25 de junio de 2011

*// Y un día se fue


“La despedí porque le había dado el número de la casa al vigilante de la escuela de ballet de Valeria, que se ha creído, coquetasa, sinvergüenza. Que se valla con todos sus cachivaches, no la quiero acá. Ya conseguiremos otra chica. Así que cada uno limpie su cuarto, laven sus calzoncillos y medias. Ya están bien grandecitos.Sobre todo tú, ya estas viejonazo.”

Fui a su cuarto en el primer piso. ¡Era verdad! Ya no estaba. Sólo quedaba la cama con figuritas adheridas al respaldar, la radio que le presté, la cómoda que se deshacía horrible y la mesa para planchar. Mi mamá la había despedido. Judy ya no estaba en la casa para atenderme.


Ha pasado una semana y mi casa se va a la mierda empezando por mi cuarto, específicamente por mi baño. Todo es un caos, un caos silencioso, discreto del que ninguna persona se ha enterado. Donde eventualmente solo se oyen los alaridos del perro rascando la puerta porque tiene hambre. Susurros de los hámster al momento de follar, qué manera de cachar la de esos pendejos. Ya no se oyen los huaynos chillones de Judy, música con la cual, me guste o no, mi casa tenía color y vida.

Judy llego a mi casa hace seis meses procedente de Huancayo. Era de las características buscadas por mi mamá lo que la llevo a contratarla. Joven, servicial, respetuosa y con muchas ganas de trabajar. Aunque creo que decir muchas ganas, solamente ganas, sería desmerecer su terca manera de limpiar, servir, refregar trastos, baldear el patio, etcétera, etcétera, etc. Judy era incansable.

El modesto trabajo de empleada del hogar es casi siempre poco remunerado, mal pagado, pésimamente estimado. A ella le importaba un carajo. Hacía todo en la casa con alegría y con una sonrisa de esas que siempre te regalan los niños de la sierra, una mirada exenta de remordimiento. Siempre con sus cachetes chaposos, su ropita sencilla y sus menjunjes para la belleza en la cara que la mantenían sin granitos.

Despertaba a las cinco y media. Se lavaba la cara, se peinaba, se ponía su lacito en el cabello y empezaba el día preparando el desayuno. Hacía maravillas a veces con lo poco que había en la refri. Aquellas veces de escasez de víveres preparaba quaker, hacía tortillas de huevitos que alcanzaba para todos. O a veces apuradísima ella, salía a comprar pan, jamonada y alguna fruta con la que preparaba algún jugo para no dejarme salir con el estómago vacío. Siempre me decía. “Joven, quizá no almuerces porque te quedas estudiando por eso tomate tu buen desayuno”. Linda ella.

Cuando llegaba a casa sus primeras palabras eran “¿Le sirvo su comida joven?”. Luego con suma destreza comenzaba a escarbar el arroz, sazonar el pollo, los coloca en un plato y lo metía al microondas a calentar. Colocaba el individual, los cubiertos, la jarra exclusivamente para mí (con jugo o una riquísima chicha, jamás la basura de Zuko) y todo quedaba listo para engullírmelo.

Luego de la comida. Me dirigía a mi cuarto a descansar no pocos minutos y de paso a darme placeres individuales con mi laptop actuando como cómplice y único espectador acreditado e infaltable. Creo que ella sospechaba lo que hacía en mi cuarto. Y lo confirmaba cuando lavaba mis calzoncillos con manchas sospechosas, pero nunca me dijo nada, nunca me dio una mirada reprobatoria ni se ponía a indagar nada que yo sepa. Era perfecta.

Siempre quise una persona así que me atendiera. Y la tenía hasta hace poco. De pequeño un amigo de la cuadra me contó con los ojos lujuriosos y tocándose sus pequeñas guirnaldas que se masturbaba viendo a su empleada cambiarse cuando ella eventualmente salía a una fiesta los sábados. Se me paro no más de escucharlo y tuve un deseo constante desde ese día. Coincidiendo con ello mi madre había contratado a una chica que llegaría la semana siguiente.

Me aturdió mirar a la chica la semana posterior, no era chica, era una vieja, huraña, quizá menopaúsica que vivía amargada y jodía de todo. Que ponte los zapatos que recién he baldeado, que no veas mucha televisión, que no salgas a la calle. Vieja rechucha. Qué bueno que sólo estuviste poquísimo tiempo. Contigo no me hacía la paja nicagando. A partir de ahí la imagen de una empleada del hogar sexy se difumino. Hasta que llego Judy que no era precisamente sexy sino linda y tierna. Y torno mi vida más fácil y placentera.


Ahora sin ella mi casa es un barco a la deriva, desaparecido, casi fantasmal, llena de polvo y objetos que no están en su lugar. Los animales lloran porque nadie les da su comida a la hora respectiva. Mi estómago aclama su comida tan rica. Mis viejos llegan en la noche cansadísimos. Y yo tengo que atenderlos, es un acto noble pero ya quede sin fuerzas, no aguanto atender a nadie porque soy un egoísta y no puedo evitar serlo. Mi mamá prometió traer a alguien más pero nadie será como Judy de eso estoy seguro. Las palabras no me salen, las lágrimas me son indiferentes. Mis necesidades básicas no son cubiertas sin ti Judy.

Judy te extraño. Algún día te buscaré y te contrataré nuevamente. O mejor aún, te traería a vivir conmigo, siempre y cuando cumplas la función que hacías en mi casa. A pesar de todo fuiste la mejor en lo que hacías. Donde quiera que estés ahora, suerte. Recuerda que no fuiste despedida por la familia sino por mi vieja. Que la cago totalmente.

“Señora le di el número de la casa a Waly porque mi celular se perdió, ¿disculpe ya?. Y no me grite. Si quiere me voy no tengo ningún problema. Aparte sus hijos ensucian mucho. Yo también me canso seño. No sé qué decirles a veces. Su hijo el mayor es un asqueroso, revise sus calzoncillos. Es jodido lavar esa porquería blanca pegada. Si me quiere despedir, bien pues. El waly me dijo que su jefa tiene un trabajo para mi mucho más fácil, donde limpiaría la casa y cuidaría al perro. Así que me voy entonces señora. Gracias. Y que su hijo madure y deje de hacer las cochinadas que hace en su cuarto, dígale así seño. Gracias más bien a usted. Ahorita alisto mis cosas. Trabajo no me va a faltar caray.”

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