soy agraciado. Mi mayor logro es ser un intento de persona simpática.

Luego de un rato se acercó. Le pregunté si quería ver un billete peruano. Ella asintió. Le mostré uno de veinte, le dije que equivalía a unos ciento veinte pesos uruguayos. Percibí un brillo en sus ojos. Me preguntó si se lo podía quedar. Asentí con la cabeza. Y así fue como me quede con las cuatro chicas, todas casi niñas o era lo que me parecía. Todas hablando con ese acento que me vuelve loco. Me quede con ellas un larguísimo tiempo. Y a medida que ellas me pedían que les invitara un trago, se me hacía más difícil quedarme. La plata se me iba.

Fue en eso que el amigo uruguayo volvió a interceptarme. Estaba algo ofuscado. Me preguntaba por qué me había ido. Le dije que fui a buscar lugares vírgenes. Ya es tarde vamos, dijo sin admitirme alguna queja. Me despedí de mis eventuales amigas y me fui con él. Salimos de la discoteca. Lo esperaban dos amigos más. Sobrios. Estaban conversando con tres uruguayas borrachísimas; me acerque con gallardía hacia ellos.
Hola, uruguashos ¿Quién quiere irse conmigo a Machu picchu?, atiné a decir. Cause risa entre las chicas. Una de ellas se me acerco y me aparto de entre los demás.

Los dos borrachísimos.
Apunta mi número, me dijo. No tengo donde apuntar, pero te puedo dejar un recuerdo. Y la besé en los labios con lascividad, como cuando saboreas un asado estupendo y cada uno de tus sentidos se concentra en esa carne grandísima. La solté unos segundos después. Lo siento me voy hoy y tenía que besar a una uruguaya. Ella río. Entonces bésame bien, boludo. Y con su permiso me enrosque en su abdomen. El beso que se descarrilaba de los labios al cuello, del cuello a las orejas, fue glorioso. A pesar de que fue efímero, aún tengo el sabor de sus labios. Llegó un momento en que nos separamos y miramos a los ojos. Dos perfectos desconocidos. Sos divino, ahora tengo que irme ¿sí? Me espera mi novio, cuídate peruano. Se fue cómo llego. Como una brisa calurosa.


El amigo uruguayo se acercó a mí junto con sus otros dos amigos. Me dijo que teníamos que ir urgentemente a comprar más cerveza para invitar a las chicas. Naturalmente accedí con regocijo.
“Sí webonazos”. Me condujeron por un lugar descampado, mi sentido arácnido pudo detectar que algo no andaba bien. A pesar de la embriaguez me sentía incómodo caminando por un lugar tan desolado. En un espasmo de lucidez les dije que me había olvidado mi polera. Proferí insultos a medida que mi cara se tornaba de preocupación. Ahora vuelvo, espérenme un ratito. Corrí en dirección al boliche, debió ser una corrida realmente patética aunque no la recuerdo. Una persona borrachísima siempre corre como un loquito sin dirección.


No fui al boliche. Corrí desviándome del camino a propósito. Decidí caminar mirando de cuando en cuando atrás.
Ningún uruguayo pendejo me va a hacer la cagada, pensaba incesantemente. Y eso me daba fuerzas en seguir y seguir, sin saber a dónde. Caminé sin rumbo alrededor de dos horas. Tuve suerte. A medida que avanzaba vi gente saliendo a trabajar, esperando tranquilos en el paradero. En un acto de valentía, a sabiendas de mi estado lamentable de borracho desfalleciente, les pregunté en qué dirección se encontraba la plaza independencia. Me señalaban con un dedo la dirección. Y caminé en ese rumbo. Y así llegué a mi hospedaje.


