12 de junio de 2011

*// Adios Cusco, Te odio 2


…//

- Ah! Tú eres… ¿Contigo baile ayer no? ¿qué tal?– Leo intentó ocultar la alegría que le embargo por unos segundos. Quería mostrarse serio.

- Claro!, y bueno te debo una disculpa, tuve que irme con mi novio y unos amigos, cuando quise invitarte a sentarte con nosotros ya no estabas. ¿Adónde te fuiste flaco?

- No, no te preocupes. Está todo bien así. Ya me tenía que ir, así que todo bien.

- Ta bueno, mira. Estoy sentada ahí con toda mi delegación loco. Vení con nosotros - señaló una mesa detrás de los cristales, algo más discreta detrás de una mampara, y que él no había vislumbrado al llegar, en la mesa habían varias personas concentradas en algo en particular- Vení a sentarte con nosotros flaco, estamos jugando un juego rebarbaro, el de una torre que se tiene que desarmar sin que se venga abajo. Y yo que soy más nerviosa a la quinta se me cae.

- Ja, no quiero incomodar, estoy bien Pame. – dijo secamente evitando mostrar aún su fastidio.

- Andá! No te hagás de rogar - Y lo abrazó suavemente, por detrás de la silla, palmoteo tiernamente su pecho. Leo sintió su respiración y el hipnotizante perfume que emanaba Pamela - Ven con nosotros flaco bello – le dijo antes de soltarlo.

La televisión se encontraba de mero adorno porque nadie le prestaba atención, el mesero aún no volvía con el pedido, el cuadro frente a él perdía de repente todo rasgo interesante. Y Leo quería más a esa argentina de la narizita roja con aire tan despreocupado. Pero aún andaba fastidiado de que tuviera enamorado y no se lo hubiera dicho antes. El odiaba eso. Hacía de cuenta que siempre querían joderlo, molestarlo.

Entumeció el rostro y sin ningún ápice de alegría le dijo.

- No quiero ir contigo, respeta a tu enamorado, anda con él. Y deja de abrazarme que recién te conozco– dirigió su mirada al cuadro nuevamente, esperando que se alejara de él.

- Sos todo un puritano loco. Sé que a vos te gusta que te abrase. Te voy a estar esperando.

Lo abrazó nuevamente, esta vez con más fuerza y lo besó en la mejilla.- Vienes – dijo y se alejó tan fresca, con ese aire de despreocupación.

El mesero llegó con el pedido. La taza de café y el mixto caliente. La espera y la inesperada llegada de Pamela le habían hecho olvidar por completo el hambre atroz con el que llego.

“Pamela !Regresa y abrázame, invítame a comer a tu mesa para rechazarte con más indiferencia!”. Comenzó a comer el mixto, el café estaba muy caliente, que irritante tener siempre que esperar que el café se enfríe. Hacía un esfuerzo inútil al soplarlo porque no se enfriaría un carajo.
Lo peor de estar ahí sentado cenando era que de seguro ella lo estaría mirando desde su mesa presenciando lo patético que se veía ahí soplando el café y comiendo ese miserable mixto. La tenía en la cabeza. Alguna vez escucho decir a alguien que con un simple abrazo, un beso o una sonrisa una mujer podría desarmar a un hombre por más frío que este sea. Así se encontraba en ese mismo instante, desarmado, hecho mierda, con ella dando vueltas en su cabeza. El pan en sus manos le resultaba extraño, el cuadro ya se tornaba insoportable y horrorozo. “Pamela, narizita roja ven de nuevo”. Tomo un sorbo de café y no pudo evitar devolverlo, aún quemaba. Al dejar la taza la cucharita cayó al suelo. Se inclinó desde su sitio a recogerla. Al restaurarse aprovecho el momento de girar la cabeza para intentar verla aunque sea por un segundo. La miró.
Intentaba hablarle a su novio, mientras este acomodaba el jenga y le prestaba más atenció a sus otros amigos. Ella le contaba algo haciendo exagerados ademanes. Así era ella. Todo era más lleno de vida, todo era superlativo, a veces se reía inmiscuida en sus propios movimientos y gestos, pero parecía que nadie le hacía caso. “Sarta de idiotas” .Hasta que en eso, en un descuido Pamela miró a través de la mampara y logró ver a Leo con una ligera sonrisa, casi hipnotizado.

Putamare, ya me vio – Leo volteó y comenzó a acariciarse la nuca, y jalarse un poco los cabellos.

Apresuró la comida, se metió a la boca el mixto que quedaba. “Me voy”. Dio unos cuantos soplidos más al café antes de atreverse a tomarlo así tal cual esté para irse. “Demonios, aún quema como mierda”.


Vení un rato porfavor – escucho decir luego de que le tocaran el hombro.

Vió a Pamela dirigirse hacia los baños con ese caminar zigzagueante y coqueto.

Leo dudo un instante, vio a través de la mampara al novio hablar por celular, tomó valor y se encaminó al baño. Ni bien la viera le iba a decir que deje de abrazarlo o tocarlo. Se comportaba como una señorita de la nobleza.

