24 de julio de 2011

*// Carolina


Se llama Carolina pero al preguntarle su nombre ella responde Jana (hanna), siendo este su primer nombre por el cual nunca la llamamos.


Se despierta sola a las ocho. De vez en cuando se despierta conmigo a su costado a las siete. Evidentemente prefiere despertar sola, he visto las caras que pone en ambas ocasiones. Y despertando sola, la veo infinitamente más alegre.


Mi hermanita sabe cuándo mi mamá necesita un beso y un abrazo, sabe si está triste o pensativa.


A menudo se recuesta en el sillón de la sala, llama de una manera muy graciosa al perro para que se eche junto a ella. El perro rara vez le hace caso. Ella piensa, creo que piensa: que existe una rencilla con el animal, que aún no ha solucionado.


Ahora que no tiene niñera la cuido en las tardes, luego del nido. Al llegar se toma toda la leche del biberón que le preparo. Luego duerme. Muchas veces he olvidado hacerle botar el chanchito. Aquellas veces: se despierta, tose incesantemente antes de vomitar todo y ponerse a llorar.


Los únicos que la hacen reír son: mi papá, mi mamá y la impresora. Siendo esta última la que le roba más risas. Ella ríe mucho cuando escucha a la impresora imprimir. Aun no entiendo cuál es el chiste.


Ahora escribo en la computadora, ella me mira ensimismado, con la mirada fija en lo que hago, seguidamente se va a su cuarto. Vuelve y me enseña un garabato en una hoja. Le digo que está lindo. Ella me lo avienta, el garabato cae al piso. Me da a entender que me lo regala y luego se va.


Me gusta su nombre, al llamarla a veces caigo en un letargo y me acuerdo de otra persona.


Sé que es linda, y será preciosa. A mis viejos le salen mejor las hijas que los hijos. Por lo pronto ella sigue tan linda como siempre, nunca ha tenido un golpe considerable porque la cuidamos y queremos muchísimo.

Dejo siempre que haga lo que le da la gana, de esa manera la veo feliz. Últimamente quiere cocinar como lo hacía antes la niñera. Entonces cuando quiere cocinar yo le doy los ingredientes que suelen ser mayonesa, mostaza y galletas soda. Ella imagina que está haciendo algo buenísimo. Cuando termina me pide un plato y me sirve lo que preparó y luego se va a ver televisión. Enseguida tiro lo que me sirvió y pasó a ver la tele junto a ella.


Ella sabe insultar, logra hacer algún daño cuando golpea, escupe pero nunca le llega a dar a nadie. Saca la lengua cuando está enojadísima.


No come mucho, deja casi toda la comida que le sirven. Pero al darle una mandarina la devora. Ama las mandarinas. Tiene siempre su canastita llena de mandarinitas y no permite que nadie agarre una siquiera.


Sabe hacer su caquita. Suele ponerse colorada cuando tiene ganas de hacer el dos. Se mete al baño sin decir nada a nadie. Se siente en su bacinica y puja, oigo sus lastimeras pujadas. Al terminar ella sola coge su pocillo, arroja su caquita al wáter, lo hace pasar, se limpia y sigue con sus labores.


Se cambia de polo por lo menos cuatro veces al día, siempre anda disconforme con la ropa que lleva puesta. Desbarata sus cajones probándose polo tras polo. Siento pena por mis padres cuando ella llegue al lindel de la pubertad. Pobre bolsillo.


No da un abrazo por dar, no regala cariño ni te sonríe si no le viene en gana. Al menos a mí no me profesa amor de manera espontánea, quizá sea yo quien no inspire amor. Las veces que me ha abrazado o me dado un beso han sido cuando mi mamá se lo ha pedido o he accedido a regalarle algo mío.


Su quehacer favorito es renegar y decir que todo es suyo. En algún momento llegó a decir que el carro era suyo y no permitía a nadie subir. Mi papá ante esta situación intentó hacer un trato con ella. Consiguió que ella le cambiara el carro por un celular antiguo que funciona pero nadie usaba. Y desde ese día se convirtió en la primera niña en tener un celular de verdad antes que ningún otro niño en su nido.


Cada vez es más difícil engañarla. Cuando se siente timada se repele y arruga la entre ceja, intenta mostrar su enojo y desconfianza en su máxima expresión. No recae en llorar. Se queda así, irascible, inquebrantable, apoyada en la pared defendiendo su posición haciendo gruñidos.


Carolina tiene casi tres años, camina por el pasadizo, la veo contenta, independiente y tan suelta. Caigo en la cuenta que la quiero. Siento un alivio al saber que no sabe la desgracia de persona que soy . Vuelvo a mirarla, se da cuenta que la miro y arruga la entre ceja como un adulto desconfiado pero sé que la inocencia prevalece aún en ella. Ya cuando sea grande le he prometido no estar cerca, irme lejos. Tal vez sólo queden cosas que le escribo. Quizá me extrañe al igual que yo, sé que así todo estará bien.

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