Llegué al hospedaje con las piernas a punto de desmayar. El recepcionista asombrado me dijo efusivamente “¿A esta hora llegás?. Son las ocho y media”. Parecía algo preocupado. Yo cabeza cabizbaja me dirigí a mi cuarto y caí echo mierda en la cama. No soñé nada. Era un remedo de persona borrachísima, feliz y con muy pocos pesos uruguayos en el bolsillo. Antes de dormir pensé en Luci. Decidí precipitadamente dormir sólo un ratito para luego eventualmente buscarla para salir por montevideo. Cuando desperté ya era la una de la tarde. Luci no estaba. Había salido a montar bicicleta con una amiga. Me odie por eso. Me duché. Me cambie rápidamente. Alquilé una bicicleta y la fui a buscar…

18 de agosto de 2011

*// luci, Lucía

Compré un pasaje a Montevideo. Al día siguiente me aleje de buenos aires. La travesía por mar y tierra duro unas tres horas. Me hospedé en el "che lagarto". Cerca de la plaza independencia, donde reposa artigas. Lugar predilecto por turistas de paso efímero. No conocía a nadie, pero tenía pensado hacerlo. Era la primera vez que viajaba solo. Era la primera vez que me sentía tan solo. Pero en mi cabeza resonaba incesantemente la idea de conocer alguna chica.

El recepcionista me mostro un mapa de Uruguay y en él, un lugar a donde podía salir esa fría noche. Veía con nostalgia el mapa, pensando en realidad en lo solo que me podía sentir al no poder compartir una salida con alguien. Pero no importaba, son las trabas a la que se enfrenta un viajero solitario, sentir en algún momento que no se puede compartir nada con nadie. “tranquilo, ya conocerás a alguien”, me decía.

Apoyado en la barra mientras veía el mapa fui testigo de una mirada fulgurante que con palabras que rasgaban el gélido aire uruguayo se dirigió a mí. Una chica que de pronto apareció a mi lado e intentaba atrapar mis ojos. Intenté evitarla instintivamente por un momento pero no pude. Su sonrisa asomaba inocente y con movimientos comedidos se acercó un poco más a mí intentando a su vez aproximarse al mapa. Era bellísima y su fragancia suplió el frío que sentía.

Me preguntó que veía, qué hacía, a donde iba. Era un huésped como yo. Una ocasional huésped que me había advertido solo y contrariado mirando el mapa.
No supe que responder porque tampoco sabía que era lo que pretendía en realidad; sin embargo le dije que quería conocer un “boliche”. Y que no sabía el lugar a donde tenía que dirigirme a pesar del mapa. Ella miró el mapa durante algunos segundos y asintió con la cabeza. “bueno, no tengo nada que hacer. ¿Vamos?”. “Sí, sí. Vamos”. Y a partir de ahí el viaje se tornó hermoso.


“Era argentina. Pequeña y delgada. Su cabello una suerte de frescura infinita. Llevaba consigo un invisible marco angelical a donde iba. Nunca pude adivinar lo que pensaba. Me bastaba con verla realizar o hablar algo que yo no preveía. Destilaba tranquilidad a cada paso. Sumamente cortés y delicada, y sobre todo llena de vida. Qué manera de encender la luz de la alegría por donde se desplazara. Destilaba tranquilidad a cada paso. Se llamaba Lucía. Luci.”


Cruzamos la plaza independencia que estaba al frente del hospedaje. “mira ahí está el arco que se ve en el mapa ¿viste?”, dijo. Cruzamos ese arco. Yo simplemente iba al compás de sus movimientos intentando decirle cosas interesantes sobre mí y preguntándole otras sobre ella. La calle estaba tranquila. Ella caminaba cabeza cabizbaja, mirando casi en todo momento el mapa. Yo miraba sus cabellos. Apreciaba su manera de caminar tan apacible y dulce.

Doblamos una esquina, la última de todas. Y llegamos al boliche. Se llamaba “El poni pisador”. Era temprano. Como las nueve de la noche. Allá todo empieza alrededor de la una. “Bueno, acá es. Aparte de esta hay otras por asha ¿Venimos más tarde entonces?”, me preguntó. “Claro”, dije y oculté mi alegría al escucharla. "Cómo voy a decirte que no a ti, linda, sería el más pelotudo de Argentina o el más webón de Perú si te dijera que no", pensé. Volvimos al hospedaje.