Al doblar la esquina que daba al baño encontró a Pamela apoyada contra la puerta del baño de mujeres. Lo esperaba con una sonrisa, y unas ganas de jugar.

¿Qué cosa quieres ah? – le espetó

Ella seguía recostada en la puerta con aquella sonrisa inquebrantable.

Deja de joderme ¿quieres? Quiero cenar tranquilo, ya estaba por irme y bueno… Fue bonito verte, eres muy linda, que la sigas pasando bien con tu novio y tus amigos – dijo con el fastidio que asomaba por su rostro y que no pudo evitar.

Ella puso los dedos dentro de sus bolsillos laterales y avanzo lentamente hacia él. Leo se deshacía de amor y sus latidos se apresuraban tanto que lo dejaban paralizado. Cuando Pamela estuvo a medio metro de él, saco la mano derecho y comenzó a acariciarle la mejilla. Leo la agarro a los segundos y se la bajo delicadamente sin dejar de mirarla a los ojos, dándole la peor mirada de ira.

¡Déjame carajo! ¿Qué crees que haces ah? – dijo con una voz quebrada como si lo dijera sin querer, como último recurso para no aparentar debilidad. – Adios.

Pamela raudamente lo agarro de la mano cuando él ya se disponía a irse, se pegó a él, lo abrazo, respiro sobre su pecho unos segundos - ¿Por qué sos tan tarado pibe? – le dijo – Leo solo se dejaba abrazar, quería corresponderla pero su orgullo se lo impedía.

El pasadizo del baño estaba ocupado por ellos dos, nadie acudió al baño durante esos escasoz minutos, nadie se acercó, ellos callaban en un abrazo, sólo el ruido del televisor actuaba evitando el silencio absoluto. Se oía el caño de algún baño gotear como marcando el tiempo.

¿Ya déjame sí? – Leo toco sus hombros suavemente

Boludo! No ves que quiero estar ahora con vos, que lo único bonito que he tenido en este viaje de mierda ha sido contigo, bailando tan lindo tu conmigo. ¿Sabés? mi novio es un tarado. Parezco su mascota. Siempre ha sido así– Pamela apretó aún más los brazos, rasguño ligeramente la polera de Leo y lo miro con esa mirada, esa mirada de niña que tiene en sus manos el juguete que siempre añoro y que se lo quieren quitar de repente.

Me voy, suéltame – dijo casi susurrando.


Pamela dejo de abrazarlo y se abalanzo a su rostro. Se enfrascó en su cuello y lo besó con ternura, pausada. Como si esperara el final de algo, como si todo se derrumbara a su alrededor y solo esperara la inevitable muerte. Fue un beso prolongado que él correspondió, donde los labios y la lengua jugaban a tocarse con más amor.

Se soltaron.
Se miraron.
Se quisieron.

Ella se recostó sobre él. Él la atrapo, la cargo y la beso. Camino hacia el baño con ella en brazos. Abrió la puerta evitando interrumpir el beso enardecido que se daba con Pamela.
Entro y cerró rápidamente la puerta con seguro. La bajo al suelo. Cada uno sabía su papel. Comenzaron a desnudarse sin desconectarse el uno al otro. Los cuerpos iban apareciendo mientras el suelo se llenaba de prendas innecesarias. Se besaron otra vez. Ahora él era quien explayaba mayor efusividad. Hicieron el amor allí parados con la mirada perdida. Se dieron caricias espontáneas mientras ahogaban los gritos. Las caricias eran torpes, confusas, pero sinceras y calurosas. El placer solo relucía en la mirada de cada uno. Y no se atrevían a cortar aquel momento con ninguna frase. Solo contorneaban sus cuerpos, sincronizaban sus movimientos. Los jadeos fueron inevitables hasta que un grito breve y seco acabo por abrazarlos.

Se vistieron rápidamente, ahora ensimismados. Él aún jadeaba, ella reía e intentaba interceptar su mirada. Salieron del baño, nadie los había visto. Había parecido una eternidad.

-Estar dentro de ti, la manera en que me miras, todo a sido perfecto - dijo él con la mirada de un perrito que encontró a su dueña.

Calláte flaco - Lo besó apresurada, con ira - ¿Ahora me voy me entendes? Pero mañana estaré aquí a las siete de la mañana con todas mis cosas, me voy con vos. Voy a dejar a esos idiotas – le dijo como si le obsequiara el mejor de los regalos.

“Yo me voy en dos horas”. Leo acarició su pelo – Mañana nos vemos – musitó antes de besarla y dejarla ir.


Se recostó en la pared unos segundos. Cruzó las piernas. Camino en círculos mientras se arremolinaba los cabellos, comenzó a cavilar. Al salir ella ya no estaba.

El café ya estaba muy frío, “demonios”. Pago la cuenta, salió del restaurant y suspiro antes de alejarse e ir rumbo al hotel.

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