El día había renunciado hace horas. La noche descansaba en la ventana. Le agradecí a Luci y ella fue a su cuarto. Yo al mío. Pasaron un par de horas y mientras leía, oí su voz afuera. Salte de la cama y con el letargo de la música de su voz me aproximé. Estaba con dos chicas más. Luci estaba preciosa, abrigada y preciosa. Me presentó a sus dos compañeras. Eran peruanas. Iban a cenar. Resolví en ir a comer con ellas a pesar de no tener hambre. Quería estar cerca de Luci eso era todo. Esas enajenadas ganas de estar junto a una persona y que todo se reduzca a ello. Estar cerca. Simplemente estar cerca.

Luego de debatir lo que comeríamos mientras caminábamos por la vereda, apostamos por una pizza. Entramos a una pizzería cercana al hospedaje. Pedimos una pizza increíblemente grande sólo superada por el extraordinario sabor de la misma. Tanto las peruanas como luci podían hilar una conversación mientras comían - Suerte de mujeres poder conversar con tanta frescura mientras comen - Yo atento a la televisión como único escape de evitar conversar. Fingía ver la tele, pero en realidad oía la conversación. Y de rato en rato miraba la comisura del pecho de Luci que estaba sentada frente a mí. Luci llevaba una blusa turquesa que me regalaba una vista bellísima. Ella quizá se dio cuenta de aquello y sólo atinaba a taparse de rato en rato. Toda una dama Luci. Era un ángel comiendo apacible. No quería despertar, no cabía duda que estar frente a ella era un sueño. Acabamos de comer y ella pidió un helado. Lo dejó casi tal cual. Fui yo el que se lo acabó a pedido de ella. Luci.

Volvimos al hospedaje. Las chicas se dirigieron a recepción y esperaban a que les dieran la llave de su cuarto. Yo con muchísimas ganas de salir, inclinado a la posibilidad de que el día que acababa podía ser más increíble aún de lo que ya era luego de haber conocido a Luci y encontrarme cautivado por ella. Ahora era turno de bailar y demostrar con mis pasos torpes que podía ser un buen amigo.

Corto fue mi entusiasmo cuando ella dijo que prefería descansar luego de tan majestuosa cena, había comido muchísimo y sólo deseaba descansar. Se fue con sus dos amigas peruanas a su cuarto. Me despedí de las tres. Personas geniales, dignas chicas de sonrisa contagiosa. Alegría en cada esquina de sus rostros. Luci me dijo que el siguiente día si saldría de todas maneras. Y yo deseando que ya, pero ya fuera el siguiente día.

De todas maneras salí esa noche. Fui al “El poni pisador”. Las personas que se encontraban adentro disfrutaban y bebían enardecidos de felicidad. “La gente siempre está feliz en montevideo, puta mare”. Me acomodé en la barra y pedí una Pilsen, cerveza uruguaya. Ese día estuvieron cantantes en vivo. Todas canciones romántiquísimas que lindaban con la cursilería. Lamente que Luci no hubiera venido, ya desde ese momento la extrañaba. A medida que se acababa mi cerveza, pedía otra y otra más. Era el único que tomaba solo, pero no me importaba. La estaba pasando bien recordando el día tan lindo, recordando los ojitos, la barbilla finísima, los hombros ligeramente caídos. Recordando a la argentina linda de mirada indescifrable.

“La adoro - ¿cómo la vas a adorar si la acabas de conocer? – sí, la acabo de conocer pero es como sí la conociera de toda la vida. Su risa, sus gestos, sus modales tan agudos. Todo, ella lo es todo”

Me voy, ya fue suficiente. Mañana me levanto temprano y le diré que quiero conocer todo Uruguay con ella. Fue suficiente cerveza por hoy. Estuvo buenísima. Nos vemos mañana poni pisador.

Cuando bajaba de la silla un gordito orondo se me acercó. Toda la gente ensimismada repetía letras de las canciones romanticonas. ¿Qué tal?, ¿viniste solo?. Sí, bueno pero ya me voy. No, no. Vení. Vení. Y lo seguí. Aun no entiendo por qué lo hice. Sentí un levísimo frío al seguirlo…